A lo largo de los años, Marcelo Tinelli se consolidó como uno de los conductores más emblemáticos de la televisión argentina. Desde sus inicios humildes en Bolívar hasta convertirse en un gran magnate mediático, la vida de Tinelli fue siempre de interés para el público. Ahora, con Los Tinelli, su nuevo reality show en Prime, el conductor y su familia abren las puertas de su “intimidad”.
El show, cuyo estreno se hizo esperar desde el verano de 2023, se presenta como una apuesta para revalidar el lugar que el conductor ocupó durante años en la pantalla chica. No obstante, capítulo tras capítulo se convierte en un ejercicio de superficialidades que aburre, deja en evidencia la falta de autenticidad y sobre todo la desconexión de los Tinelli con el contexto social actual.
La premisa del reality es clara: seguir a la familia en su día a día, donde la convivencia en su lujosa casa de Punta del Este parece ser el centro del conflicto. Se nos presenta a Marcelo en su papel de patriarca, rodeado de sus cinco hijos de distintas parejas y a su primo Luciano “el Tirri”, que cumple el rol de bufón dentro de la dinámica familiar.
En la pantalla se alternan sus historias que, como si de una novela se tratase, se enfrentan a los típicos dilemas familiares: la relación de Micaela con su novio, Lisandro “Licha” López; la rebeldía de Candelaria y su futura (aunque ya pasada) boda con Coti Sorokin; la constante búsqueda de Juana para entrar en el mundo de la moda; la dificultad que encuentra Milett Figueroa, novia de Tinelli, para encajar en su familia bajo el escrutinio de los presentes. Estos elementos, tan humanos en apariencia, intentan ser el gancho del programa, pero el resultado es acartonado.
¿Qué tiene de novedoso este reality? La respuesta parece ser nada. La espontaneidad brilla por su ausencia, y el programa, en lugar de ser un reflejo crudo de la intimidad familiar, termina siendo un conjunto de puestas en escena con poco o nada de naturalidad.
Con cada gesto y cada conversación se intenta simular cercanía, pero termina siendo tan artificial como el maquillaje de los participantes. ¿No es acaso el punto de los realities mostrar lo que pasa de forma genuina, sin forzar las situaciones ni encuadrarlas en la visión que un productor quiera vender como “auténtica”? Si se hubiera intentado capturar algo genuino, tal vez la audiencia hubiera conectado de otra manera.
Es imposible no comparar este programa con el modelo de las Kardashian, o incluso el de los Montaner. El mismo esquema de mostrar una vida opulenta, de lujo y privilegio mientras se intentan mostrar como una familia “normal”, llena de problemas “comunes”. La idea de crear una imagen de cercanía es lo que los termina haciendo más inalcanzable que nunca.
Los Tinelli, completamente alejados de la realidad
Marcelo Tinelli y su familia viven en un mundo completamente ajeno al de la gran mayoría de los argentinos. La opulencia se convierte en el elefante en la habitación en el reality. El contraste entre el lujo de sus departamentos en Buenos Aires, la casa de Punta del Este, los viñedos en Mendoza, el chef privado, con la crisis social y económica del país, resulta no solo insensible sino también desconectado de la realidad del pueblo argentino.
Parece que la aguja social de Tinelli no funciona, porque no es la primera vez que esto le sucede. Según Noticias, Cuando estuvo en Primos de América con “el Tirri”, Daniel Vila, el presidente de América TV, puso el grito en el cielo porque le pareció provocador e insensible que comieran ostras a mansalva en el programa cuando en el canal se estaba llevando a cabo un achique de personal.
En este sentido, Tinelli parece no entender que su “realidad” no solo carece de atractivo, sino que se percibe casi como una ofensa en tiempos donde la precariedad y la desigualdad son moneda corriente.
El programa también se permite momentos de “sensibilidad”, como cuando Micaela y Candelaria hablan de su amor por los animales (mientras tienen a upa a sus perros de raza), y todo termina de manera absurda.
La mayor de las hermanas presencia el momento en el que una cotorra choca contra una ventana de la casa y, como si fuera una especie de sketch cómico o una parodia, se queda sentada lamentándose, mientras es el personal de la casa quien se encarga de la situación.
Candelaria, que parece ser la única con algo de ternura en todo el show, se ofrece a enterrar al animal, pero su padre, que primero señala la mancha en el vidrio por el golpe, se opone fervientemente. En ese momento, uno no puede evitar preguntarse si este tipo de situaciones son lo que de verdad se quiere mostrar: una familia tan carente de empatía que hasta la muerte de un animal se convierte en un mero entretenimiento de segunda.
La búsqueda de mantenerse relevante fracasó
Es inevitable pensar también en el papel de Tinelli mismo dentro del reality. Si bien el conductor marcó la televisión y fue durante décadas un referente, parece que quedó estancado en un personaje que ya no genera el mismo impacto.
Su deseo de mantenerse relevante, sin entender los tiempos que corren, lo colocó en una posición incómoda. Tras sus últimos fracasos con el Bailando, el fugaz Primos de América y probablemente este reality, el desgaste de su figura es evidente. Las nuevas generaciones lo dejaron atrás, encontraron otros íconos y los públicos ya no reaccionan con el mismo fervor ante su figura.
Quizás, como su rival Mario Pergolini, Tinelli debería entender que el protagonismo ya no es necesario y que puede dar paso a nuevas voces. Después de todo, cuando estás en la cresta de la ola, lo más complicado es saber salir de ella sin estrellarse.
Los Tinelli no logra ser ni lo suficientemente entretenido ni lo suficientemente cercano para conectar con el público a un nivel profundo. La conclusión es clara: es más de lo mismo, lanzado en un momento poco oportuno.
El reto para Tinelli, si alguna vez lo acepta, será entender que tal vez llegó el momento de dar paso al costado antes de que sea tarde.
