El nivel de reservas internacionales siempre tuvo enormes dificultades para ser un amortiguador frente a shocks externos. Según un relevamiento regional publicado esta semana, el país exhibe uno de los saldos más bajos de Latinoamérica en términos absolutos y en relación con el PIB, una posición que, lejos de ser coyuntural, se inscribe en una dinámica estructural de desequilibrio de la cuenta corriente y de fragilidad de la balanza de pagos.
A este diagnóstico se suma un aspecto técnico de alta relevancia global: las reservas internacionales en países emergentes cumplen funciones esenciales que van más allá de acumular activos. En primer lugar, actúan como colchón precautorio para absorber shocks externos, como interrupciones en los flujos de capital, caídas abruptas del comercio o crisis financieras internacionales.
Además, permiten facilitar el pago de importaciones y el servicio de deuda externa, garantizando que el país pueda honrar compromisos de corto plazo, aun en condiciones adversas.
También funcionan como herramienta de intervención cambiaria, permitiendo al Banco Central suavizar la volatilidad del tipo de cambio y evitar depreciaciones disruptivas.
Finalmente, son un indicador clave de la solidez y credibilidad del Banco Central, fortaleciendo la confianza de los mercados y facilitando el acceso a financiamiento en mejores condiciones.
Por todo esto, el desafío argentino no se limita a preservar el escaso stock existente, sino a incrementarlo. El nuevo programa con el FMI originalmente requería acumular reservas netas positivas hacia fin de año, pero el organismo flexibilizó la meta tras el desvío registrado: ahora se permite que las reservas netas cierren 2025 en torno a U$S 3.200 millones, lo que implica una reducción del objetivo en aproximadamente U$S 6.500 millones respecto al plan original.
Para alcanzarlo, el Gobierno debería sumar unos U$S 6.200 millones de divisas adicionales entre el presente y diciembre, cifra que combina el monto necesario para cumplir con la meta revisada más el déficit proyectado entre ingresos esperados y vencimientos de deuda. La revisión del acuerdo también eliminó la meta intermedia de septiembre y pasó a un esquema de evaluaciones semestrales.
Qué dijo el FMI sobre el arranque del programa
El First Review Under the Extended Arrangement Under the Extended Fund Facility (IMF Country Report No. 25/219, julio 2025) postula que el programa ha tenido un arranque sólido en materia fiscal y monetaria, con reducción de la inflación, eliminación de la brecha cambiaria, regreso temprano a los mercados internacionales y cumplimiento de la meta de superávit primario de 1,6% del PIB.
Sin embargo, marca varios puntos críticos: el incumplimiento de la meta de acumulación de reservas netas a mediados de junio; un déficit en cuenta corriente que se proyecta en 1,7% del PIB para 2025, frente al 0,4% previsto originalmente, debido al aumento de importaciones y del turismo emisivo; una creciente dependencia de flujos de cartera para financiar el déficit externo, y riesgos políticos derivados de las elecciones de medio término y de presiones de gasto desde el Congreso.
El panorama para finales de este año es exigente. Según el análisis de flujos, se prevén egresos de divisas por alrededor de U$S 10 mil millones, fundamentalmente por vencimientos de deuda pública y del Banco Central entre agosto y enero. Del lado de los ingresos, se proyecta la llegada de unos U$S 7 mil millones provenientes de desembolsos de organismos internacionales y de colocaciones de deuda en moneda local, suscrita en dólares por inversores externos. En este marco, el éxito del programa dependerá de la capacidad para sostener el financiamiento y recomponer reservas en un entorno de déficit externo creciente, evitando disrupciones que comprometan la estabilidad cambiaria y la credibilidad de la política económica.
Más presión a la dolarización
En las últimas semanas, el Gobierno redujo las retenciones al complejo agroexportador con el objetivo de acelerar la liquidación de divisas y reforzar el ingreso de dólares comerciales. Esta medida busca aportar flujo inmediato al mercado oficial y fortalecer la posición de reservas en el corto plazo. Su impacto positivo dependerá, no obstante, de factores estacionales de la cosecha y de la disposición de los productores a desprenderse de stocks en un contexto de volatilidad financiera.
También el frente cambiario se vio tensionado por el impacto del desarme de las Letras Fiscales de Liquidez (Lefi). El resultado fue una mayor demanda precautoria de dólares y más presión en el tramo alto de la banda cambiaria. Esto obligó al Banco Central a intensificar intervenciones para contener desbordes a través del aumento de la tasa de interés, para así preservar el esquema de bandas, impactando negativamente en la actividad económica.
La combinación de incentivos para aumentar la oferta de divisas y las tensiones derivadas de los vencimientos de deuda interna configuran un escenario mixto: por un lado, genera ingresos adicionales por exportaciones; por el otro, desata presiones de dolarización de portafolios y vencimientos próximos que pueden absorber buena parte de esa oferta. El desafío radica en que cada episodio de tensión financiera interna repercute de manera inmediata sobre el mercado cambiario y, por ende, sobre la capacidad de cumplir con la meta de reservas.
La mirada de largo plazo exige colocar esta coyuntura en un contexto histórico más amplio. La generación de divisas se concentra en pocos sectores pero en diferentes ciclos económicos; el resto de la economía demanda dólares de manera creciente. Esto explica por qué, incluso en ciclos de crecimiento, la restricción externa reaparece y condiciona la política macroeconómica.
Cuando la apertura importadora no se acompaña de una diversificación y una sofisticación de la oferta exportadora, el resultado es un incremento recurrente de la vulnerabilidad externa y una dependencia mayor del financiamiento externo. La actual combinación de déficit de cuenta corriente, tensiones cambiarias y metas de acumulación de reservas se inscribe en esa histórica matriz estructural.
El aporte de Vaca Muerta
El desarrollo reciente de Vaca Muerta introduce un elemento disruptivo en esta ecuación. Argentina posee la segunda mayor reserva de gas no convencional y la cuarta de petróleo no convencional del mundo. Proyecciones de organismos y consultoras estiman que las exportaciones de hidrocarburos podrían escalar de unos U$S 10.400 millones en 2024 a cerca de U$S 36.700 millones en 2030.
Bajo escenarios optimistas, la vuelta combinada de exportaciones de petróleo y de gas podría generar hasta U$S 25.400 millones anuales, cifra similar a la que hoy aporta el complejo agroindustrial. Incluso, la producción de petróleo podría alcanzar un millón de barriles diarios hacia fin de la década, con ingresos estimados en U$S 20 mil millones al año, a lo que se sumarían proyectos de GNL capaces de aportar hasta U$S 5 mil millones anuales adicionales a partir de 2028.
Este potencial no es sólo un alivio coyuntural: si se concretan las inversiones en infraestructura (oleoductos, gasoductos, plantas de licuefacción) y se garantiza un marco macroeconómico estable, Vaca Muerta puede diversificar y ampliar la base exportadora de forma estructural. Esto implicaría no solo mejorar la capacidad de acumulación de reservas, sino también reducir la volatilidad externa y la dependencia de financiamiento de corto plazo.
En definitiva, las medidas de estímulo a la liquidación de exportaciones, las intervenciones cambiarias o los acuerdos con el FMI son indispensables para sortear la coyuntura. Pero la verdadera fortaleza de las reservas, en un país emergente, se construye con la capacidad de generar divisas de manera sostenida y diversificada. Vaca Muerta, si se encamina con una estrategia coherente y de largo plazo, puede transformar ese silencio en una señal de solidez: pasar de reservas que callan por falta de respaldo a reservas que hablan por la fortaleza de la economía real.
Presidente electa de Cladea.