Las elecciones generales del próximo domingo en Chile marcarán un momento decisivo en la historia reciente del país.
Más de 15 millones de ciudadanos están llamados a las urnas para elegir al sucesor de Gabriel Boric y renovar la totalidad del Congreso Nacional, en una jornada donde regresa el voto obligatorio por primera vez desde 2012.
El resultado definirá no sólo el rumbo político de los próximos cuatro años, sino también el pulso de una democracia atravesada por la polarización, la fragmentación partidaria y un extendido desencanto ciudadano.
A diferencia de los comicios anteriores, el actual proceso se desarrolla en un contexto de fatiga electoral y tensión social.
Desde el estallido de 2019 -que aceleró la caída en desgracia del expresidente Sebastián Piñera y el acceso de las fuerzas progresistas al poder-, los chilenos acudieron reiteradamente a votar en plebiscitos, elecciones municipales, parlamentarias y constitucionales.
Ese desgaste ha dejado huella: el desinterés por la política crece, las instituciones enfrentan una crisis de confianza y el voto se percibe más como una carga pública que como un derecho individual.
La imposición del voto obligatorio añade incertidumbre sobre cómo reaccionarán los sectores tradicionalmente ausentes, sobre todo jóvenes y votantes de clase trabajadora, ahora forzados a participar.
En este escenario incierto, la cita electoral se perfila como una prueba para la estabilidad institucional y la representatividad democrática.
Según las encuestas, ningún candidato alcanzará la mayoría necesaria para imponerse en primera vuelta, lo que anticipa un balotaje el 14 de diciembre entre los dos binomios más votados.
Ocho candidatos, un país dividido
La boleta presidencial reunirá a ocho postulantes, reflejo de la dispersión ideológica que domina el panorama chileno: Jeannette Jara, José Antonio Kast, Evelyn Matthei, Johannes Kaiser, Marco Enríquez-Ominami, Franco Parisi, Eduardo Artés y Harold Mayne-Nicholls.
Las encuestas ubican a Jeannette Jara, del bloque oficialista Unidad por Chile, en el primer lugar, con entre 25% y 30% de intención de voto. Exministra de Trabajo de Boric, Jara representa la continuidad de las reformas sociales en pensiones, salud y derechos laborales impulsadas por el actual Gobierno.
Con un discurso centrado en la justicia social y la protección de los trabajadores, busca ampliar su base más allá de la izquierda, moderando algunas posiciones para atraer a sectores independientes.
Sin embargo, su desafío es doble: sostener la unidad del oficialismo y movilizar a un electorado fatigado y escéptico.
En segundo lugar, con entre 20% y 23%, aparece José Antonio Kast, líder del Partido Republicano y figura emblemática de la ultraderecha chilena. Kast, derrotado por Boric en 2021, regresa con un discurso enfocado en el orden, la seguridad y la identidad nacional. Aunque suavizó algunos mensajes, mantiene su tono duro contra la inmigración irregular y las políticas progresistas.
Su propuesta promete “recuperar la autoridad del Estado”, reformar la justicia penal y reducir el gasto público, en un mensaje que sintoniza con los sectores más conservadores y temerosos del aumento de la violencia.
La derecha tradicional, representada por Evelyn Matthei, enfrenta un panorama más complejo. La exministra y alcaldesa de Providencia no logró consolidarse como figura de consenso en su sector.
Aunque su experiencia y perfil técnico generan respeto, su campaña, centrada en el crecimiento económico y la seguridad, ha sido eclipsada por la narrativa más combativa de Johannes Kast.
Kaiser -exdiputado y antiguo aliado de Kast- irrumpió en el mismo espectro con un mensaje aún más radical, basado en el nacionalismo, la defensa de los valores tradicionales y la oposición frontal a las políticas de género.
El ascenso del ultraderechista libertario sacudió los pronósticos. Aunque Kast aún figura segundo -según los analistas- encuestas recientes lo muestran perdiendo terreno frente a Kaiser, impulsado por la radicalización de su discurso y el descontento con la política tradicional. Si la tendencia continúa, el exdiputado podría dar el batacazo y meterse en la segunda vuelta como la gran sorpresa electoral.
Por el lado del centro y la izquierda, Marco Enríquez-Ominami y Franco Parisi intentan capitalizar el desencanto con la clase política. Enríquez-Ominami, en su cuarto intento presidencial, apela a un electorado progresista desilusionado, mientras Parisi, radicado fuera del país, mantiene una fuerte presencia digital y apoyo entre los sectores medios desencantados.
Ambos podrían convertirse en factores de equilibrio, captando votos de protesta o abstencionistas que no se sienten representados por las fuerzas principales.
Finalmente, Eduardo Artés, representante de la izquierda más radical, y Harold Mayne-Nicholls, exdirigente deportivo y postulante independiente, completan el cuadro de candidaturas que muestran la diversidad -y dispersión- del escenario político chileno.
Incógnitas
Lo dicho: la polarización atraviesa la campaña. El discurso de Jara busca consolidar una idea de “progreso con justicia social”, mientras Kast propone “orden y libertad” frente a lo que considera el caos heredado del gobierno de Boric.
A todo esto, los debates televisivos y en redes sociales se han convertido en campos de batalla retóricos donde los temas de seguridad, economía y migración dominan sobre las propuestas de largo plazo.
Pero más allá de las posiciones ideológicas, la atención está puesta en el impacto del voto obligatorio. Desde 2012, Chile había transitado un sistema de sufragio voluntario que redujo la participación a niveles históricos, especialmente entre jóvenes.
El retorno a la obligatoriedad podría elevar la concurrencia, pero nadie sabe con certeza cómo votará ese electorado inactivo durante más de una década. Para algunos analistas, el voto forzado podría favorecer a la izquierda, al movilizar sectores populares; otros creen que beneficiará a la derecha, por el rechazo al desorden y la inseguridad.






























