Como tantas veces ha ocurrido en la errática historia económica argentina, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), además de los dólares prestados, ha vuelto a marcar una hoja de ruta.
En el corto plazo, y tras una semana renga de días hábiles, el foco de atención es el nuevo precio del dólar flotante, que parece apuntar al piso de la banda que fijó el Gobierno y que provocó ajustes de precios tan precoces como polémicos.
Hubo cuestionamientos oficiales explícitos y algunas compañías dieron marcha atrás después de que el supermercadismo se quejara, en medio de un consumo que no sale de la sala de terapia.
A mediano plazo, además de las metas de reservas, están las clásicas reformas de fondo que nadie quiere encarar en años electorales. Por eso, en los papeles, hay tiempo hasta fines del año que viene para pensar en un nuevo sistema previsional.
Hace dos meses, cuando el presidente Javier Milei desplazó de la Anses a Mariano de los Heros (había sido el reemplazante de Osvaldo Giordano), dejó en claro que, pese a que la reforma jubilatoria figura entre los puntos del Pacto de Mayo, bien puede esperar.
De los Heros había deslizado detalles de un menú de cambios que estaban bajo análisis. Milei bramó. Argumentó que antes hay que solucionar la informalidad laboral, otro de los compromisos de ese pacto.
Es cierto que ambos fenómenos están tan enlazados como urgidos de una cura definitiva. También es verdad que siempre hay una excusa a mano para dilatar ese tratamiento.
En el sector privado, casi la mitad de los asalariados no goza de aportes jubilatorios. Es un nivel que se arrastra desde hace varios años.
Hay provincias que exhiben un cuadro patético, como Santiago del Estero (70% de informalidad en el empleo privado), Formosa (68%) o Chaco (67%). Córdoba está a la mitad de la tabla, con 55%, una tasa no menos preocupante, que además está ocho puntos por encima de la de Santa Fe.
Desborde
Todo este río desemboca en un sistema previsional que viene desbordado desde hace décadas. Acá se cumple la frase que popularizó Alejandro Borensztein: somos un país en el que todo puede cambiar en 20 días, pero nada cambia en 20 años.
Cuando arrancó el siglo actual, menos del 25% de los argentinos alcanzaba la edad jubilatoria con la exigencia de 30 años de aportes. El año pasado, sólo 27% de las nuevas jubilaciones se otorgaron a personas que habían cumplido con todos los requisitos.
En 25 años, los cambios no fueron en el fondo, sino en la superficie, mediante las famosas moratorias. Eso provocó una fuerte expansión del dinero necesario para pagar todos los beneficios.
El gasto previsional llegó a representar casi 10% del producto interno bruto (PIB) –ahora cedió un poco, a pura motosierra y licuación–, que equivale al doble de lo que insume en países con estructuras demográficas similares.
Semanas atrás llegó a su fin el último esquema de moratoria que estuvo vigente dos años y gracias al cual se jubilaron, en promedio, casi 800 personas por día. Durante 2024, más del 70% de las altas otorgadas por Anses estuvieron mediadas por ese régimen.
El único mecanismo que sobrevive es la posibilidad de comprar aportes (lo pueden hacer mujeres de entre 50 y 59 años y los varones de entre 55 y 64 años) que sean de períodos mensuales previos a abril de 2012.
Cuando lleguemos a finales de 2026, que es el plazo acordado con el FMI, seguiremos conviviendo con un alto nivel de personas que llegarán al umbral de la pasividad sin cumplir con los 30 años de aportes.
Por eso hay varias propuestas dando vueltas para dar equidad y sustentabilidad al sistema. Algunas sugieren la convivencia de una prestación básica universal con otra proporcional a los años aportados.
Y complementar eso con esquemas de ahorro voluntario y con la revisión de los regímenes de excepción vigentes, de la movilidad de los beneficios y de las edades de retiro de mujeres y varones, para que sean igualadas.
Como sea, la discusión demandará un grado crítico de consenso y una caja de herramientas superadora de las pujas políticas coyunturales. Charles Munger, un abogado estadounidense que se hizo famoso como inversor y socio de Warren Buffett, solía decir que quien sólo tiene un martillo, ve todos los problemas como un clavo.