“Estamos en otra Argentina”, suele repetir el ministro Luis Caputo cuando busca convencer al auditorio de turno de que la gestión que integra es capaz de lograr resultados distintos incluso cuando ensaya alguna medida que se parece a lo ya visto.
Abril concluyó y el comportamiento de los precios parece haberle dado la razón. Aunque el dato oficial de inflación se conocerá el 14 de mayo, la percepción en el sector comercial y las estimaciones de consultoras privadas coinciden en que el envión que la inflación empezó a tomar con la “salida” del cepo terminó bajando ritmo sobre el último tramo de abril.
Recordemos: el paso de un dólar fijo a uno que flota dentro del corralito de la banda estimuló la distribución de listas de precios con aumentos por parte de grandes proveedores de supermercados. El movimiento se dio sobre la plataforma de un marzo con inflación sorprendentemente alta (3,7%) y, con total lógica, los pronósticos privados recalcularon la de abril en torno de un piso del 4%.
Sin embargo, el prometido acelere se calmó y los cálculos privados dan hoy la razón al vaticinio de Caputo: todos coinciden en que el dato de abril estará en torno al 3%, incluso por debajo de la inflación de marzo. Lo que se suponía que pasaría, no sucedió.
¿Otra Argentina?
Varios motivos explican el amague fallido. El propio Caputo hizo lo suyo: golpeó la mesa con más diplomacia que algún antecesor pero con idéntica intención, y pidió públicamente a los supermercados que rechazaran los aumentos comunicados por Molinos Río de la Plata y por Unilever, integrantes del puñado de jugadores que llena las góndolas. Práctica antigua que parece haber tenido mejor recepción en este presente.
El dólar, por su parte, hizo un aporte aún más significativo: semiliberado, fue y vino para ubicarse hasta ahora a mitad de banda, recortando de esa manera la magnitud inicial de la devaluación del peso. Otro punto importante a favor del Gobierno: la temida salida (parcial) del cepo no devino hecatombe.
Sin embargo, un tercer factor fue quizá el de mayor eficacia para amojonar la carrera de los precios: el estado crítico del consumo masivo, que no logra terminar de repuntar. ¿Quién se anima a remarcar cuando no vende?
El Gobierno suele asimilar este fenómeno al nacimiento paulatino de un nuevo consumidor “no dispuesto a convalidar aumentos no justificados”.
Ojalá existan aprendizajes de ese tipo en marcha. Lo cierto es que con ellos conviven bolsillos diezmados que no consiguen recuperar poder adquisitivo.
La evolución de las paritarias de mayor alcance muestra a la mayoría de los asalariados formales –el sector mejor remunerado– perdiendo contra la inflación, un movimiento inverso al que se registró en la segunda mitad de 2024.
A esa erosión hay que sumar la nueva configuración del gasto en los hogares. Un cálculo del economista Esteban Domecq, quien disertó esta semana para S&C Inversiones, revela cómo creció el peso de los gastos fijos con el “ordenamiento” de los precios (quita de subsidios, liberación de tarifas varias, entre otros).
A mediados de 2023, esa clase de gastos comía 37% del ingreso de los hogares de clase media alta y de clase media baja, pero al cierre de 2024 ya se llevaban 44% y 49%, respectivamente. La consecuencia de ese avance es la reducción del dinero disponible para consumo masivo.
La mayor (y debatida) apertura importadora también está haciendo lo suyo para disciplinar precios. Hay rubros donde este fenómeno se siente con particular fuerza: indumentaria, calzado, tecnología.
El monitoreo de precios relativos de Invecq confirma que en esos sectores hubo una fuerte compresión de márgenes y hoy, en promedio, los precios están en punto de equilibrio o incluso por debajo de él, en el caso de los equipos tecnológicos.
Queda claro que “domar” la inflación sigue siendo el objetivo central de la gestión Milei. Es eje de su plan de normalización de la economía, y capital irrenunciable en la previa de las elecciones de octubre.
Haber logrado evitar un desborde en abril resulta valioso, pero queda aún por delante un largo y sinuoso camino.
Hay desafíos como el habitual estrés que el calendario electoral inyecta en nuestra economía, y respuestas en materia de sostenibilidad (léase, generación genuina de dólares) que el plan económico deberá dar en el mediano plazo.
Un 2025 con inflación entre 2% y 3% mensual, tal como se espera, implica cerrar el año en torno del 40%, nivel que sigue siendo récord en el mundo.