Al árbol del racionalismo fiscal hay que cuidarlo. Durante décadas fue menospreciado. Ahora que lo hemos recuperado, no lo podemos perder. Por su tronco fluye la savia que concentra la fórmula de una fotosíntesis crucial: la que permite absorber el dióxido de carbono de la inflación y reconvertirlo en oxígeno.
Pero también hay que abrazar otros árboles para que todo el bosque crezca, se desarrolle, genere frutos y se multiplique.
En Latinoamérica hay cuatro países que desde 1950 acumulan demasiados años con caídas en sus economías. Haití es el peor de todos: en 70 años tiene más períodos de pérdida que de crecimiento. Por eso la dolorosa pobreza que lo atraviesa.
Luego viene Venezuela. Y después, Nicaragua y… sí, Argentina.
Según un informe de 2024 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), esos son los países más volátiles de la región en el rendimiento de sus economías.
Semejante derrotero no ha sido inocuo para el desarrollo. El mismo documento indica que la productividad total de la Argentina retrocedió 16% desde 1970.
Los ciclos más dramáticos fueron la década de 1980, que culminó con hiperinflación (caída de 21,2%) y el período que va de 2010 a 2023 (-18%), cuando la suba general de precios aceleró hasta el oscuro valle de los tres dígitos anuales.
El contraste fue la década de 1990, con un salto positivo de 20,7%, mientras que entre 2000 y 2009 la mejora fue muy leve (1,6%).
Queda claro que los peores momentos coinciden con niveles inflacionarios tóxicos, pero no es lo único. De hecho, se han hecho malabares para estirar la herencia de algunos vectores de productividad.
Más allá de la inflación
En la jerga económica, la productividad total de los factores explica la capacidad que tiene una economía para generar ingresos con lo que tiene. Aquí tallan los recursos naturales, la cantidad y calidad de la fuerza laboral, la infraestructura, los equipos y la tecnología, entre los factores clave.
Los datos del Banco Mundial, que hacen foco en la productividad por persona ocupada, reflejan un retroceso de 12% entre 2011 y 2023.
“Esta caída se dio en un contexto de estancamiento del empleo registrado privado, aumento de la informalidad y menor inversión en capital físico y humano”, explica la economista Laura Caullo, del Ieral de Fundación Mediterránea.
En definitiva, lo que ha ocurrido es que ha sido una quimera sostener el nivel de ingresos o aumentarlos con los mismos recursos. La productividad, entonces, fue escaleras abajo a medida que el país se “comía” el capital. Allí también han quedado atrapados los salarios.
Para Jorge Vasconcelos, también economista de ese Instituto, el fenómeno funciona como un “techo de cristal” en la transición entre la fase de estabilización y el deseado crecimiento. Ese límite –apunta– “deja insatisfechas, por igual, las expectativas de rentabilidad empresarial y de mejoras adicionales del salario real”.
Romper el techo es un proceso que nunca ocurre a la velocidad deseada. Además, es desigual, porque ya hay brechas sectoriales. No es lo mismo la productividad en la minería (está muy por encima del promedio) que en la industria manufacturera, la construcción o el sector educativo.
Un trabajo del Instituto de Estudios Laborales y Sociales de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (Uces) indica que, en la última década, sólo minería, agro y pesca mejoraron su productividad en comparación con 2016, todos rubros con una capacidad de derrame inferior a la de otros que están más montados sobre la economía real. A eso hay que añadir las diferencias por regiones.
En cuanto a la velocidad, por un lado están las ya conocidas reformas estructurales para mutar la actual radiografía del mercado laboral y descomprimir la presión impositiva. Ambas inciden en los incentivos para que las inversiones fluyan.
Por otra parte, está la dimensión educativa. Cada relevamiento para auscultar los niveles de aprendizaje y de conocimiento no hacen más que aumentar un pagaré que también está cruzado por la transformación tecnológica.
El presidente Javier Milei, que repudia cualquier matiz de economía dirigista, ha dicho que él sólo se ocupa de “arreglar la macro”; la micro queda en manos de las empresas. Pero la competitividad tiene más capas que dependen de la calidad de lo que sean capaces de hacer lo público y lo privado juntos.
De esa todavía difusa institucionalidad debería parir una hoja de ruta que oriente y active el camino hacia el desarrollo económico.