A una semana de las elecciones legislativas bonaerenses, la incógnita de primer orden es saber cuántas personas sienten que no tienen ningún tipo de incentivo para ir a votar. Y, claro está, a quién terminará perjudicando un nivel de abstención que podría ser mayor que el esperado.
Al hastío de base, que con los años ha ido creciendo, se suman las capas de una volatilidad en la que la economía ha quedado atrapada hasta por el discurso del oficialismo.
El Gobierno se alineó detrás de una única argumentación: todo riesgo es “kuka”. Si el dólar sube, riesgo “kuka”; si las tasas de interés vuelan, riesgo “kuka”; si los inversores desconfían, riesgo “kuka”; si el Congreso pone en peligro el equilibrio fiscal, riesgo “kuka”.
Ese todo o nada, amañado al contraste de pasado y futuro que impone un mandato resolutivo en el presente, no debería clausurar la mirada por fuera de un reduccionismo pragmático que, por su propia naturaleza y orientado a las urnas, no hace más que incidir en la proporción del riesgo aludido.
Al costado de esa avenida, estacionan otras posturas, que aluden a un agotamiento del esquema económico de transición y que especulan con una recalibración después de las elecciones legislativas nacionales, cualquiera sea el resultado, aunque la diferencia sería el timing de esos cambios.
Ese razonamiento ancla en el problema estructural de siempre: la Argentina no tiene dólares y carece del hábito para retener divisas. Es lo que reflejan hace rato el estatus de las reservas y las dificultades para dar señales que permitan desinflamar el riesgo país, que ahora volvió a los niveles previos al desarme del cepo.
No menos cierto es que las condiciones macro han mejorado sustancialmente en el último año y medio, cuando la economía empezaba a coquetear con un proceso de hiperinflación. A esta lógica se abraza el oficialismo cuando asegura que, pasadas las elecciones (y con la hipótesis de un resultado a su favor), cederá la incertidumbre.
Además, las opciones múltiples ahora son pura teoría, por lo que el Gobierno asume que elegir el equilibrio fiscal y la desinflación, en este momento, va en desmedro del nivel de actividad.
El dólar y las tasas
La conexión con el emergente de las tasas de interés es, justamente, el precio doméstico del dólar, que, si bien flota entre bandas, oscila también según las intervenciones en el barrio vecino de la “guerrilla” monetaria o en el del mercado de futuros.
Lo que abrió la caja en la que estaban apiñadas algunas tensiones fue el ya famoso desarme de las Lefi (letras fiscales de liquidez), uno de los instrumentos de transición que el Gobierno usó para curar el desastre de la deuda remunerada que había heredado de la gestión kirchnerista.
Las Lefi, en su partido de nacimiento, también tenían anotada la fecha de vencimiento. Por lo tanto, nadie puede hacerse el distraído. Y el Gobierno bien podría haberlas reemplazado por otra letra.
Pero los bolsillos no hablan con el corazón: liberados, los billones de pesos no fueron hacia donde el Gobierno suponía y empezaron a presionar al dólar. Lo que siguió es la historia conocida: tasas de interés recalentadas y apretón monetario.
Dólar y tasas quedaron descoordinados en un tango que, para colmo, sufre el inesperado ruido de fondo que aporta el escándalo por los audios del extitular de la Agencia Nacional de Discapacidad, Diego Spagnuolo.
La “opereta” de la que habla el Gobierno es un inesperado cisne negro que, según las sospechas, parece haber salido del seno de la sociedad política que los hermanos Milei tienen con Eduardo “Lule” y Martín Menem.
Detrás de esas grabaciones –la Justicia deberá determinar primero su validez, y luego la veracidad de lo que dejan trascender–, están los fantasmas malditos: la corrupción, las operaciones de inteligencia, el siempre vidrioso financiamiento de la política. Con toda esa carga seguirá lidiando la economía de aquí hasta octubre.