Cada vez más solo, más aislado, más criticado. Cada vez más complicado política y judicialmente. Así está el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a quien sus dotes de malabarista le permitieron ser la figura predominante de la política del país durante 30 años, 17 de ellos al frente del gobierno.
Durante ese tiempo supo catalizar -y manipular- las urgencias y las debilidades de una sociedad jaqueada y moldeada durante décadas por la justificada necesidad de preservación y autodefensa, pero sumida hoy en una encrucijada desesperante, ante una crisis humanitaria sin precedentes en Gaza.
En toda su carrera, Netanyahu se las ingenió para salir de cada obstáculo redoblando la apuesta, en aras, casi siempre, de sus propios intereses.
El 7 de octubre de 2023 fue uno de esos puntos de inflexión traumáticos para Israel, que él supo aprovechar. Ese día ocurrió la masacre perpetrada por Hamás en Israel, a través de Gaza, en la que el grupo terrorista asesinó a más de 1.200 israelíes y extranjeros. Entre ellos, más de 350 jóvenes que participaban en el festival de música de Re’im y cientos de civiles en los asentamientos fronterizos. De las 240 personas secuestradas, 53 siguen cautivas, aunque no todas estarían vivas.
A partir de la masacre, Netanyahu tuvo entonces, como era de esperar, un consenso masivo para llevar a cabo sus acciones, eludiendo incluso el debate sobre las responsabilidades oficiales en las fallas de la defensa, que no pudieron impedir el ataque.
La gran incógnita es si, esta vez, logrará sortear las complicaciones que enfrenta, y si los mismos sectores que lo apoyaron en otras ocasiones seguirán tolerando sus decisiones.

Juicio por corrupción y acusaciones internacionales
Netanyahu enfrenta desde 2020 un juicio por tres causas de corrupción conocidas como los casos 1000, 2000 y 4000. Se lo acusa de fraude, de recibir sobornos y de abuso de confianza, incluyendo beneficios a empresarios a cambio de una cobertura favorable en medios.
En diciembre de 2024 comenzó a declarar, y el proceso judicial podría extenderse hasta 2026.
A esto se suman acusaciones más graves, fuera de Israel: la Corte Penal Internacional emitió una orden de arresto contra él por presuntos crímenes de guerra cometidos durante la ofensiva en Gaza, que ya dejó más de 38 mil muertos, en su mayoría civiles. La orden limita sus movimientos diplomáticos y profundiza su aislamiento internacional.
A esto se le suma la última desavenencia con el presidente de EE.UU., Donald Trump, a partir del conflicto con Siria. Israel lanzó ataques aéreos contra edificios gubernamentales en Damasco el 16 de julio, en respuesta a la intervención del ejército sirio contra la comunidad drusa en Suweida del sur de Siria.
La acción buscaba frenar el avance de tropas sirias hacia zonas limítrofes, para proteger a los drusos.
El gobierno estadounidense criticó las acciones israelíes e informó que “podrían socavar lo que Trump intenta lograr”.
El ataque a Irán y la guerra en Gaza
En junio de 2025, Netanyahu ordenó una ofensiva unilateral contra instalaciones nucleares iraníes. La operación fue inicialmente rechazada por Estados Unidos, pero terminó siendo respaldada tras su ejecución. Esta acción le permitió reposicionarse como garante de la seguridad nacional ante una amenaza externa.
Con ese golpe, Netanyahu buscó revivir el “efecto escudo”: la percepción de un líder fuerte frente al peligro. Sin embargo, ese impulso comenzó a diluirse cuando la guerra en Gaza volvió al centro de la escena.
Pese a las presiones internas y externas, Netanyahu insiste en sostener una estrategia de “victoria total” en Gaza. Rechazó hasta ahora cualquier acuerdo de alto el fuego, incluso si eso implica demorar la liberación de los rehenes israelíes aún en manos de Hamas.
La delegación israelí acaba de abandonar las negociaciones que se llevaban a cabo en Qatar, y no está claro cómo continuarán.
Este enfoque genera fuertes divisiones dentro de Israel. Familiares de los secuestrados lo acusan de anteponer su supervivencia política al bienestar de las víctimas.
La continuidad del conflicto, sin un plan de reconstrucción ni salida política clara, incrementa las críticas incluso desde sectores tradicionalmente alineados con el gobierno.
Protestas masivas y una sociedad polarizada
Desde principios de año, las calles de Tel Aviv, Jerusalén y otras ciudades se llenaron de manifestantes que exigen la renuncia de Netanyahu. Las protestas fueron lideradas por familiares de rehenes, líderes de la oposición y una gran parte de la sociedad israelí, que denuncia una gestión errática, autoritaria y personalista.
También han crecido las críticas por su intento de interferir con el Poder Judicial. El despido de funcionarios clave y su negativa a cooperar con investigaciones internas sobre el manejo de la guerra en Gaza reavivan esa polémica.
Una coalición cada vez más frágil
El gobierno de Netanyahu se sostiene sobre una coalición de partidos de derecha, ultraortodoxos y nacionalistas, que necesita al menos 61 de los 120 escaños para que el gobierno no caiga.
La integran el Likud (su partido), Shas, Judaísmo Unido de la Torá, Sionismo Religioso y Otzma Yehudit, liderados por figuras ultraconservadoras como Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir.
Pero las tensiones internas provocaron rupturas significativas. En junio de 2024, Benny Gantz —quien se había sumado al gabinete de emergencia tras el ataque de Hamas en 2023— se retiró del gobierno junto a su partido, Unidad Nacional.
