Suena surrealista, pero fue el propio presidente Javier Milei quien habló de deflación. En un país que convive con procesos inflacionarios patológicos y dañinos, pensar en una baja nominal y sostenida de precios resulta paradójico.
Es más, aun con las correcciones macroeconómicas encaradas y con la férrea higiene fiscal, el país todavía convive con índices mensuales de inflación que en otras naciones equivalen a la suba acumulada en un año.
Sin embargo, cuando habló en el 42º Congreso Anual del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (Iaef), Milei sostuvo que la Argentina necesita “una estructura contractual de una economía con deflación”.
Su hipótesis es que si el dólar se recuesta en el piso de la banda de flotación y sin sobrante monetario, habrá empresas que quedarán ahogadas. En rigor, no es la primera vez que expresa su preocupación por ese riesgo.
La estructura contractual a la que alude, se supone, está ligada a la inercia de contratos que indexan. Los laborales, entre ellos. Y aunque parece que su advertencia está, en todo caso, varios casilleros hacia adelante en el tiempo, igual asoma un interrogante preventivo: ¿es factible pensar en un evento deflacionario que, incluso, alcance a los salarios?
La deflación es justamente lo contrario a la inflación. Los precios bajan de manera generalizada y sostenida. Y eso no tiene nada de bueno para la producción y para el empleo. Japón es un ejemplo fresco de ese fenómeno.
Pero hay quienes creen, como Milei, que eso puede llegar a ser factible en Argentina. Y que, por lo tanto, hay que tener el cuerpo preparado para soportarlo.
Sorpresa
Días atrás sorprendieron los indicadores del costo de la construcción, uno de los sectores más rezagados en la recuperación del nivel de actividad y atravesado por valores a la baja de insumos sensibles.
De hecho, hay empresarios del rubro que reconocen que se están cerrando operaciones por valores que están debajo de los costos de reposición, para poder sostener un hilo de flujo, aunque eso depende de cada caso.
Según el relevamiento del Indec, que se limita al Gran Buenos Aires, el precio de la mano de obra asalariada cayó 0,7% en marzo y 2,6% en abril, en términos nominales. Ejemplo teórico: una persona que ganaba $ 1.000.000 en febrero, en abril cobró $ 967.182. A ese cálculo le falta incorporar la variación del poder de compra real frente a la inflación.
En el caso de Córdoba, también se registró una leve evolución negativa (-0,7%) en abril. Raro. Pero son los datos oficiales. ¿Acaso hay deflación de salarios en la construcción?
En rigor, lo que ha ocurrido es que el Gobierno no está homologando acuerdos paritarios que impliquen subas mensuales por encima del 1%.
Entonces se recurre a vías paralelas para contener la presión. Eso deriva, por ejemplo, en el pago de bonos no contributivos o de horas complementarias, que los relevamientos oficiales no computan o lo hacen de manera parcial, según explicaron fuentes del sector.
En el camino a las elecciones de medio término, la carta más importante que exhibe el oficialismo es la baja de la inflación. Y apunta a llegar a indicadores mensuales por debajo del 2% cuando sea el momento de ir a las urnas.
Por lo tanto, en el radar de corto plazo no hay ninguna señal deflacionaria, más allá de la dinámica de algunos sectores. Pero, más adelante, hay quienes no descartan esa posibilidad.
Para Osvaldo Giordano, al frente del Ieral de la Fundación Mediterránea, la caída de la inflación es como cuando baja la marea y quedan expuestas las distorsiones y falencias acumuladas durante décadas, tanto dentro como fuera de las empresas.
“Son ineficiencias que padecemos y que, si no las atacamos rápido, serán un problema, porque vamos a tener baja de inflación, pero con recesión y desempleo”, opinó, en referencia a las famosas reformas estructurales.
También el economista Diego Dequino cree que una deflación sólo ocurriría con recesión, y no cree que el Gobierno quiera ir hacia ese pasillo. “Todavía hay precios relativos desalineados y faltan consensos estables”, apunta.
Y es que, cauterizada la vía fiscal y controlada la monetaria, persiste la inercia por contratos, subas de costos y una puja distributiva retroalimentada por las pérdidas acumuladas en el poder adquisitivo de los salarios en los últimos años.