Dick Cheney, quien ejerció como vicepresidente de Estados Unidos entre 2001 y 2009, y figura central en la política de Washington durante décadas, murió este martes a los 84 años de edad. Su deceso se produjo debido a complicaciones derivadas de una neumonía y de problemas cardiovasculares.

Conocido por su influencia en los salones de la Casa Blanca, Cheney marcó una era en la política intervencionista de Estados Unidos. Su presencia fue significativa durante la presidencia de George W. Bush, un período marcado por los atentados del 11 de septiembre de 2001.
En un sentido muy general, la figura de Cheney representaba al hombre blanco conservador de los Estados Unidos profundo. Sin embargo, nunca le agradó Donald Trump, a quien criticó una y otra vez, e incluso llamó a votar en su contra en las últimas elecciones presidenciales.
Nacido el 30 de enero de 1941, en Lincoln, Nebraska, Cheney se crio en Casper, Wyoming. Tras un año con bajas calificaciones en la Universidad de Yale, regresó a Wyoming, donde finalmente se matriculó en la Universidad de ese estado y se casó con su novia de la escuela secundaria, Lynne Anne Vincent, en 1964.
Maestro de la influencia
Su entrada en la política de Washington se produjo en 1968, como becario del Congreso. Enseguida se convirtió en un protegido de Donald Rumsfeld.
Durante la presidencia de Gerald Ford, ascendió hasta convertirse en el jefe de Gabinete más joven de la historia, a los 34 años, cargo que ocupó durante 14 meses.
Cheney regresó a Wyoming y se postuló y ganó el único escaño de ese estado en el Congreso. Durante esa primera etapa de su carrera, sufrió un leve ataque al corazón. Como congresista, fue un miembro profundamente conservador y el número dos republicano de la Cámara.

