“El 7 de octubre aún no ha terminado”, repite una y otra vez Karina Engelbert. “El 7 de octubre no va a terminar hasta que los 59 secuestrados por Hamas y los cuerpos de los asesinados vuelvan a sus casas”.
Entre esos cuerpos, está el de su marido, Ronen, quien murió cuando trataba de defender su casa de los atacantes, en la mañana en que Hamas irrumpió en territorio de Israel, mató a más de 1.200 personas y tomó de rehenes a otras 250.
Karina y Ronen vivían juntos con sus hijos, Mika, Yuval y Tom, en el kibutz de Nir Oz, a sólo 10 kilómetros de la frontera con la Franja de Gaza. Ella y sus hijas fueron secuestradas. Su hijo se salvó porque no estaba en el lugar.
Días en Córdoba
Más 550 días después de aquella fecha, Karina Engelbert está en Córdoba, la ciudad donde nació hace 52 años y de la que se fue junto con sus padres y su hermana, Romina, en 1989. No venía desde 1997. “La verdad es que Argentina y Córdoba nos recibieron con un enorme abrazo, con mucho cariño. Estoy muy emocionada y muy impresionada”, cuenta en su paso por La Voz.
El viaje, por supuesto, nada tiene que ver con la nostalgia y mucho menos con el turismo. Vino con sus hijas, que ahora tienen 19 y 12 años, con la misión de contar lo que pasó aquel 7 de octubre de 2023.
Insiste en que su mensaje no es político, que la política vendrá después, porque ahora lo que le importa es que “los 59 vuelvan a sus casas y la guerra se acabe”.
La narración de su experiencia del ataque al kibutz y de los 52 días que pasó secuestrada es conmovedora. Muchas personas tienden a olvidar los momentos traumáticos. Karina los recuerda con una memoria casi fotográfica.
Uno puede ver el horror a través de sus palabras. La inminencia de la irrupción de los terroristas en su casa. Las sirenas. Los llamados telefónicos. Las bombas. Su marido que toma un arma y les pide a ella y a sus hijas que se refugien en la pieza de seguridad. El tiroteo y los gritos que se escuchan a través de las paredes. La puerta que se rompe. La pelea con los secuestradores. El cuchillazo que le hiere el cuello. La sangre. El enloquecido trayecto en moto, sujetada entre dos palestinos.
El secuestro de las hijas
La experiencia de sus hijas fue aún más terrible. El auto en que las llevaban secuestradas tuvo un accidente apenas salían del kibutz y tanto Yuval como Mika sufrieron heridas y quebraduras. Llegaron desmayadas al túnel donde las escondieron en la Franja de Gaza.
La madre cuenta que, como Yuval se estaba desangrando, “Mika primero pidió, rogó y después exigió que la llevaran a un hospital” a su hermana. Allí le cerraron la herida con papel y con cinta adhesiva.
La mala atención que recibieron dejó secuelas físicas en ambas chicas. “A Mika le cosen la lastimadura, le ponen un yeso o un semiyeso, y ahí terminó lo que recibió de ayuda médica, de vez en cuando le cambiaban la gasa, pero nada más”, narra.
“Y Yuval pasó tres operaciones sola. No voy a contar mucho porque ella no me deja”. Pero lo poco que cuenta alcanza para formarse una idea de lo que sufrió. “Como es alérgica la penicilina, le limpiaban el pie con agua y vinagre”.
Sentido del humor
Madre e hijas recién pudieron reencontrarse 23 días después del secuestro. Karina pensaba que las dos estaban a salvo en Tel Aviv, porque le habían dicho que el islam prohíbe el secuestro de niños.
Sin embargo, un día la condujeron al hospital y ahí las vio, juntas. “Vestidas con ropa de invierno, y hacía mucho calor, sucias, flacas, con el pelo lleno de nudos. Yuval en silla de ruedas, y Mika me mira y me dice: ‘Mami, va a estar todo bien’”.
Karina sostiene que una forma de superar aquella pesadilla es el humor negro. Cuenta que cuando vivía en el kibutz no cerraban la puerta con llave, pero ahora que viven en un edificio sí lo hacen. Un día entra Tom, el hijo que se salvó del secuestro, y ella le dice: “Tom, cierra la puerta con llave.” Y él le contesta: “Pero si ya te secuestraron una vez. ¿Quién te va a secuestrar otra vez?”.
“El humor es la única forma de pasarlo, porque tanto dolor, tanta tristeza, tanta bronca que tienes encima, no hay ninguna forma de pasarlo, sino con un poco de de buen humor”, comenta.
También su marido asesinado tenía un fuerte sentido del humor. Lo describe como un hombre valiente, íntegro, que era un poco “chinchudo”, pero se le pasaba enseguida. Por ese motivo, y porque para ella y para toda la familia es necesario despedirse como corresponde de ese ser querido, Ronen “no se merece estar tirado en un pozo en Gaza”.
Mientras espera el día en que pueda cumplir con ese rito, la misión de Karina Engelbert es explicar por qué el 7 de octubre aún no ha terminado.