Catorce años después de que el terremoto y tsunami de marzo de 2011 provocara la fusión de tres reactores en la central nuclear de Fukushima Daiichi, a unos 64 kilómetros al norte de Japón, la región sigue buscando respuestas a si relacionados los cientos de casos de cáncer de tiroides detectados con la radiación liberada por el desastre.
Las autoridades japonesas, junto con expertos de organismos internacionales como el Comité Científico de las Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas (Unscear), reiteraron consistentemente que la triple fusión no causó efectos a largo plazo sobre la salud. Sin embargo, muchos residentes y una minoría de expertos médicos mantienen un profundo escepticismo, argumentando que las autoridades no demostraron suficientemente sus afirmaciones.
El caso de la joven estudiante
Una joven, que era estudiante de secundaria y vivía fuera de la zona de evacuación en el momento del hecho, es un claro ejemplo de esta controversia. Cuatro años después de la catástrofe, le detectaron un tumor maligno en la tiroides, una glándula vulnerable a las partículas radiactivas. Inmediatamente, un médico le aseguró que no estaba relacionado con el desastre, lo que la llevó a cuestionar cómo se podía juzgar eso sin más revisiones.
Ahora, con 20 años y enfrentando una intensa presión social para no hablar, esta joven se unió a otras seis personas con cáncer en una demanda para reclamar indemnizaciones a Tokyo Electric Power Co. (Tepco), la empresa operadora de la central. Tepco, por su parte, insiste en que no existe una relación científicamente probada entre los cánceres y las partículas radiactivas. La próxima audiencia está programada para el 17 de septiembre, aunque se espera que la sentencia tarde años en llegar.
Programa de detección de cáncer de tiroides
Gran parte de la polémica gira en torno al programa de detección de cáncer de tiroides, el único esfuerzo sistemático a gran escala para evaluar un efecto significativo en la salud tras el suceso.
Este programa, que comenzó siete meses después de la fusión y sigue en marcha, realizó varias rondas de exámenes a personas que eran niños en el momento del desastre. Su enfoque se basó en las lecciones aprendidas del hecho de Chernóbil en 1986, que provocó una proliferación de cánceres de tiroides en niños.

Los resultados de las seis rondas de cribado son impactantes: se detectaron 357 casos de cáncer de tiroides en unas 300 mil personas, con un total de 403 personas diagnosticadas si se incluyen casos detectados por separado. Esta cifra es aproximadamente 25 veces mayor de lo que los médicos esperaban basándose en otros estudios.
A pesar de estas cifras, los expertos médicos que dirigen el programa afirman que el elevado número no refleja un brote de cánceres, sino más bien el descubrimiento de tumores preexistentes gracias a equipos de ultrasonido modernos, un fenómeno conocido como “exceso de cribado”. Según Gen Suzuki, quien dirige el comité de expertos que evalúa los resultados, “lo que descubrimos es que los cánceres de tiroides son más frecuentes de lo que pensábamos”, y la mayoría no requerirían tratamiento al no poner en peligro la salud.
Desconfianza y la necesidad de un estudio comparativo
Esta conclusión del “exceso de cribado” fue respaldada por el gobierno nacional de Japón y organismos de salud globales. Sin embargo, la desconfianza pública en la gestión oficial de la catástrofe de Fukushima está profundamente arraigada, remontándose a los primeros días cuando las autoridades ocultaron la magnitud de las emisiones de radiación. Críticos señalan que el objetivo del programa de detección era “tranquilizar a la opinión pública”, sugiriendo que las conclusiones estaban predeterminadas.

Un punto clave de la controversia es la ausencia de un estudio comparativo a gran escala. El cirujano de tiroides Kazuo Shimizu, quien renunció al comité de supervisión en 2017, afirmó que “sin un estudio de referencia, no hay forma de concluir con seguridad si estos cánceres están o no relacionados con la radiación”.
Además, un examen más detallado de los resultados muestra que las personas que eran niños en ciudades cercanas a la central desarrollaron cáncer en porcentajes tres veces superiores a los que vivían más lejos, aunque Suzuki lo atribuye a una variación aleatoria.
Los expertos médicos coinciden en que un estudio de detección similar en otra parte de Japón, o entre residentes de Fukushima que no eran niños en el momento del hecho, sería crucial para determinar si las cifras actuales son elevadas o no. Sin embargo, los intentos de realizar estudios comparativos fueron suspendidos, y las autoridades se negaron a hacerlo hasta ahora. Toshihide Tsuda, profesor de epidemiología ambiental, sugiere que la industria nuclear presionó al gobierno para que se niegue a financiar dicho estudio porque “no quieren saber la respuesta real”.

La historia de Chernóbil refuerza este escepticismo, ya que las agencias nucleares y sanitarias de la ONU negaron durante años una relación entre el siniestro y los cánceres de tiroides, cambiando su postura una década después tras estudios comparativos.
Presión social y consecuencias personales
Más allá del debate científico y legal, las personas diagnosticadas de cáncer en Fukushima enfrentan una intensa presión social. Los residentes se oponen a cualquier estudio adicional por temor a que afecte negativamente al turismo y la agricultura de la región. La joven demandante, tras una cirugía para extirparle la tiroides, sufrió problemas de salud crónicos y tuvo que dejar su trabajo. Su mayor angustia, sin embargo, es no poder compartir públicamente su historia por miedo a ser atacada en redes sociales, una realidad que, según ella, enfrentan muchos niños de Fukushima.
La cuestión de la causalidad entre los cánceres y el desastre de Fukushima sigue sin resolverse de manera concluyente, dejando a cientos de personas en una búsqueda de respuestas y justicia.