Pensamiento, palabra, obra y omisión. Por todas esas fases ha transitado la posición de la gestión libertaria frente al meneado tema de la acumulación de reservas. ¿Cuál es la versión final? Todavía está por verse.
Lo ocurrido en los últimos días ha sido sintomático. El presidente Javier Milei habló de una inconsistencia conceptual. Su hipótesis tiene un doble anclaje.
Uno de ellos es evitar que la compra de dólares le pegue a la inflación. Por eso supedita esa operación a un proceso de remonetización ajustado a la demanda real de dinero, para evitar el clásico desborde de pesos.
Es el mismo Milei que esquivó mejorar el perfil de las reservas cuando el tipo de cambio flotaba cerca del piso de la banda, pese a que había pronosticado compras cuando eso pasara.
El otro eje al que alude el mandatario es más desafiante. “¿Qué es eso de estar pensando que tengo que tener reservas para pagar? Si los intereses los pago con equilibrio fiscal y la deuda la ‘rolleo’ en el mercado, ¿de qué están hablando?”, dijo.
Pero resulta que horas después, en el streaming oficialista “Las tres anclas”, el viceministro de Economía, José Luis Daza, dijo que la etapa de estabilización está “a punto de finalizar” y que para que ello ocurra, lo que falta concretar es “la formalización de la compra de reservas internacionales”. ¿En qué quedamos? ¿Es el reconocimiento definitivo de que, sin reservas, no hay estabilidad?
Daza tiró una pista que luego se hizo realidad: “El mercado quiere que acumulemos reservas internacionales. Nos falta clarificar eso; nos falta el acceso a los mercados”, señaló.
Horas después llegó el anuncio de boca del propio ministro Luis Caputo sobre la emisión de un bono de deuda en dólares, a cuatro años, para afrontar parte de los vencimientos de enero próximo, que suman U$S 4.200 millones.
Señales
“Esto resuelve el debate sobre la acumulación de reservas”, sentenció Caputo. ¿Es así? El ministro aludió a que, con acceso a la refinanciación, cada dólar que compre el Banco Central irá a las reservas, que según los cálculos de consultoras privadas, están casi U$S 17.000 millones bajo cero en términos netos.
Este estatus fue al que aludió de manera crítica un informe de Barclays, que incluso concluye que el bajo nivel de reservas no se explica por los pagos de deuda, sino por una dinámica propia que dejó a la posición externa “más débil”.
También JP Morgan consideró que la recomposición de las reservas debería ser “una prioridad”. Y, finalmente, volvió a hablar el Fondo Monetario Internacional (FMI), que no se mueve ni un milímetro de su posición.
Siempre es mejor estar adentro que afuera de los mercados. Y, por supuesto, honrar los compromisos. Después de casi 8 años, el país experimentará una vuelta “parcial” al financiamiento internacional, ya que la emisión será bajo ley local.
Ocurre que, para que la toma de deuda se realice bajo legislación extranjera, se necesita el aval del Congreso, donde el Gobierno tendrá una sustancial mejora de representación en muy pocos días. ¿Por qué no esperó a la nueva conformación?
En rigor, el clima empezaba a ponerse espeso de cara al vencimiento de enero, y está claro que a Estados Unidos no parece gustarle la idea de activar el swap para salvarle (otra vez) la ropa a Milei en el arranque de 2026. Demasiada dependencia en tan poco tiempo.
También está la opción del préstamo tipo repo con un grupo de bancos, pero a un costo que podría ser riesgoso para el corto plazo.
Queda entonces por despejar el monto y la tasa real que implicará la nueva toma de deuda, porque, más allá del cupón previsto (6,5%), la clave será la tasa interna de retorno (TIR), con el objetivo de que quede en el terreno de un dígito. Veremos.
Por lo demás, el tiempo dirá si finalmente esta operación marcará un antes y un después en la estrategia para refinanciar vencimientos y, en particular, en el proceso de acumulación de reservas.























