AGUASCALIENTES, México (AP) — Hay un ritual que el matador mexicano Diego Silveti repite antes de enfrentar a un toro.
Vestido con el traje de luces que podría darle muerte o gloria, se quita la argolla de matrimonio y la deja en un altar que construye antes de cada corrida. Luego cierra los ojos, eleva una oración y sale rumbo a la plaza.
“Al dejar mi anillo, le digo a Dios: ‘Aquí está todo lo que soy como padre, como esposo, como hijo, como hermano’”, cuenta Silveti. “Voy a cumplir mi cometido en la vida, que es ser torero”.
Su último encuentro con un toro fue a finales de abril en Aguascalientes, un estado donde la tauromaquia se considera patrimonio cultural.
Semanas atrás, legisladores de Ciudad de México prohibieron las corridas violentas en la capital. Aún se permite que los matadores enfrenten a los toros, pero picarlos con banderillas o atravesarlos con una espada está descartado.
Activistas por los derechos de los animales celebraron la decisión y la secretaria del Medio Ambiente, Julia Álvarez, dijo que el Congreso hizo historia. No obstante, matadores como Silveti, aficionados y ganaderos afirman que esta tradición de origen español posee un significado profundo y se vería afectada si los toros no mueren en la plaza.
“Esto que proponen va completamente en contra de la esencia y los ritos de la tauromaquia”, asegura Silveti. “Es una prohibición velada”.
La Conquista europea de territorios mesoamericanos en el siglo XVI trajo consigo el catolicismo y prácticas culturales que terminaron por entrelazarse con las costumbres indígenas.
El investigador y aficionado Antonio Rivera vive en Yucatán, un estado del sureste mexicano donde las corridas de toros hoy están fusionadas con las fiestas patronales de las comunidades mayas.
“En los festejos locales la raíz es de rito sacrificial”, explica Rivera. “Las culturas antiguas tenían la certeza de que Dios les había pedido sacrificios en su honor y la sangre fertiliza la tierra”.
De acuerdo con sus registros, en la península de Yucatán cada año se celebran unas 2.000 festividades con toros.
Al igual que Aguascalientes, el Congreso yucateco declaró la tauromaquia como patrimonio cultural en 2021. La decisión buscaba rememorar el legado de los antepasados y honrar la identidad del pueblo, cita la declaración oficial.
“Al ver al toro siento una enorme devoción”, cuenta Rivera. “Es un espejo de mí mismo. Veo un museo viviente de esos rituales que traemos en las memorias colectivas”.
Silveti creció jugando con muletas y capotes, los instrumentos de tela que los matadores emplean para dirigir las embestidas del toro.
Su papá fue uno de los matadores más queridos de México. Hasta antes de su muerte en 2003, aficionados y periodistas solían llamarle “Rey David”.
Muchos taurinos aún lo recuerdan con cariño. Durante la última corrida de Silveti, una mujer en la plaza le dijo a otra que preguntó quién era: “Es Diego, el hijo del rey”.
“A nosotros nadie nos preguntó dónde queríamos nacer”, dice Silveti. “El amor al toro y la fiesta de los toros ha sido mi vida y la de mis antepasados”.
Su abuelo y bisabuelo también fueron matadores. A ellos se suma su tío, actual apoderado o representante de Silveti. El matador dice que sus dos hijos —de 2 y 6 años— serán libres de elegir su profesión, pero él los apoyaría si decidieran seguir sus pasos.
Ni ellos ni su esposa lo acompañan a las plazas, pero Silveti busca otras maneras de compartir su pasión con ellos. En familia suelen visitar ganaderías de toros y, en ocasiones, con uno de sus hijos en brazos, Silveti torea vacas pequeñas.
“Al más chiquitín le gusta mucho”, dice sonriendo. “¿Cómo puede ser que alguien tan pequeñito se ponga a ver los toros y le haga ‘olé’ con un trapo o una servilleta?”.
‘El rey’ no vio a su hijo convertirse en matador profesional en España en 2011, pero Silveti aún lo siente cerca.
