Por uno de esos indescifrables caprichos del destino, el presidente Vladimir Putin sería el frío, imperturbable y calculador abuelo de una niña cuyo padre se apellida Zelenski. Para los mal pensados que imaginan lo peor, la explicación a semejante infortunio del mandamás ruso es que esa niña, aparentemente nacida en 2017, es fruto de la larga relación entre su hija menor Katerina Tikhonova e Igor Zelenski, exdirector del Ballet Estatal de Baviera (Alemania) que nada tiene que ver (hasta donde se sabe, al menos) con el actual peor enemigo de Putin.
Si el papá de esa niña se llamara Volodimir, ese dato le aportaría una increíble dosis de intriga a esta novela de no ficción. Y si el presidente con ínfulas de zar últimamente sufre pesadillas, es probable que muchas estén asociadas a aquel nombre y al apellido de su presunta nieta: el presidente de Ucrania, de más está decir, se convirtió en un hueso duro de roer para un Putin que, a tres meses del inicio de la invasión rusa sobre territorio ucraniano, luce desdibujado y agresivo, pero a la vez rechazado y condenado por muchos gobernantes en el mundo que, antes de la guerra, trataban al máximo jerarca del Kremlin con una particular mezcla de recelo y temeroso respeto.
Cambios notables
Algunos hasta sueñan con gritar “¡Putin ha sido derribado!” tal como lo hizo en 2015 el profesor de historia Vasyl Petrovych Holoborodko, en medio de una acalorada sesión del parlamento ucraniano.
Con una salvedad: ese hecho ocurrió en El servidor del pueblo, serie satírica de la televisión de Ucrania que por aquel entonces protagonizaba, metido en la piel de Holoborodko, el hombre que hoy se convirtió en uno de los estadistas más potentes del siglo 21: Volodimir Zelenski, de cuyo pelaje de comediante ya no quedan muchos vestigios.
Ante los ojos de propios y extraños, tanto Putin como Zelenski ya no son los mismos que eran antes de la madrugada del 24 de febrero pasado. La guerra hizo lo suyo en el perfil de cada uno de ellos.
Putin, dispuesto a cualquier cosa
Putin, el líder con imagen sobria y pétrea que medía sus expresiones desafiantes en la esfera internacional, mutó hacia un personaje dispuesto a ir a fondo con su actitud y su tono beligerantes.
La dureza de sus mensajes contra Occidente, la Otan y los Estados Unidos, que comenzó a manifestarse durante su segundo mandato iniciado en 2004, ya no parece tener ningún filtro, mientras se advierte cierto aire mesiánico en el señalamiento de “neonazis” que descarga sobre los miembros del gobierno ucraniano y en la distinción de dos categorías dentro de la sociedad rusa: la “escoria” y los “traidores”, por un lado, y los “patriotas”, por otro.
Pero mientras es criticado en el exterior, Putin aún mantiene un fuerte respaldo interno, a partir de la exaltación del sentimiento nacionalista en sus discursos cada vez más flamígeros.
Claro que ya no se trata de un líder con carácter imprevisible, sino de un personaje previsiblemente dispuesto a cualquier cosa.
Zelenski, de cómico a estadista
Del otro lado de la trinchera, la figura de Zelenski emerge como un liderazgo original. Cuando en 2019 resultó elegido presidente, con el 73 por ciento de los votos, el diario español El País publicó uno de los títulos más emblemáticos sobre ese hecho: “El cómico Zelenski ganó la presidencia de Ucrania”. Para muchos en Europa, parecía una broma.
A tres meses de una guerra que iba a durar horas, el exprofesor Holoborodko se transformó en el rostro más famoso de la corajuda resistencia ucraniana, mientras hace valer su experiencia frente a las cámaras para transmitir con eficacia la causa de su país.
Hasta conmovió a los inconmovibles miembros del Capitolio y de varios parlamentos europeos, que jamás lo habrían escuchado si no hubiera tenido misiles pasando sobre su cabeza.
A tres meses del comienzo de la guerra, hay una sola certeza: un excómico sin experiencia política previa logró eclipsar a un exespía acostumbrado a ser tratado como un líder mundial influyente. Y no es broma.
