El Papa argentino no fue un reformista impetuoso. Fue un constructor paciente. No buscó imponer cambios de golpe, sino preparar el terreno para que esos cambios puedan sostenerse con el tiempo.
Cuando Jorge Mario Bergoglio se asomó al balcón del Vaticano aquel 13 de marzo de 2013, pocos imaginaron hasta qué punto iba a transformar a la Iglesia Católica. Doce años después, el papa Francisco no sólo dejó una huella profunda en la vida interna del Vaticano, sino que tejió, punto por punto, una arquitectura silenciosa: la de su propia sucesión.
La Iglesia que viene no será igual a la que recibió. Y hay un dato que lo confirma con claridad: de los 138 cardenales que elegirán al próximo Papa, 110 fueron designados por él. Es decir, cuatro de cada cinco.
En otras palabras, Francisco construyó el escenario donde se definirá el futuro del catolicismo. Y lo hizo sin estridencias, con una estrategia paciente y clara.
Durante más de una década, el Papa argentino trabajó para dejar atrás una estructura rígida, con fuertes resistencias internas, para dar lugar a una Iglesia más cercana a los márgenes, menos eurocentrista y más atenta a los problemas reales de las personas.
Lo demostró en cada nombramiento: eligió cardenales de países periféricos, algunos de diócesis que nunca habían tenido representación en el Colegio cardenalicio. Apostó por la diversidad geográfica, cultural y pastoral.
Hoy, ese mapa se vuelve clave. Porque el cónclave -ese ritual antiguo y cerrado, que se realiza en la Capilla Sixtina bajo estrictas normas de secreto- será protagonizado por cardenales moldeados, en buena parte, por la visión de Francisco. No será una elección neutra. Será la continuidad o no de un proyecto.
En el Vaticano se multiplican las especulaciones: por primera vez podría llegar al trono de Pedro un cardenal africano, afrodescendiente, o incluso de Asia. El solo hecho de que eso se discuta ya muestra un cambio de época. La Iglesia, que durante siglos giró en torno de Europa, ahora mira al sur, a Oriente, a las periferias.
Pero más allá de nombres o nacionalidades, lo que está en juego es una orientación. Francisco propuso una Iglesia más humilde, dispuesta al diálogo, volcada a la justicia social y abierta al mundo.
Quien lo suceda tendrá en sus manos seguir profundizando ese rumbo o girar hacia posiciones más conservadoras. Sin embargo, con 110 votos moldeados por Bergoglio, todo indica que el espíritu del papa argentino seguirá presente, aun cuando ya no esté.
Legado
La fumata blanca que anuncie al nuevo pontífice será, como siempre, un momento cargado de simbolismo. Pero esta vez también será la señal de hasta dónde llegó la siembra de Francisco.
No fue un reformista impetuoso. Fue un constructor paciente. No buscó imponer cambios de golpe, sino preparar el terreno para que esos cambios puedan sostenerse con el tiempo.
El próximo papa no será un calco de Francisco, pero tampoco podrá ignorar el legado que este dejó. Porque el arquitecto ya trazó los planos. Y los cimientos están colocados.