Su carrera en el poder Ejecutivo continuó bajo el presidente George H. W. Bush. De 1989 a 1993, Cheney sirvió como secretario de Defensa (jefe del Pentágono).
Durante este mandato, supervisó la invasión estadounidense de Panamá (“Operación Causa Justa”), que movilizó a 26 mil soldados para capturar a Manuel Antonio Noriega.
También dirigió el Pentágono durante la Guerra del Golfo Pérsico (1990-1991), conocida como la “Operación Tormenta del Desierto”, que logró la retirada de las tropas iraquíes de Kuwait.
En el período entre las administraciones de los dos Bush, Cheney pasó al sector privado, donde sirvió como consejero delegado de Halliburton, una multinacional de ingeniería y construcción para la industria petrolera, durante la presidencia del demócrata Bill Clinton.
Director de operaciones
En 2000, George W. Bush le encargó a Cheney la tarea de seleccionar a su compañero de fórmula. Cheney, famoso por su astucia, terminó asumiendo él mismo la candidatura.
Tras una prolongada batalla postelectoral en 2000, que dejó a la nación en el limbo durante semanas, Cheney se hizo cargo de la transición presidencial antes de que se confirmara la victoria.
Como vicepresidente, Cheney redefinió el puesto, convirtiéndolo en una red de canales secundarios para influir en políticas clave, abandonando la naturaleza ceremonial que históricamente tuvo el cargo.
Se convirtió, en efecto, en el director de operaciones de la presidencia de Bush hijo. Asumió una postura de “halcón” republicano. Él y Bush establecieron un pacto no hablado, que otorgaba a Cheney un poder comparable en algunos aspectos al de la presidencia.
Su servicio se vio definido por la era del terrorismo. Tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, Cheney tomó el control de la crisis desde el búnker de la Casa Blanca. Ante la ausencia de Bush, asumió un rol que no quiso abandonar.
En los meses posteriores, operó desde ubicaciones no reveladas, separado de Bush, para asegurar que uno de los líderes sobreviviera a cualquier ataque posterior contra el liderazgo del país.
Arquitecto del antiterrorismo
Cheney se erigió como un actor fundamental en la respuesta a los atentados, siendo el artífice de la “guerra contra el terror”. Promovió ataques contra los talibanes en Afganistán.
Su legado político está marcado por la invasión preventiva de Irak en 2003. Orquestó el argumento para el ataque aduciendo el desarrollo de supuestas armas de destrucción masiva (ADM) y la vinculación del dictador iraquí, Sadam Hussein, con Al Qaeda y el 11-S.
Posteriormente, se demostró que este pretexto era falso. A pesar de los errores en sus proyecciones sobre la guerra, incluida la declaración de que las tropas estadounidenses serían recibidas como liberadoras, Cheney nunca perdió la convicción en sus decisiones.
La etapa de la “guerra contra el terror” impulsada por Cheney llevó a una generación de estadounidenses a luchar en Irak, Afganistán, Yemen y Somalia, en lo que se conoció como las “guerras para siempre”.
La violencia directa resultante de la guerra en Irak, Afganistán, Siria, Yemen y Pakistán ha causado la muerte de al menos 800 mil personas desde 2001.
La respuesta a los ataques de 2001 llevó a una remodelación del aparato de inteligencia. Cheney defendió consistentemente las herramientas extraordinarias de vigilancia, detención e inquisición.
Esto incluyó el espionaje interno de la “Patriot Act”, la construcción de la prisión de la Base Naval de Guantánamo en Cuba, y la red de ‘black sites’ de la CIA.
Los detenidos en Guantánamo fueron sometidos a interrogatorios que la Administración de Barack Obama rechazó posteriormente por considerarlos tortura. Incluso después de dejar el cargo, Cheney continuó defendiendo el uso de la tortura contra los detenidos.
Cheney fue una figura clave en el refuerzo del Poder Ejecutivo, promoviéndolo como un poder unitario con más fuerza que el Legislativo y el Judicial en situaciones excepcionales. Su interpretación extensiva de la autoridad presidencial llevó a reformas de los derechos civiles de gran importancia.
Hacia el segundo mandato de Bush, la influencia de Cheney disminuyó, en parte debido a que los tribunales fallaron en contra de los esfuerzos que él defendió para ampliar la autoridad presidencial y otorgar un trato severo a los sospechosos de terrorismo.
Vida personal y la era Trump
La salud de Cheney fue un tema recurrente a lo largo de su carrera. De 1978 a 2010, sufrió cinco ataques al corazón. En 2001, se le implantó un marcapasos, y en 2012 se sometió a un trasplante de corazón.
Años antes, había desactivado la función inalámbrica de su desfibrilador por temor a que los terroristas pudieran enviarle una descarga fatal a distancia.
En 2006, durante una cacería, Cheney disparó accidentalmente a su compañero, Harry Whittington, en el torso, cuello y cara. El vicepresidente llamó al evento “uno de los peores días de mi vida”, y la divulgación de los hechos fue lenta.
En sus últimos años de vida, Cheney se volvió un crítico de Donald Trump y del Partido Republicano que este cambió desde dentro. En 2024, rechazó abiertamente lo que representaba Trump, pidiendo el voto para la candidata demócrata, Kamala Harris.
Junto con su hija, Liz Cheney, que ocupó el mismo escaño en la Cámara que él había tenido, se alineó en la crítica a los intentos de Trump por mantenerse en el poder después de su derrota electoral.
Cheney afirmó que sentía el deber de “anteponer el país al partidismo para defender nuestra Constitución” y que no se podía sobreestimar la importancia del 6 de enero de 2021.
Repercusiones
Al conocerse el fallecimiento, el expresidente George W. Bush lamentó la muerte como una “pérdida para la nación”, elogiando su “presencia serena y firme en la Casa Blanca en medio de grandes desafíos”.
Bush indicó que la historia recordaría a Cheney como “uno de los mejores servidores públicos de su generación”.
La exsecretaria de Estado Condoleezza Rice también expresó su tristeza, calificándolo como un “patriota inquebrantable” y un mentor que ayudó a trazar un rumbo para proteger a Estados Unidos tras el 11-S.

Cheney fue uno de los vicepresidentes más influyentes en la historia de Estados Unidos. Le sobreviven su esposa, Lynne, y sus hijas Liz y Mary

