“He sentido muchas veces su presencia espiritual en mi alma”, asegura. “En ocasiones, cuando estoy concentrado, solo, trato de platicar con él, de seguir su ejemplo”.
De niño no solía acompañarlo a la plaza. Se quedaba en casa con su madre y hermanos y, sin redes sociales para monitorear la corrida, rezaban y esperaban la llamada que les anunciara el resultado.
Al igual que Silveti, docenas de matadores rezan antes de salir al ruedo. En la plaza de Aguascalientes, el sacerdote Ricardo Cuéllar los bendice en la capilla.
“Mi trabajo es atender a la familia taurina en lo religioso”, explica. “Los aficionados, los que reparten papitas y cervezas en las gradas, los que hacen la limpieza del ruedo, los mozos de los toreros, los ganaderos, los familiares...”.
De acuerdo con Tauromaquia Mexicana, la organización más grande del país, unos 20.000 trabajos dependen de esta actividad en México.
Cuando la prohibición capitalina se aprobó, una de las organizaciones detrás de la iniciativa, “Cultura sin tortura”, dijo que continuaría abogando por la prohibición, pues ningún animal debe ser visto como entretenimiento.
Los ganaderos, en cambio, aseguran que los toros no se crían para espectáculos vacíos, sino que son criaturas fascinantes a las que dedican una vida de cuidados.
Manuel Sescosse, quien tiene una ganadería, cuenta que criar estos toros es tan apasionante como el toreo mismo.
“Hay que hacer que se vean bonitos en la plaza”, dice. “Ofensivos pero al mismo tiempo nobles. Que embistan y permitan crear esa sensibilidad para que la gente se emocione”.
El toro ideal para una corrida ronda los cuatro o cinco años y pesa alrededor de 500 kilos.
De acuerdo con el ganadero, cuando la temporada de lluvias se acerca, un toro se aparea con unas 30 vacas y su descendencia es cuidadosamente monitoreada. Muchos reciben un nombre. Todos se alimentan sólo con pasto y cuentan con hectáreas suficientes para ejercitarse y crecer fuertes y sanos. Al llegar a la edad adecuada, sólo un puñado será seleccionado para el toreo.
“Los ves nacer, desde becerros y los vas viendo cómo crecen y se lidian”, dice Sescosse. “Ese cariño que le desarrollas crece si salió bueno y deja algún recuerdo o es muy aplaudido”.
No todos los asistentes a una plaza perciben el toreo como algo sagrado, pero para muchos sí posee un significado profundo.
Daniel Salinas asegura que los matadores se rigen por reglas estrictas que demuestran la apreciación por la vida que toman. “Celebramos la muerte como un rito en el cual se enfrenta un ser humano con un animal bravo”, explica.
En Aguascalientes, cuando su segundo toro dio su último aliento, Silveti lo acarició y bajó la mirada respetuosamente antes de salir del ruedo.
“Yo sé que él está entregándome lo que tiene y yo también estoy dispuesto a entregarle mi vida”, asegura el matador. “Yo tengo 13 cornadas en mi cuerpo y he estado dispuesto a recibirlas porque esto va mucho más allá”.
Aunque no ocurre con frecuencia, cuando un toro crea una comunicación artística con su matador, su vida se indulta. En vez de una espada recibe una banderilla (un dardo alargado con una puya) y regresa a su ganadería, donde su descendencia será atesorada por generaciones de aficionados.
Tras la faena de Silveti en Aguascalientes, el torero español Alejandro Talavante enfrentó a uno de estos toros.
Centinela —el pelo más negro que has visto, cuatro años, 518 kilos— se ganó los corazones de los asistentes mientras los pases de Talavante lo hacían girar y bailar. El español apuntó para matar más de una vez, pero la afición le pidió que no lo hiciera y el juez aceptó perdonarlo.
Entonces Centinela emprendió una última carrera, fuerte y vigoroso, y su sombra se perdió en los toriles. La tarde también fue gloriosa para él.
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