En los últimos meses, el Gobierno nacional ha reforzado su narrativa de éxito económico, apelando a indicadores que muestran una mejora sostenida: desaceleración de la inflación, apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI) con alivio en reservas, fin del cepo para personas físicas, flotación del tipo de cambio entre bandas, superávit fiscal y recuperación de la confianza inversora. Logros relevantes.
Sin embargo, en la vida cotidiana de millones de argentinos, el alivio todavía no alcanza y persiste la preocupación. La distancia entre los números y la realidad social se amplía, y esto puede erosionar la legitimidad de las reformas económicas.
Desde el Ministerio de Economía se destacan avances importantes en la normalización de variables macroeconómicas que, a fines de 2023, generaban temores de un ajuste descontrolado.
El ministro Luis Caputo y su equipo lo recuerdan con mensajes constantes y claros:
- La inflación mensual se ha reducido por debajo del 3%, luego de haber superado el 25% en diciembre de 2023 y de haber alcanzado los dos dígitos durante varios meses.
- Se logró el superávit fiscal primario por primera vez en más de una década.
- Se eliminó el cepo para personas humanas y el tipo de cambio se mantiene estable, flotando dentro de una banda, lo que ayuda a anclar expectativas.
- El nivel de actividad comenzó a mostrar señales de recuperación desde mediados del año pasado.
Estos y otros avances constituyen, según el Gobierno, los cimientos de una estabilización duradera.
Pero ¿por qué no todos perciben esta mejora?
Realidades desiguales
El contraste surge al observar la microeconomía y el comportamiento desigual de múltiples sectores:
- El consumo continúa deprimido. Las ventas en supermercados, de combustibles y de electrodomésticos muestran caídas respecto de años anteriores.
- La pobreza y la indigencia se mantienen en niveles elevados, aunque algo por debajo de sus picos recientes.
- La recuperación es aún frágil y parcial.
- El empleo formal está estancado, mientras que crece el trabajo informal o de baja calidad, sin cobertura ni estabilidad.
- La industria y la construcción muestran signos de caída respecto de años anteriores y aún no logran consolidarse como motores de la recuperación.
La sociedad, aunque valora la desaceleración de la inflación y la estabilidad cambiaria, no percibe una mejora concreta en su poder adquisitivo. Esto limita el impacto político y social de los avances técnicos.
Pareciera que transitamos una etapa paradójica del plan económico.

La paradoja del éxito sin bienestar
La situación argentina puede resumirse en una paradoja inquietante: los fundamentos macroeconómicos mejoran, pero el bienestar no acompaña al mismo ritmo. Las causas son múltiples:
- El “ancla fiscal”, basada en recortes del gasto público y en la reducción de subsidios, impacta en la demanda interna, especialmente en los sectores más vinculados al consumo popular.
- El salario real no logra recuperarse y gran parte de la población restringe su consumo, lo que frena la reactivación.
- Los sectores exportadores todavía no logran traccionar el crecimiento, afectados por precios internacionales, por atraso cambiario o por restricciones externas.
- El crédito sigue siendo escaso y costoso, lo que desincentiva la inversión, especialmente en un clima de incertidumbre sobre cómo continúa el programa económico.
- El dólar estabilizado y la apertura comercial, si bien útiles para contener la inflación, han incentivado importaciones, generando inquietud sobre la competitividad de la industria nacional.
- Como en todo plan de estabilización, primero se destruye empleo en sectores no competitivos, y sólo después –si las condiciones se alinean– se crea empleo en nuevas actividades, mientras que el atraso cambiario actual actúa como principal ancla nominal.
- La dificultad del Gobierno para recomponer reservas ya comienza a preocupar a los mercados. Algunos economistas sugieren que el Tesoro debería aprovechar el contexto de cosecha para intervenir comprando dólares dentro de la banda. Desde el oficialismo, sin embargo, se minimiza este riesgo por considerar que distorsionaría el proceso de estabilización.
- La decisión de evitar la emisión de pesos limita la capacidad de expansión económica y llevó al Gobierno a anunciar un proceso de remonetización con dólares atesorados. No obstante, las medidas implementadas hasta ahora no generan la seguridad jurídica necesaria para que los tenedores de esos dólares puedan avanzar sin riesgos contingentes frente a leyes vigentes.
- Si bien se eliminaron regímenes informativos y se elevaron los umbrales para reportar gastos y movimientos bancarios ante la Agencia de Recaudación y Control Aduanero (Arca), la “segunda etapa” –que incluiría instrumentos legales que brinden garantías a quienes decidan exteriorizar sus ahorros– sigue pendiente.
Expectativas y paciencia social
El Gobierno apuesta a que la economía real comience a mostrar signos vigorosos de mejora en el segundo semestre de 2025 y que la inflación mensual caiga por debajo del 1% en 2026. Sin embargo, el margen de paciencia social no es infinito. A medida que la inflación cede, otras demandas cobran protagonismo: empleo, ingresos, acceso a bienes básicos y calidad de vida. Si la estabilización no se traduce pronto en beneficios tangibles para hogares, para pymes y para trabajadores, el respaldo social podría debilitarse.
La política enfrenta, así, un desafío clásico en contextos de ajuste: cómo sostener el orden macroeconómico sin descuidar el tejido social que debe sostenerlo en el tiempo. Este desafío se volverá aún más relevante cuando el Gobierno inicie las reformas estructurales previstas para 2026 y comprometidas en el acuerdo con el FMI.
A estos desafíos debe sumarse la posibilidad de que se generen presiones sobre el tipo de cambio hacia el tercer trimestre, si el Banco Central no logra recomponer reservas, una vez finalizada la cosecha gruesa y enfrentando el pago de rentas y amortizaciones de títulos como el Bonar y el Bogar, todo esto en un contexto de creciente clima electoral.
Hay señales que llevan a mirar hacia adelante con mesura, pero también con esperanza. La desaceleración inflacionaria es un paso significativo, al igual que la corrección fiscal y la recuperación gradual de distintos indicadores. Combinar responsabilidad macroeconómica con sensibilidad social es el gran desafío.
Se deberá trabajar para lograr consolidar la estabilidad sin descuidar la inclusión y acelerar la transición hacia una economía con mayor inversión, empleo formal y productividad, para que los beneficios comiencen a llegar también a la economía real.
El desafío está planteado. El equilibrio entre técnica y empatía será clave, para transformar esta paradoja en una verdadera recuperación con bienestar.
Licenciado en Economía, MP 14-00095-3