Para gran parte de los argentinos, Francisco, el primer papa latinoamericano, murió con una cuenta pendiente: no volvió a nuestro país, en su papado de 12 años.
Es un dato de la realidad. Ya irremediable. Aunque Jorge Bergoglio, Francisco, nunca se olvidó de sus orígenes, más allá que la coyuntura política local –según él lo admitió– fue un obstáculo insalvable para su anhelo más sagrado, que sus íntimos le escucharon repetir: volver a pisar Argentina.
Hagan lío: el mensaje del papa Francisco en Río
No pudo o no quiso volver a nuestro país. Se discutió y se seguirá discutiendo, aun en su ausencia física. Pero los argentinos siempre estuvimos en sus pensamientos y acciones. Un hecho lo demostró y La Voz fue testigo.

El 22 de julio de 2013, en su primer viaje al exterior como pontífice, Francisco llegó a la impactante ciudad de Río de Janeiro para presidir la 28ª Jornada Mundial de la Juventud, que se extendió durante una semana.
El papa argentino llevaba sólo 130 días en el sillón principal del Vaticano. Fueron días de febriles en Río, desbordada por más de dos millones de jóvenes de todo el mundo, que vivieron –y disfrutaron– esa semana en las calles.
Emociones fuertes
En ese torbellino que generó en el país vecino –la comunidad católica más grande del mundo– la presencia del flamante líder de la Iglesia, Francisco tuvo un gesto con los más de 50 mil jóvenes argentinos que fueron a verlo, y a celebrar su encumbramiento.
Fuera de la estricta agenda vaticana, Francisco pidió tener una reunión con jóvenes argentinos. El emotivo encuentro se realizó el jueves 25 de julio, en una tarde nublada, en la Catedral San Sebastián, una moderna mole de cemento, de llamativa construcción cónica, de 75 metros de altura, enclavada a pocos metros del corazón financiero (que tanto cuestionó Francisco) de la capital del Carnaval.

Con el fotógrafo Sergio Cejas, enviados especiales de La Voz, fuimos testigos privilegiados, a pocos metros del púlpito, de aquel encuentro que quedó grabado en la historia.
La Catedral carioca quedó chica para albergar a tantos jóvenes, tanto entusiasmo y alegría. Hubo dos mil que pudieron ingresar, y otros más de 20 mil lo vivieron desde afuera.
Francisco ingresó por una puerta lateral de la Catedral. Levantó su brazo derecho y no pudo contener su emoción, ante la ovación de los jóvenes argentinos.
Pasó varios minutos observando, sin interrumpir los cánticos de los jóvenes, que remarcaban que el Papa “era argentino”.
Cuando pudo, después de dominar la emoción, Francisco arrancó su discurso con una frase que marcó su papado. Y a gran parte de los millones de jóvenes católicos de todo el mundo.
“A ustedes que están acá, y a los más de 20 mil que dicen que están afuera, quisiera decirles una cosa: ¿qué es lo que espero como consecuencia de esta Jornada de la Juventud? Espero lío. Acá adentro va a haber lío, pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera… Quiero que la Iglesia salga a la calle, hagan lío…”, arrancó Francisco.
Siguió su mensaje a los jóvenes argentinos, pero que se convirtió en la consigna del 28° Encuentro Mundial de la Juventud.
“Las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir; si no salen se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG. Que me perdonen los obispos y los curas, si algunos después le arman lío, pero es el consejo que les puedo dar. Y gracias por lo que puedan hacer”, trató de estimular a los argentinos.
La definición generó una ovación que duró varios minutos. Cuando Francisco intentaba seguir con su mensaje, los jóvenes lo interrumpían. “El lío” ya se había convertido en un estímulo para millones de católicos, y un sello de su papado: alentar la rebeldía sana de los jóvenes para predicar el Evangelio.
El aceitado aparato de comunicación del Vaticano tomó aquella definición –”hagan lío”– para difundirla como el eje de la reunión mundial de jóvenes. Todos los medios del mundo lo repitieron como el eslogan del evento católico universal.
Aunque Francisco se lo dijo primero a los jóvenes argentinos. Después repitió esa definición –cargada de significado– ante más de dos millones de jóvenes de todo el mundo en la misa central, en la playa de Copacabana, la celebración católica “mais grande do mundo”, según los siempre exagerados y alegres brasileños.
Francisco se despidió con una frase, que fue otra muletilla que acompañó en su estadía en el Vaticano: “Que Dios los bendiga y recen por mí. No se olviden…”, mientras los jóvenes argentinos bramaban, en una Catedral que se parecía a un mini-Maracaná.
Nadie pudo contener las lágrimas. La emoción nos había ganado a todos, en aquella Catedral moderna, convertida en una caldera de emociones fuertes, empezando por Francisco, los jóvenes y todos quienes fuimos testigos de aquel encuentro, presagiamos sería histórico. Lo fue.
Seguramente fue el momento en que Francisco se sintió más cerca de Argentina.