La energía nuclear vuelve a escena. Lo que hace apenas unos años era símbolo de riesgos y rechazos, hoy es visto como una alternativa útil ante la crisis energética global. Europa, que había iniciado un apagón nuclear tras Fukushima, empieza a encender las luces otra vez. Por caso, Bélgica derogó la semana pasada su ley de abandono atómico y planea construir nuevas centrales. Polonia construye su primera planta. Alemania, que cerró sus últimos reactores en 2023, discute si no fue un error. Italia también recalcula.
La invasión rusa a Ucrania, el precio del gas, la urgencia climática y la necesidad de autonomía energética empujaron a los gobiernos a repensar el papel del átomo. Y ahí volvió a ganar terreno, no como enemigo del ambiente, sino como aliado estratégico.
Argentina, con más de 70 años de experiencia nuclear, no está fuera de ese mapa. Pero mientras el mundo avanza, acá se paraliza. Y aunque hay capacidad técnica y proyectos de punta, la falta de financiamiento y decisiones políticas claras pone en riesgo lo que costó décadas levantar.
De pioneros a postergados
Argentina no llegó tarde al tren nuclear: lo ayudó a construir. Nuestro país tiene tres centrales activas (Atucha I y II, y Embalse, en Córdoba), que generan más del 6% de la electricidad propia. Produce radioisótopos médicos que exporta. Forma científicos de nivel internacional. Y desarrolló un proyecto que pocos países pueden mostrar: el reactor modular Carem, diseñado y construido de manera integral en el país.
El Carem es un reactor de 32 MW eléctricos, pensado para abastecer comunidades alejadas o zonas con demanda intermedia. Es también un ejemplo de soberanía tecnológica: desde su diseño hasta los componentes, todo es argentino. Con un 65% de avance físico, era hasta hace poco la gran apuesta del sector.
Pero hoy está frenado. Y con un futuro cada vez más incierto.
Vaciamiento encubierto
Quien habla de la situación preocupante, sin rodeos, es Adriana Serquis, expresidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), quien dejó su cargo tras la asunción del gobierno de Javier Milei. Desde Bariloche, una de las capitales científicas del país, advirtió que lo que se está haciendo con el sector nuclear “es una estrategia de desmantelamiento con una fachada de modernización”.
“Lo que están prometiendo para el área es imposible de cumplir desde lo técnico y desde lo real”, opinó la doctora en física y actual secretaria de Investigación, Creación Artística, Desarrollo y Transferencia De tecnología de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN).
Y fue más allá: explicó que el Carem, que estaba en etapa avanzada, fue congelado por decisión oficial, y que ahora se pretende reemplazarlo por un modelo experimental sin desarrollo concreto. “Tiene una patente, pero no hay especificaciones técnicas ni un destino definido de construcción”, denunció un mes atrás.
Para la científica, este cambio no es una actualización del plan nuclear, sino un vaciamiento encubierto. Y una pérdida de todo lo construido durante años con esfuerzo del Estado, la comunidad técnica y miles de trabajadores del área.
Mujeres con juego propio
Pese a los recortes, hay señales que muestran el peso internacional de Argentina en el sector. Hace poco, el país fue sede del Programa Lise Meitner, impulsado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (Oiea), que busca fortalecer el liderazgo de mujeres jóvenes en la energía nuclear. Ingenieras de 13 países vinieron a capacitarse, conocer el programa argentino y recorrer instalaciones como el Invap y el Centro Atómico Bariloche.
No es casual: Argentina tiene recursos humanos formados, plantas de producción activas y una historia de cooperación internacional sólida. Lo reconocen desde el exterior. Lo que falta, advierten desde adentro, es decisión política para sostenerlo.
Un símbolo de ese reconocimiento global es Rafael Grossi, actual director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (Oiea), institución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) cuyo propósito es acelerar y aumentar la contribución de la energía nuclear para fines de paz, la salud y la prosperidad en todo el mundo.
Diplomático de carrera, Grossi es en la actualidad una de las figuras más influyentes del ámbito nuclear. Su presencia refuerza la posición del país como actor confiable. Pero también genera una paradoja: mientras Grossi defiende los usos pacíficos del átomo y la cooperación internacional, en su propio país el sector sufre recortes y parálisis.
Ambición con poco sustento
En medio de este panorama, el presidente Javier Milei anunció que Argentina planea construir una cuarta central nuclear y relanzar el Plan Nuclear Nacional. La idea –asegura– es aprovechar la energía atómica para alimentar, entre otras cosas, el crecimiento de la inteligencia artificial y los centros de datos.
El discurso suena ambicioso, pero los especialistas ponen el foco en la distancia entre las palabras y los hechos. Mientras se promete un salto al futuro, el presupuesto de la CNEA (como el de las universidades públicas de todo el país) quedó congelado en valores de 2023. Y los proyectos en marcha -como el Carem- no reciben los fondos que necesitan para seguir avanzando.
“La energía nuclear es una apuesta de largo plazo que necesita planificación, inversión sostenida y estabilidad”, dicen desde el sector. Nada que se pueda improvisar.
¿Y entonces?
Está dicho: Europa vuelve a apostar por la energía nuclear como parte central de su estrategia energética. Lo hace con lógica práctica, sin posturas extremas, y pensando en garantizar el suministro y reducir las emisiones.
Argentina tiene todo para estar a la altura de las circunstancias que se avizoran: experiencia, tecnología y gente capacitada. Pero necesita retomar una planificación seria y sostenida y no quedarse en anuncios rimbombantes pero sin sustento real.