Donald Trump insistió este martes en que no enviará tropas estadounidenses para defender Ucrania y considera “imposible” que Kiev recupere Crimea o llegue a integrar la Otan. Al mismo tiempo, promueve un encuentro directo entre Vladimir Putin y Volodimir Zelenski como vía pragmática para poner fin a la guerra. Pero, según un informe de Barry Hatton y Katie Davies, analistas de Associated Press (AP), los obstáculos reales para un acuerdo de paz son múltiples y profundos.
Uno de los principales escollos es el estatus de Crimea y de las regiones ucranianas ocupadas por Rusia desde 2014 y 2022. Moscú insiste en que forman parte de la Federación Rusa y descarta cualquier devolución. Kiev mantiene como principio innegociable la recuperación de su integridad territorial.
El inquilino de la Casa Blanca sostiene que la restitución de Crimea es “imposible”, lo que supone aceptar la posición rusa. Para Zelenski, en cambio, renunciar a esos territorios equivaldría a legitimar una violación del derecho internacional y debilitar la soberanía nacional. Ese dilema convierte la cuestión territorial en un nudo casi imposible de desatar en una mesa de negociación.
Otro obstáculo señalado por Hatton y Davies es la seguridad futura de Ucrania. Kiev busca mecanismos que impidan nuevas agresiones, ya sea mediante la adhesión a la Otan o a través de compromisos multilaterales. Moscú rechaza ambas opciones y considera cualquier ampliación de la Alianza Atlántica como una amenaza existencial.
La promesa de Trump de bloquear el ingreso ucraniano a la alianza atlántica se alinea con los intereses del Kremlin, pero dejaría a Kiev sin un marco claro de protección. Una paz firmada en esas condiciones sería frágil y vulnerable a nuevas ofensivas.
Justicia y reconstrucción
La exigencia de justicia también complica cualquier diálogo. Organismos internacionales documentaron ataques a civiles, ejecuciones y bombardeos indiscriminados. Ucrania reclama que los responsables sean llevados a tribunales internacionales.
Rusia rechaza toda investigación sobre su ejército y desconoce la legitimidad de la Corte Penal Internacional. Un acuerdo que ignore estas demandas podría ser cuestionado tanto por la sociedad ucraniana como por la comunidad internacional.
Además, la guerra devastó la infraestructura ucraniana: redes energéticas, viviendas, hospitales y caminos. La reconstrucción demandará cientos de miles de millones de dólares. Kiev espera que Rusia asuma parte sustancial de esos costos.
El Kremlin, afectado por sanciones, no tiene intención de financiar a un país al que considera hostil. La falta de consenso sobre quién pagará la posguerra constituye otro freno a cualquier acuerdo duradero.
Los analistas consideran también que las percepciones internas condicionan a los líderes. Putin basa su legitimidad en la narrativa de haber recuperado territorios “históricos” y difícilmente pueda ceder sin debilitar su poder. Zelenski, por su parte, enfrenta una sociedad golpeada por la invasión y que exige restitución territorial y justicia.
Cualquier concesión amplia sería vista como traición. Este clima interno limita la capacidad de ambos gobiernos para alcanzar compromisos que puedan sostenerse en el tiempo.
Mientras tanto, el mayor conflicto bélico en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial, iniciado con la invasión rusa a gran escala en febrero de 2022, permanece atrapada en un equilibrio precario entre desgaste militar y falta de perspectivas políticas.
El papel de Occidente
En el actual escenario, la Unión Europea y Estados Unidos juegan un rol determinante. Washington debate su nivel de implicación, con Trump defendiendo un repliegue de compromisos militares, mientras Bruselas sostiene la ayuda financiera y militar a Kiev.
Países como Polonia y los Estados bálticos rechazan cualquier solución que consolide el control ruso sobre territorios ocupados. Su presión busca evitar acuerdos que interpreten como capitulaciones.
En este escenario, la propuesta de un encuentro entre Putin y Zelenski aparece como un gesto político relevante, pero insuficiente por sí solo. La experiencia demuestra que las cumbres de alto nivel solo funcionan si existen consensos técnicos previos, compromisos verificables y garantías internacionales.
Sin esas condiciones, el riesgo es que una reunión se convierta en un acto simbólico sin resultados concretos. Para Hatton y Davies, la magnitud de los obstáculos hace improbable alcanzar una paz rápida o definitiva.