Los informes contundentes de Michelle Bachelet, en su rol como alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos entre 2019 y 2022, que documentan graves violaciones a los derechos humanos en Venezuela; las acusaciones recientes de Donald Trump, que asocian al régimen venezolano con el narcotráfico; y las amplias críticas internacionales por las irregularidades en las elecciones presidenciales de julio de 2024, han creado un ambiente de extrema tensión e inestabilidad en la cuenca del mar Caribe.
Una intervención militar terrestre de Estados Unidos en Venezuela podría desatar un caos generalizado en todo el hemisferio.
Escalada con consecuencias
Sin embargo, a diferencia de Irak en 2003, el accidentado relieve selvático venezolano, junto con sus alianzas estratégicas con Rusia e Irán, pueden convertir cualquier operación en un desafío prolongado y costoso.
Esta escalada no sólo arriesgaría un conflicto regional, sino que podría precipitar una catástrofe humanitaria de proporciones inéditas, con oleadas de millones de desplazados saturando las fronteras de Colombia y Brasil.
Estas consideraciones emergen directamente del anuncio del presidente Donald Trump, formulado el 2 de diciembre de 2025 durante una sesión de preguntas y respuestas en una reunión de gabinete en la Casa Blanca, en la que advirtió que los ataques terrestres selectivos contra objetivos narcotraficantes en Venezuela —vinculados al régimen de Maduro— comenzarían “muy pronto”, con el fin de desmantelar redes de “narcoterrorismo” y frenar el flujo de drogas que, según él, amenaza la seguridad de Estados Unidos.
Factores del conflicto
Los motivos detrás de esta escalada son multifacéticos, pero se anclan en una combinación de intereses geopolíticos, económicos y domésticos.
En primer lugar, la crisis migratoria venezolana, exacerbada por la hiperinflación y la represión política, ha generado alrededor de 7,9 millones de desplazados desde 2014, según la ONU.
Trump ve en esto una amenaza existencial: la suspensión de procesos de residencia y ciudadanía para migrantes venezolanos paraliza miles de solicitudes pendientes.
“La ciudadanía es un privilegio, no un derecho”, declaró Matthew Tragesser, portavoz del Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos, subrayando la paranoia securitaria que permea la Casa Blanca.
El segundo factor es geoeconómico. Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del mundo, estimadas en 303 mil millones de barriles, un botín que Estados Unidos codicia desde la era Chávez.
Durante la presidencia de Maduro, la producción petrolera ha caído a la mitad, pero las sanciones estadounidenses no solo no han logrado destituirlo, sino que lo estimularon a consolidar alianzas con China y Rusia, que le suministran apoyo.
Trump, asesorado por halcones como el exsecretario de Defensa Mark Esper, argumenta que una intervención terrestre restauraría el flujo de crudo estable.
El tercer elemento son las dinámicas internas de Estados Unidos. Con las elecciones de medio término de 2026 en el horizonte, Trump capitaliza el descontento antiinmigrante en estados clave como Texas y Florida, donde la diáspora venezolana es ruidosa, pero presenta divisiones.
La orden ejecutiva, que extiende suspensiones de asilo iniciadas en enero, ha generado caos: abogados reportan cancelaciones masivas de audiencias para venezolanos, dejando familias hundidas en la desesperación. No obstante, esto no detiene la migración; todo lo contrario, la potencia, empujando a más personas hacia rutas de mayor peligrosidad.
Posibles consecuencias de una guerra
Las repercusiones de una intervención militar estadounidense en la región serían devastadoras, desencadenando un efecto dominó de inestabilidad que podría redibujar el tablero geopolítico de América latina.
Una invasión terrestre provocaría un conflicto asimétrico prolongado, donde las Fuerzas Armadas Bolivarianas —con unos 120 mil efectivos regulares, respaldadas por milicias y mercenarios— podrían montar una feroz resistencia en la densa selva del Orinoco, lo que extendería la guerra durante meses o incluso años.
Como ya alertaron en su momento el general Mark Milley y otros altos mandos del Pentágono, una operación terrestre en Venezuela repetiría el patrón de los grandes “pantanos militares” estadounidenses. Esto significa: conflicto prolongado, costoso en vidas y sin victoria rápida a la vista.
Colombia, ya saturada con 2,8 millones de refugiados venezolanos, enfrentaría una avalancha adicional, tanto que colapsaría su sistema de salud y su economía.
Su presidente, Gustavo Petro, rechaza cualquier agresión e intervención militar.
En Brasil, Lula da Silva ve amenazada su frontera amazónica. A nivel global, la Unión Europea y la OEA han condenado la retórica trumpista advirtiendo sanciones, mientras China e Irán podrían escalar suministros a Maduro, convirtiendo a Venezuela en un escenario donde las potencias protagonizan la versión moderna de la Guerra Fría.
En términos humanitarios, la ONU estima hasta 5 millones de nuevos desplazados, lo que exacerbaría crisis en la región.
Urgencia diplomática
Nicolás Maquiavelo señala en El Príncipe que el éxito o el fracaso de un gobernante no se mide por la moralidad de sus medios, sino por los resultados.
Un triunfo de Trump en Venezuela podría alentar nuevas intervenciones en Nicaragua o Cuba; pero un descalabro, lo debilitaría y profundizaría las divisiones internas de Estados Unidos.
En conclusión, aunque Trump defiende su accionar como un acto de defensa nacional, su anuncio es el preludio de una era de confrontación abierta.
Urge una diplomacia multilateral para desescalar el conflicto, mediación de la ONU y alivio de sanciones condicionado a elecciones libres en Caracas.
América latina, una región resiliente pero frágil, conoce muy bien los efectos que significaría otro capítulo de intervencionismo estadounidense.
Es posible que, en el corto plazo, líderes como Petro y Lula eleven sus voces para promover coaliciones que prioricen la paz sobre el petróleo y que permitan sortear la disyuntiva “guerra o exilio”.
Analista internacional, especialista en Defensa y docente de Ciencia Política
