A cuatro días de las elecciones presidenciales, Bolivia transita el último tramo de campaña con un panorama electoral dominado por dos certezas y una gran incógnita. Las tres encuestas publicadas el último fin de semana proyectan una segunda vuelta entre los opositores Samuel Doria Medina (Alianza Unidad) y Jorge “Tuto” Quiroga (Alianza Libre), y reflejan un inusual 30% de indecisos, votos en blanco y nulos, algo poco habitual a esta altura del empeño de los candidatos en carrera para alcanzar el despacho mayor del Palacio Grande del Pueblo, desde donde conducir los destinos del país andino desde el 8 de noviembre próximo hasta igual fecha de 2030.
De confirmarse este escenario, los comicios del domingo venidero marcarían la primera vez que Bolivia dispute un balotaje desde que la figura fue incorporada a la Constitución en 2009. La eventual segunda vuelta está programada para el 19 de octubre. Paralelamente, las previsiones indican que la Asamblea Legislativa quedaría configurada con un bloque mayoritario de derecha, algo inédito en los últimos 20 años.
Sin embargo, el escepticismo hacia las encuestas sigue presente. El antecedente más reciente es el de 2020, cuando las mediciones subestimaron en casi 13 puntos el apoyo a Luis Arce, una de los mayores giros de sufragantes registrado en Latinoamérica, según el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag). Para este instituto dedicado a la investigación, estudio y análisis de los fenómenos políticos, económicos y sociales de la región, los liderazgos que encabezan hoy los sondeos podrían no ser un reflejo exacto del voto nacional. Esta organización integrante del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) advierte que “todas las encuestas parecen medir el mismo universo urbano y accesible, dejando fuera corrientes subterráneas que podrían sorprender el día de la elección”.
Tierra adentro
El voto rural, que representa cerca del 30% del padrón, ha sido históricamente la base de apoyo del Movimiento al Socialismo (MAS).
En un reciente informe publicado en El País, de España, el Celag advierte que las metodologías tradicionales, en especial las telefónicas, no logran captar al 15% de la población sin acceso a celular, segmento con inclinación política definida. Aunque las principales consultoras aseguran haber migrado a entrevistas presenciales para mejorar la cobertura, persisten problemas logísticos: reemplazo de localidades de difícil acceso por otras más convenientes, un ajuste que, según la institución, transforma el error de diseño en un desafío operativo.
El otro gran factor que podría alterar las proyecciones es el peso del voto oculto entre los indecisos y los blancos. Analistas políticos traen a la memoria que este nicho de electores fue decisivo en la victoria de Arce en 2020.
Andrónico Rodríguez, considerado hasta hace unos meses el “delfín político” de Evo Morales, muestra una caída abrupta en las encuestas para determinar la intención de voto. De ocupar el tercer lugar con comodidad, hoy oscila entre el cuarto y el quinto puesto.
Encuestadores atribuyen este declive a dos causas: no haber conseguido unificar a la izquierda y los movimientos populares, y la dificultad de desprenderse de la imagen del MAS, partido que muchos responsabilizan de la crisis económica e institucional actual.
Piedra de discordia
A lo antes dicho, se suma el malestar generado por la designación de Mariana Prado como candidata a la vicepresidencia, por carecer de vínculos con sindicatos o movimientos sociales. La decisión provocó que la Federación de Trabajadores Campesinos de La Paz Tupac Katari retirara su apoyo a Rodríguez. “Nos alejamos de manera definitiva del pacto popular por no respetar la resolución que pedía el cambio de las candidatas”, declaró uno de sus máximos dirigentes, David Mamani.
Por su parte, la Federación Nacional de Cooperativas Mineras de Bolivia expresó una exigencia similar, y el sector minero –clave en el sostén del MAS– parece haberle dado la espalda. Lo mismo ocurre con los cocaleros, pese a que Rodríguez es vicepresidente de su federación. Su superior, Evo Morales, no sólo le negó el respaldo, sino que instó a sus seguidores a anular el voto como gesto de rechazo a unas elecciones en las que está inhabilitado para competir.
A pocos días de la cita con las urnas, Bolivia se enfrenta a un escenario electoral inédito: una oposición fortalecida, un oficialismo fragmentado y una masa de electores indecisos capaz de definir no solo quiénes pasarán a segunda vuelta, sino también el rumbo político del país durante los próximos cinco años.