Kiev, Ucrania. Enviado especial. Pese a que los combates se centran a algunos kilómetros de distancia, la guerra se palpa en cada rincón de Kiev. En los rostros de los ucranianos, pero también en la decena de periodistas con los que compartimos uno de los hoteles en la capital del país atacado por Rusia desde hace 25 días. Hay dos reporteros argentinos, un norteamericano, un alemán, un salvadoreño, dos eslovacos y algunos polacos.
Cada tanto se escuchan las alarmas y también fuertes explosiones, que se mezclan con el inconfundible sonido de los disparos continuos de ametralladoras. Aunque el cuerpo se acostumbra, en Kiev es imposible estar relajado un minuto. Hasta los efímeros instantes de silencio se viven con tensión.
En la habitación, una cama doble y un pequeño escritorio para redactar y despachar las notas. Recomiendan alejarse de las ventanas y ubicarse en lo posible entre varias paredes.
Nervios en la calle
Las calles de Kiev están casi desiertas. Sólo se ven soldados fuertemente armados y varios puestos donde se somete a toda persona a un riguroso control. Los nervios se palpan en cada rinón.
Casi no circulan automóviles. A excepción del coche que tomamos con la aplicacion Uklon, una especie de “uber” ucraniano que nos traslada a Podilsky, un barrio distante a unos 11 kilómetros del hotel y donde las marcas de la guerra conmueven.
A diferencia del centro de Kiev, allí se ven transeúntes y hay negocios abiertos. Aunque, como en buena parte del país, hay un notorio desabastecimiento de productos.
Pese a que no tiene ninguna importancia militar ni estratégica, Podilsky fue blanco de un fuerte bombardeo que destruyó numerosas construcciones. Abunda el olor a pólvora, a plástico quemado y chatarra quemada. También a podredumbre. Podría decirse que es el olor de la guerra.
Sueños destruidos
Asomarse a una casa destruída por las bombas es sumergirse en un universo de sueños destruidos por un conflicto absurdo. Útiles escolares, ositos de peluche, libros, ropa de niños y adultos, todo cubierto de polvo y desparramado.
Las edificaciones que permanecen en pie quedaron sin puertas ni ventanas, con decenas de muebles estropeados. Hay locales comerciales completamente vaciados por la destrucción y la furia de la guerra.
El trayecto de vuelta, que junto al de la ida tiene un costo de unos 11 dólares, lo transitamos en un completo silencio dentro del auto marca Skoda. Aunque la destrucción no es total, el panorama en las calles de Kiev es desolador. Sin decir una palabra, el chofer apenas nos ofrece una mirada amable al despedirnos.
