La ruptura entre Donald Trump y Elon Musk dejó de ser un desacuerdo interno guardado bajo siete llaves para convertirse en una guerra abierta entre dos de los hombres más poderosos de Estados Unidos. Lo que comenzó como una colaboración estratégica –con Musk como aliado tecnológico y financiero clave del movimiento Maga (Make America Great Again, “Que Estados Unidos vuelva a ser grande”– derivó en una batalla pública sin cuartel que se libra casi exclusivamente a través de sus respectivas plataformas sociales: Truth Social y X (antes Twitter).
La disputa no solo tiene consecuencias personales, sino políticas, económicas e ideológicas. El actual presidente de Estados Unidos pierde a un poderoso aliado empresarial; mientras Musk, el hombre más rico del mundo, sufre un deterioro evidente de su imagen dentro del conservadurismo. Un sondeo exprés de YouGov de esta semana muestra que el 71% de los votantes republicanos apoyan a su líder en esta disputa. En paralelo, las acciones de Tesla se desplomaron un 13% desde que comenzó el enfrentamiento, y Musk es visto con creciente desconfianza por los votantes republicanos más tradicionales.
Tensiones acumuladas
Todo estalló tras meses de tensiones acumuladas. Musk había sido incorporado como asesor presidencial dentro del llamado “Departamento de Eficiencia Gubernamental”, una comisión que buscaba reducir el tamaño del Estado eliminando agencias federales, como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid, por sus siglas en inglés). Sin embargo, su protagonismo generó choques internos, particularmente con el secretario de Estado Marco Rubio. El New York Times reveló una discusión entre ambos en el Despacho Oval, minimizada por la Casa Blanca, pero confirmada por fuentes cercanas al inquilino de la Casa Blanca.
El punto de quiebre llegó en marzo, durante las elecciones al Tribunal Supremo de Wisconsin. Musk lanzó una masiva campaña de apoyo al candidato conservador Brad Schimel, al que calificó como esencial para “la civilización occidental”. El fracaso del juez, derrotado por su rival liberal, dañó aún más la credibilidad política de Musk. El Partido Demócrata no tardó en aprovecharlo: “Musk es ahora una figura tóxica para los republicanos”, declaró Ben Wikler, presidente demócrata en Wisconsin.
Fisuras
La alianza entre Trump y Musk ya venía resquebrajándose desde finales de 2024, cuando ambos impulsaron una iniciativa para facilitar visados a trabajadores calificados, algo que encendió las alarmas del ala nativista del movimiento Maga. Hasta entonces, Musk era casi intocable: había contribuido con unos U$S 250 millones a la campaña de Trump, un récord absoluto, y su influencia en la derecha tecnológica era clave.
A mediados de abril, Musk intentó recular: en una llamada con inversores anunció que se alejaría del Doge para centrarse en Tesla. Pero lejos de calmarse, el conflicto escaló tras la aprobación por el Congreso de la nueva ley presupuestaria de Trump. El magnate de origen sudafricano la calificó de “abominación” y denunció que aumentaría el déficit en más de U$S 2 billones para 2034, lo que, dijo, generará una recesión en la segunda mitad del año.
A partir de ahí, la pelea pasó del terreno político al personal. Musk utilizó su red social X para lanzar una batería de mensajes incendiarios. Compartió encuestas sobre fundar un tercer partido político, amplificó pedidos de destituir a Trump, y llegó a insinuar que el presidente estaría relacionado con Jeffrey Epstein, un magnate de las finanzas condenado en 2008 por prostituir a menores de edad.
Atrapados en la disputa
Los líderes de opinión del movimiento Maga, atrapados en medio del enfrentamiento, se vieron forzados a tomar partido o pedir una tregua.
En contraste, Trump optó por una postura más mesurada, aunque sin ocultar su malestar. Los integrantes de “la mesa chica” del mandatario norteamericano trabajan con sigilo para poner paños fríos al conflicto. Según el medio especializado Político, se están explorando caminos hacia una reconciliación o, al menos, un pacto de no agresión. Trump, en el poder, comprende mejor que nadie el valor estratégico de no cerrar puertas de manera definitiva.
Esta guerra entre dos pesos pesados desnudó la fragilidad del ecosistema conservador que ambos ayudaron a construir. Lo que debía ser una alianza de poder –la política populista de Trump respaldada por el capital tecnológico de Musk– se convirtió en un espectáculo público que daña a ambos y amenaza con dividir al movimiento.
A corto plazo, Trump parece salir mejor parado. Controla el aparato del Estado, tiene a la base republicana de su lado y aún domina la narrativa. Pero el daño ya está hecho: el fuego cruzado entre estos dos gigantes sembró incertidumbre en un año crucial para el futuro político del país más poderoso del planeta. Si algo demuestra esta pelea es que ni siquiera en la cima del poder hay espacio para egos compartidos.