Recientemente, los dos principales partidos ultraortodoxos también anunciaron que abandonarán -aunque aún no oficialmente- la coalición por disputas sobre el servicio militar obligatorio.
Uno de ellos es Shas, el partido ultraortodoxo sefaradí, que desea mantener las amplias exenciones del servicio militar para sus votantes. Lo mismo que pretende el partido Judaísmo Unido de la Torá.
El servicio militar es obligatorio para la mayoría de los israelíes judíos. Un arreglo de décadas otorgó exenciones a los ultraortodoxos, cuando eran muy pocos. Pero, con los años, se transformaron en miles y crearon profundas divisiones en Israel.
Además, el sector de ultraderecha de la coalición se opone a poner fin a la guerra de 21 meses en Gaza mientras Hamas siga intacto.
¿Qué se espera en los próximos meses?
Aunque Netanyahu logró aprobar el presupuesto nacional en marzo -lo que técnicamente le permitiría seguir hasta 2026-, su capacidad de sostenerse depende de que la coalición no se desmorone más.
El escenario más probable sería una convocatoria anticipada a elecciones si no logra recomponer su base legislativa.
Las encuestas actuales ubican por delante a Benny Gantz y a otros líderes opositores como Yair Lapid y Avigdor Lieberman. Sin embargo, la fragmentación del sistema político israelí y las lealtades cruzadas volverían incierto cualquier resultado.
Netanyahu aún apuesta a sobrevivir. Confía en que un eventual acuerdo con Arabia Saudita, o un avance militar decisivo en Gaza le devuelvan capital político.
Pero cada día que pasa con rehenes sin liberar, con víctimas acumulándose y con una justicia que avanza sobre él, las chances no parecen favorecerle.
DESPIECE
Israel, los países árabes y el (des)equilibrio regional
Históricamente, sólo dos países árabes firmaron acuerdos de paz plenos con Israel en el siglo 20. Egipto (1979) fue el primer país árabe en reconocer formalmente a Israel, tras los Acuerdos de Camp David y la retirada israelí del Sinaí.
El segundo fue Jordania (1994), cuando se firmó la paz en el marco del proceso de Oslo, que se convirtió en un socio estratégico en la frontera oriental.
En 2020 se produjo un giro significativo con los llamados Acuerdos de Abraham, impulsados por la primera administración de Donald Trump. A partir de ellos, Israel normalizó relaciones con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos.
Estos acuerdos priorizaron intereses económicos y de seguridad comunes, frente a la creciente influencia de Irán.
Pero pese a estos avances, la mayoría de los países árabes aún no reconoce formalmente a Israel. Sin embargo, las posturas se han vuelto más pragmáticas, guiadas por intereses geopolíticos y estratégicos.
Arabia Saudita, aunque aún no firmó la paz, ha mantenido contactos indirectos con Israel y estuvo cerca de formalizar relaciones antes del estallido del conflicto en Gaza, en 2023.
Actualmente, el reino wahabita mantiene un equilibrio delicado: condena los ataques a civiles palestinos, pero no rompe del todo el diálogo con Occidente e Israel.
Omán y Kuwait plantean una distancia diplomática mayor, aunque participaron en foros regionales en los que Israel estuvo presente.
Líbano y Siria siguen formalmente en guerra con Israel. En el caso sirio, la ocupación israelí de los Altos del Golán y la cercanía de Irán hacen imposible un acercamiento. En Líbano, la influencia de Hezbollah condiciona cualquier diálogo.
En general, los países árabes moderados se debaten entre las presiones internas por la causa palestina y sus necesidades geopolíticas de cooperación en defensa, tecnología y comercio.
Qatar: el mediador silencioso
Desde el inicio del conflicto en octubre de 2023, Qatar jugó un rol crucial como mediador entre Israel y Hamás. A pesar de no tener relaciones diplomáticas oficiales con Israel, Doha sirvió de canal para negociaciones indirectas.
Qatar facilita las rondas de negociación para intercambios de rehenes y treguas temporales, en coordinación con Egipto y Estados Unidos.
Además, financia desde hace años infraestructura civil en Gaza, lo que le otorga cierta influencia sobre Hamás.
Su rol no está exento de controversias: Israel y varios actores internacionales cuestionan los vínculos de Qatar con líderes del ala política de Hamás, que residen en Doha.
Qatar actúa, en este sentido, como puente entre el mundo árabe, Occidente y los grupos islamistas, una posición ambigua pero efectiva en términos diplomáticos.
Irán y la lucha por el liderazgo islámico
Irán representa el principal enemigo estratégico de Israel en la región. Su respaldo directo a grupos terroristas como Hezbollah (Líbano), Hamás (Palestina) y los hutíes (Yemen) forma parte de una estrategia de “resistencia” contra la influencia israelí y estadounidense.
Irán también compite con Arabia Saudita, Egipto y Turquía por el liderazgo del mundo islámico. Esta rivalidad se manifiesta en distintos planos: en el ideológico-religioso, Irán lidera el islam chiita, mientras Arabia Saudita encabeza el eje sunita.
En el plano geopolítico, compiten por influencia en Siria, Irak, Líbano y el Golfo.
La reciente ofensiva israelí contra instalaciones nucleares iraníes marcó una escalada sin precedentes, con el aval tácito de varios países árabes que también temen el avance de Irán.
No por nada fue abrumador el silencio de muchos de estos países durante esa operación de 12 días.