A comienzos de julio, el intendente de la ciudad de Córdoba, Daniel Passerini, aseguró que “Javier Milei municipalizó la crisis del país”.
En coincidencia con esa apreciación, se escucha decir cada vez más a comerciantes y productores agropecuarios del interior una frase a la que deberían prestar atención allá muy lejos, en el puerto: “Cuando la cosa anda mal, se nota en los pueblos”.
Para entender esta introducción, hay que hacer un ejercicio de memoria, aunque libre de pasiones ideológicas a favor o en contra del Gobierno.
Si eso es posible, puede que surja esta conclusión: el clima económico del momento recuerda mucho a los años 1999-2000, cuando también fue el interior el que encendió las alertas sobre una recesión que lentamente estranguló las economías regionales y familiares hasta que asomó el rostro de una verdadera depresión económica.
¿Esto significa que el capítulo que sigue puede ser similar a 2001? No necesariamente, pero tampoco sería recomendable que el Gobierno se obstine en tentar a la suerte.
Tres indicadores
Hay por lo menos tres indicadores macroeconómicos en común entre el presente y aquel pasado: fuerte endeudamiento externo, inflación controlada (en aquellos años, incluso, con momentos de deflación) y desesperada búsqueda de las conducciones económicas de un déficit igual a cero.
La convertibilidad de Javier Milei es hoy el control de la inflación: así como Carlos Menem y Fernando de la Rúa consideraban innegociable el sostenimiento de la criatura con la que Domigno Cavallo frenó la inflación, el líder libertario y su gente están empecinados en extinguir el mismo problema a fuerza de un ajuste de naturaleza darwiniana.
A la luz del estado de ánimo social, los argentinos aún tendrían espalda para cargar la cruz. El consenso que mantiene Milei, pese al chorro de sangre que cae de su motosierra, se asienta en gran medida en el hartazgo con el kirchnerismo (que sigue amenazando con volver) y el fastidio con los valores de algunos sectores progresistas afines al peronismo.
Pero ese consenso también se apoya, en no pocos casos, en la ciega convicción de que hace falta un personaje agresivo y de dudosas convicciones democráticas para disciplinar a los distintos agentes económicos.
Eso incluye, claro, a los propios trabajadores, consumidores y empresarios que aún batallan a favor de Milei.
En la lucha contra la inflación, hay evidencias de que el Gobierno tuvo éxito. Pero a costa de un reguero de caídos que alfombran el camino hacia una recesión cada vez más notoria: en términos médicos, los libertarios terminaron con el cáncer, pero casi mataron al paciente al dejarlo sin oxígeno (o sea, sin plata).
Alerta interior
La recesión comienza a notarse en los pueblos y ciudades del interior porque ahí prevalecen los sectores siempre más golpeados por los ajustes: las pymes y la clase media baja (especie en extinción).
Los chacareros, con más espalda económica, también sufren por el costo de los insumos, con un dólar que además no es tan propicio para sacar demasiado el pecho tras la liquidación de sus productos (sin olvidar las retenciones aún vigentes, por supuesto).
Los consumos hoy suntuarios (autos 0 km, viajes al exterior, electrónicos y electrodomésticos sofisticados e inversiones inmobiliarias) son sostenidos en lo alto por la clase media urbana con más capacidad adquisitiva.
Alguien pierde y alguien gana en la ecuación libertaria, a no ser que se aplique esta muy novedosa interpretación: la persistente caída en el consumo de alimentos, mientras aumentan los viajes al exterior, expresaría un sorprendente cambio de hábito de los consumidores.
Hay que subrayar, por otra parte, el crecimiento de los salarios formales por debajo de la inflación, con una caída en términos reales del orden del 5% en el último semestre (datos de Indec y consultoras privadas).
En rigor, los ingresos de los sectores populares, endeudados por gastos corrientes con tarjetas de crédito, jamás se pudieron recuperar de modo adecuado de la brutal y olvidada devaluación de diciembre de 2023: la inflación se detuvo, claro, pero el ingreso masivo quedó muy por debajo del nivel de precios de bienes y servicios que alcanzó la economía a partir de entonces.
Pero hay otro dato inquietante, del que pocos hablan: en el primer trimestre de 2025, la tasa de desocupación subió al 7,9%. Sin contar la cada vez más evidente precarización de empleos y sueldos.
Municipalización de la crisis
Si el diagnóstico no es errado, los trabajadores de menores ingresos y los jubilados estarían pagando el costo de la actual política económica.
Si esa era “la casta” sobre la que iba a recaer el mayor peso del ajuste, Milei cumplió con creces su compromiso.
La municipalización de la crisis, de la que habla Passerini, comienza entonces con gente que deja de pagar tasas locales, lo que provoca fuerte caída en la recaudación de los municipios.
Los municipios más indisciplinados se desfinancian muy rápido, con el agravante de un menor flujo de fondos supramunicipales.
De ahí en más, vienen los atrasos en los pagos a proveedores y trabajadores. Como es lógico, eso impacta en el sector privado, vía ruptura de la cadena de pagos, contracción del consumo y más caídas en las ventas, y mayores costos en servicios (que siguen aumentando en el orden del tres por ciento mensual, aproximadamente).
Para otro capítulo quedará comentar el endeble frente externo, el riesgo país que no baja y el rojo de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Es odioso contar esto cuando la gente está ilusionada, pero es bueno advertir a tiempo.
*Politólogo y periodista