A favor: la guerra prometida
Juan Manuel Pairone
El estreno de “Un hijo por un hijo”, primer episodio de la segunda temporada de La casa del dragón, fue más que significativo. No sólo supuso el regreso de la serie basada en el libro Fuego y sangre, de George R. R. Martin, sino una profundización de lo generado primero con Juego de tronos y luego con la movilizadora temporada inicial de su secuela.
Es que la historia de los Targaryen, quizá la familia más trascendental en el universo de Poniente, era un condimento con sabor propio dentro de esa receta que cocinó uno de los hitos televisivos más importantes del siglo. Y tras una primera tanda de episodios en la que los guionistas tuvieron que esforzarse para ubicarnos en un mapa plagado de nombres y linajes, finalmente llegó el momento de la famosa Danza de Dragones.
En rigor, el cierre de la primera temporada ya había dejado claro que nada bueno se avecinaba en el horizonte. Con el asesinato de uno de los hijos de Rhaenyra, heredera legítima que disputa el Trono de Hierro con su medio hermano, Aegon, sólo restaba ver cómo iban a reagruparse los dos bandos en pugna (verdes y negros). Y por lo acontecido en el episodio estrenado el domingo, todo indica que de ahora en más tendremos vértigo y acción garantizados.
“Un hijo por un hijo” fue, ya desde su título, una suerte de presagio. ¿Qué podía pasar luego de la horrenda muerte de Lucerys, a manos de Aemond y su dragón Vaghar? Al menos una similar, como se puede oír (y no ver, algo clave) en el cierre del capítulo cuyo nombre retoma fonética y semánticamente aquella ley islámica del “ojo por ojo”.
Ese desenlace, con 10 minutos para agarrarse de cualquier superficie a mano, es apenas la punta del iceberg de lo que puede generar esta ficción. Por eso, y por la promesa de una guerra civil tan cruenta como comentada, sólo resta ver qué tienen entre manos Ryan Condal, el showrunner, y el propio Martin, una presencia clave para una producción que intentará no repetir los descalabros narrativos de su hermana mayor.
En contra: sólo quedan las cenizas
Nicolás Lencinas
La segunda temporada de La casa del dragón reafirma mi idea de que la historia desarrollada por George R. Martin se tendría que haber quedado en el decepcionante final que tuvo Juego de tronos.
La serie dirigida por David Benioff y D. B. Weiss fue tan exitosa como larga y estuvo llena de momentos inolvidables para los espectadores. Admito haber tenido una suerte de fanatismo por “Got” y pedir que HBO continuara con cualquier tipo de historia devenida de Canción de Hielo y fuego, el libro fundacional.
Sin embargo, al ver el reciente estreno, mi decepción sigue aumentando y no logro engancharme con la trama.
En algunos momentos –sobre todo en los dos capítulos finales de la primera temporada–, la serie coquetea con el dramatismo y las escenas cargadas de tensión que tenía su antecesora. Hay un trabajo excepcional por parte de Emma D’arcy (Rahenyra Targaryen) y Olivia Cooke (Alicent Hightower) para lograrlo.
Esa guerra fría propuesta entre las examigas mantiene un suspenso que corta el aire a la hora de defender a sus hijos.
Hasta el momento, es lo único para rescatar. Las demás escenas se tornan más simples, con sucesos resueltos a corto plazo y con poca relevancia a la hora de pensar en la guerra que está siempre latente.
Por otra parte, algo que me llamaba la atención de “Got” era conocer las casas de los señores feudales de Poniente: se nos presentaba a los Tully y su importancia en la historia, a los Greyjoy y su relevancia marítima, los Mormont y su diplomacia, entre otras cosas.
En La casa del dragón domina el imperio Targaryen. Si bien, se trata de la guerra civil desatada por ellos, se deja de lado el gran universo y los matices que tienen todos los personajes de esta historia. Esperemos que repunte.
