Kenneth Rogoff es un reconocido economista estadounidense. Catedrático en Harvard y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de su país, durante mucho tiempo figuró entre los profesionales más influyentes en su ámbito de estudio y trabajo.
Pero, antes de eso, Rogoff fue un eximio ajedrecista. Cuentan que fue su padre quien le enseñó el juego cuando tenía 6 años. Una década después ya era Maestro, y hasta impresionó al gran “Bobby” Fisher.
En 1969, durante el Campeonato Mundial de Estocolmo, protagonizó una extenuante partida de 221 movimientos con el británico Arthur Williams, que duró cuatro horas y 25 minutos. El propio Rogoff la recuerda como su “partida maratónica”.
Pero a los 18 años tomó una decisión que sorprendió. “Decidí romper por completo con la tendencia entre mis compañeros ajedrecistas y solicitar plaza en la universidad”, cuenta.
Fue un shock, pero escondía luego una fase de gradualismo. Ingresó a la Universidad de Yale, aunque no abandonó por completo el ajedrez. De hecho, se convirtió en Gran Maestro Internacional en 1978.
De manera paulatina, su formación en economía fue ganando tiempo y espacio en su vida, hasta dedicarse de lleno a la investigación.
Con su plan de reformas de segunda generación, el presidente Javier Milei parece asomarse a un proceso similar.
Tras el favorable resultado en las recientes elecciones legislativas, apareció un efecto casi aluvional. Un shock reformista que, en los papeles, debería alumbrar nuevas regulaciones laborales e impositivas en apenas cuatro meses.
Más allá de la nueva conformación del Congreso desde el 10 de diciembre y de un músculo más tonificado para el oficialismo, es probable que al impulso inicial le siga un movimiento inercial más cansino, ligado a la profundidad que deben tener los cambios.
Y eso no sólo por algunos puntos sensibles en las modificaciones que se plantean, sino también por las conexiones con otros universos a los cuales el Gobierno parece querer demorar su arribo, como el previsional.
En definitiva, se trata de armar la arquitectura del ecosistema económico y productivo que necesita la Argentina para volver a la vía del desarrollo y sostenerse en ella.
¿Ahora sí?
Sea cual fuere la estrategia para encarar las reformas verbalizadas –todavía no queda claro si está definida o se irá armando sobre la marcha, según el ritmo y el resultado de las negociaciones–, surge el eterno fantasma de lo realizable.
Rogoff también abordó ese fenómeno junto con su colega Carmen Reinhart cuando repasaron ocho siglos de historia económica en más de 60 países para poner en duda lo que habitualmente intenta ser una certeza: esa de que esta vez es diferente.
De hecho, es “la” pregunta que se hacen desde un inversor extranjero o un empresario hasta cualquier persona agobiada por el estancamiento en el que ingresó el país hace más de una década.
La tesis de Rogoff y de Reinhart alude a patrones que se repiten en crisis financieras y de deuda, y que irremediablemente se reproducen bajo el sesgo de creer que se ha aprendido de los errores del pasado.
¿Qué aprendieron Milei y su círculo chico de su corta experiencia en el poder para ser capaces de poner en marcha los motores, para que el país vuelva a crecer y sea entonces capaz de contener las reformas pretendidas?
¿Qué enseñanzas serán capaces de poner en juego el oficialismo, la oposición, los gobernadores, los gremios y las empresas para ir más allá del cortoplacismo que aborta la sustentabilidad de los cambios?
Alinear a los planetas implica habilidades políticas en la negociación, evaluaciones precisas y destrezas técnicas. Pero no estamos en condiciones de afrontar una partida maratónica como lo hizo Rogoff en su adolescencia.
En la Argentina somos más afectos a los diagnósticos que al desarrollo y a la ejecución de las soluciones. ¿Será esta vez diferente?























