La Semana de las Infancias que en Argentina culminará el próximo domingo es un momento para reflexionar sobre el bienestar de niños y niñas de todo el mundo, una oportunidad para recordar que la infancia es una etapa crucial de la vida que debe ser protegida y celebrada.
Para millones de chicos y chicas, esta es una época de regalos, juegos y momentos de alegría. Sin embargo, la dura realidad es que muchos no pueden disfrutar de este tiempo como deberían debido a las consecuencias de conflictos armados, desplazamientos forzados o crisis humanitarias.
Organizaciones como Médicos Sin Fronteras (MSF) y Unicef nos alertan sobre el creciente impacto de las guerras y las crisis en la infancia. A lo largo de 2024, las cifras de niños afectados por conflictos armados alcanzaron niveles alarmantes, afectando a más niños que nunca.
Unicef estima que en la actualidad más de 473 millones de niños viven en zonas de conflicto o desplazados por la violencia, lo que representa casi el 19% de la población infantil mundial. Además, más de 47 millones de niños y niñas se encuentran desplazados a causa de las guerras y la violencia, una situación que sigue empeorando con el tiempo.
Un acto de resistencia
En medio de estas condiciones, el juego cobra una relevancia fundamental, convirtiéndose en un acto de resistencia y resiliencia para los niños que lo viven. A pesar de la devastación que los rodea, los niños siguen jugando, incluso en las peores circunstancias.
En contextos como los de Ucrania, Gaza, Siria, Sudán o la República Democrática del Congo, donde la guerra es parte de la vida diaria, el juego no solo es una forma de distracción, sino una herramienta clave para aliviar el sufrimiento emocional y psicológico de los más pequeños.
“El trabajo de Médicos Sin Fronteras en estas zonas de guerra tiene un impacto crucial”, comentó Sofía Puntillo a La Voz. “A través de nuestros programas de salud mental, los equipos de la organización proporcionan apoyo psicosocial a los niños afectados, ayudándolos a enfrentar el trauma causado por la violencia, las pérdidas familiares y la constante exposición a situaciones extremas”, precisó la vocera de MSF. “Las actividades recreativas son una parte esencial de estos programas, ya que permiten a los niños expresar sus emociones, aliviar el estrés y recuperar temporalmente un sentido de normalidad”, continuó.
“Se trata de un proceso terapéutico que no solo ofrece distracción, sino que también juega un papel fundamental en la reconstrucción emocional de los niños, al darles la oportunidad de compartir risas, formar lazos de amistad y sentirse, aunque por un momento, parte de un mundo más seguro”, enfatizó.
Devastación
Sin embargo, los efectos de los conflictos en los niños son devastadores. Unicef alerta de forma permanente sobre las graves violaciones a los derechos de la infancia, como el acceso interrumpido a la educación, la desnutrición infantil y la falta de atención médica.
En 2024, más de 52 millones de niños se encontraban sin escolarizar debido a la destrucción de infraestructuras educativas y la inseguridad en las zonas de conflicto, cifró la organización. En Gaza, Ucrania y Sudán, por ejemplo, las escuelas han sido bombardeadas o utilizadas con fines militares, dejando a los niños sin acceso básico a la educación. Además, la desnutrición infantil en estas regiones ha alcanzado niveles críticos, exacerbada por la escasez de alimentos y la interrupción de los sistemas de distribución debido a la guerra.
Uno de los problemas más graves que enfrentan los niños en zonas de conflicto es la violencia. Según los datos más recientes, 2024 ha sido el año con más violaciones graves contra la infancia desde que se inició el seguimiento por parte de las Naciones Unidas.
Más de 32.000 violaciones graves fueron registradas en 2023, y las cifras siguen aumentando. La violencia física y sexual, la explotación y el reclutamiento forzado de niños soldados son algunas de las formas más crueles en las que los conflictos afectan a la infancia. En Haití, por ejemplo, las denuncias de violencia sexual contra niños han aumentado drásticamente, lo que subraya la vulnerabilidad de los más pequeños en situaciones de desesperación extrema.
Ante este panorama desolador, el juego se convierte en un acto de resistencia. A través de juegos y actividades recreativas, los niños no solo tienen la oportunidad de desconectar momentáneamente de la violencia que los rodea, sino que también reconstruyen su identidad. En comunidades desgarradas por la guerra, donde las familias se ven separadas y las estructuras sociales colapsan, el juego tiene un poder unificador. Los niños, al interactuar y jugar juntos, encuentran formas de comunicarse y de construir una red de apoyo emocional que puede ser esencial para su recuperación a largo plazo.