La mejora en los indicadores de confianza reabrió una ventana de oportunidad para la economía argentina. Pero sin impulso al consumo, inversión rápida y políticas de reconversión productiva, el entusiasmo podría diluirse en 2026.
El cierre de 2025 encuentra a la economía argentina en un momento poco habitual: un repunte visible en las expectativas. Para quienes alguna vez subestimaron su impacto, este año dejó claro que las percepciones pueden condicionar, y mucho, la dinámica económica. Las dudas, la incertidumbre política, la necesidad del salvataje de Estados Unidos y los bruscos cambios de humor del mercado son factores que dominaron una agenda que hasta hace pocas semanas parecía definida por la desconfianza.
Sin embargo, todo cambió después del 26 de octubre pasado. Los resultados de las elecciones legislativas generaron un vuelco significativo en el clima económico. La reacción del mercado fue inmediata y eufórica, no sólo reflejada en la cotización de activos sino también en los indicadores de confianza; la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) registró en noviembre un salto del 17,5% en el índice de confianza en el Gobierno, mientras que la confianza del consumidor creció casi 9% mensual, acumulando más de 15% en apenas dos meses.
Este nuevo escenario permitió algo que durante gran parte del año parecía improbable: empresas y provincias aprovecharon la ventana financiera para emitir deuda en dólares. Solo en noviembre se colocaron más de U$S 4 mil millones, un aporte significativo que en parte contribuye a recomponer las flacas reservas.
Los inversores quieren ver más
Pero no todo es tan lineal. Los inversores quieren más definiciones. La acumulación de reservas aún está lejos de los niveles que esperan analistas, organismos financieros y quienes siguen demandando bonos argentinos. Y sin un respaldo más sólido, será difícil que el riesgo país retome la trayectoria descendente necesaria para volver a los mercados internacionales de crédito.
El Gobierno confía más en su estrategia que los analistas. El ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, ratificó que se mantendrá el esquema de bandas cambiarias, aunque ya se admite que podría modificarse su pendiente, en un contexto donde la inflación continúa superando la variación mensual programada del 1%. La apuesta oficial es clara: sumar reservas por la vía de la cuenta capital y evitar presionar sobre un superávit comercial todavía acotado. Hay factores que alimentan el optimismo: la expectativa de una buena cosecha fina, un sector energético con saldo positivo, la proximidad de la cosecha gruesa y el avance de inversiones en Vaca Muerta, el cobre y el litio para 2026 y 2027.
La economía real
Pero mientras el Gobierno celebra la mejora del clima financiero, la realidad del consumo y de la actividad enciende una luz amarilla. La caída del poder adquisitivo de los hogares es evidente, junto con la reducción en el gasto en bienes y servicios no regulados. La disminución de los subsidios incrementa la proporción del ingreso destinada a tarifas, dejando menos margen para el consumo y generando tensiones crecientes. Cada vez más familias reconocen dificultades para llegar a fin de mes, lo que obliga a pensar en medidas que permitan sostener el ingreso real en el corto plazo.
La desaceleración inflacionaria es un logro relevante, pero insuficiente: aún supera los incrementos alcanzados por muchos convenios colectivos en los últimos años. Ese desfasaje será un desafío por atender en 2026.
El desafío 2026
El reto central del próximo año será avanzar hacia un crecimiento más inclusivo. La inversión productiva es imprescindible para lograrlo. Y aunque muchos proyectos están en carpeta, deben pasar con urgencia a la etapa de ejecución. La eventual liberación parcial del cepo cambiario para empresas podría ser una señal fuerte para acelerar ese proceso, aunque por sí sola no bastará.
A esto se suma otro debate estructural: el mapa productivo argentino está cambiando. Si el país profundiza su apertura comercial e incorpora nuevos acuerdos internacionales, surgirán sectores ganadores y otros más expuestos. ¿Existe un plan de reconversión para las pymes? ¿Habrá políticas activas para evitar que el empleo se resienta más de lo necesario? Estas preguntas no pueden quedar fuera de la agenda.
Tampoco puede ignorarse la cuestión de la infraestructura. Un país tan extenso no puede aspirar a un desarrollo equilibrado si sólo avanzan las regiones más pobladas. La inversión privada, previsiblemente, seguirá priorizando los grandes centros urbanos; por eso, el Estado debe asumir un rol activo para integrar al interior profundo, que espera desde hace años un impulso real.
En paralelo, el Gobierno avanza en negociaciones con los gobernadores para asegurar la aprobación del Presupuesto y destrabar las reformas fiscal y laboral previstas con el FMI. Al mismo tiempo, el Ministerio de Economía busca cerrar un repo o préstamo que alivie la presión sobre las reservas por los vencimientos de bonos soberanos en enero. El Banco Central de la República Argentina (BCRA) inicia el desarme del apretón monetario previo a las elecciones y el Tesoro trabaja para rolear y extender los plazos de la deuda en pesos que vence en estos meses.
Es indudable que el Gobierno enfrenta desafíos urgentes, pero también tiene la obligación de pensar en el mediano y largo plazo. Ese ejercicio no debería hacerse en soledad: requiere diálogo político, participación del sector privado y articulación con organizaciones de la sociedad civil. Las políticas que se adopten deben ser sostenibles en el tiempo, y la única manera de lograrlo es construir consensos. Puede sonar ingenuo, pero si como sociedad no logramos acordar políticas básicas –empezando por la educativa–, será difícil construir el futuro al que aspiramos. No se puede edificar desarrollo sobre la grieta: sirve para ganar elecciones y acumular poder, pero no para generar progreso sustentable.
Si la Argentina logra transformar la mejora actual de las expectativas en políticas de Estado y no en episodios pasajeros, 2026 podría convertirse en un punto de inflexión. La oportunidad está sobre la mesa. Depende de todos no volver a desperdiciarla.
(*) Licenciado en Economía MP 14-00095-3
