El número lo puso el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, durante una serie de conversaciones con ejecutivos de bancas de inversión, en el marco de las Reuniones de Primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI), en Washington.
Calcula que hay U$S 170 mil millones guardados por ahorristas fuera del sistema financiero argentino. Es difícil ponderar la dimensión de esa cantidad de plata, pero, como referencia, equivale a comprar más de ocho millones de unidades del modelo Cronos de Fiat, uno de los vehículos más vendidos en el país y que se fabrica en Córdoba.
Sumados los depósitos, el monto trepa a casi U$S 256 mil millones, según los datos del Indec al cierre de 2024. El fenómeno no es nuevo, pero las cifras no dejan de asombrar, dentro y fuera del país.
Después de alumbrar un nuevo esquema cambiario, con una banda de flotación que entre sus extremos tiene una distancia de 40% (se ensanchará todos los meses con un goteo extra de 1%), el Gobierno vuelve a agitar la bandera de la dolarización como vía para remonetizar a la economía.
La hipótesis del equipo económico bien podría ser tomada como la antesala de una experiencia a gran escala para cualquier investigador que comulgue con la economía del comportamiento.
Y es que, en esencia, el Gobierno cree que si la flotación del dólar supera la fase de estrés y se consolidan la recuperación de la actividad y el descenso de la inflación, la emocionalidad jugará a su favor y eso provocará que los ahorristas saquen sus billetes verdes e impulsen una dolarización voluntaria.
Desde ya que eso significaría un cambio radical en nuestros hábitos financieros, que supone restar intensidad a la finalidad del ahorro para que gane participación el uso del dólar como medio de consumo de todo.
Cuándo y cómo
¿Cuál sería el punto de quiebre para que eso ocurra en escala? Difícil saberlo. Ni siquiera en los tiempos de la convertibilidad ocurrió algo semejante. Durante la década de 1990, fluyeron millones de dólares, pero, incluso así, los argentinos los usaron más para ahorrar que para consumir.
Por lo tanto, deberán confluir varios factores y será, además, un proceso. La piedra basal que puso el Gobierno, se sabe, es la higiene fiscal. Le acaba de sumar otra, que quizá no sea tan evidente, pero es una sutil modificación en el ancla nominal: ya no es el tipo de cambio, que pasó a flotar, son los agregados monetarios que, si se mantienen a raya, deberían impulsar ese bimonetarismo ampliado.
El dólar ha oscilado en los últimos días; movimientos esperables, pero a los que no estamos acostumbrados, y por eso la tensión en la economía real para establecer precios.
Aquí hay un punto que no debería perderse de vista: los precios estuvieron distorsionados durante décadas; el valor del dólar, entre ellos. Por lo tanto, la economía está en la búsqueda de nuevos equilibrios, lo que por supuesto también incluye los golpeados salarios.
La relación entre dólares y pesos atraviesa mutaciones. En el corto plazo, el propio presidente Javier Milei ha explicitado el objetivo de que la divisa viaje hacia el piso de la banda de flotación.
Quiere que la cotización de referencia quede acostada sobre el colchón, para que salgan los billetes que están debajo. Incluso, muchos brokers sugieren invertir en instrumentos en pesos.
Milei subió la apuesta: en lugar de $ 1.000 por dólar, habló de $ 900 cuando aludió al “tipo de cambio para la cobertura de la base (monetaria) amplia”. Es un nivel que ayuda a sujetar la inflación, pero que no deja de provocar interrogantes entre quienes exportan. Y también dispara dudas sobre el timing del Banco Central para comprar reservas.
Las metas comprometidas con el FMI suponen una captación de divisas que ya empieza a tallar para los próximos dos meses. Hay cálculos de todo tipo. La consultora Cohen cree que deberán comprarse, por lo menos, U$S 2.100 millones antes de que termine junio, sin contar los aportes que podrían venir de organismos internacionales.
En el tercer trimestre hay tolerancia a pérdidas, pero, cuando termine el año, el Banco Central (BCRA) tiene que mostrar un margen neto positivo.
Mientras el tiempo corre y el BCRA orejea sus cartas, la cosecha gruesa viene limitada por la humedad. En la zona núcleo, se ha trillado menos de la mitad de la soja de primera, cuando a esta altura del año lo habitual es haber levantado más del 80% de ese cultivo. Por eso todos miran a la industria agroexportadora.