El guiño de un gastronómico con mente abierta y la determinación artística de un trío eventualmente ampliado a quinteto de músicos virtuosos y sensibles. Eso basta para convertir en un oasis sensorial a una cita de viernes a la noche en ese polo de entretenimiento nocturno que es Güemes en la actualidad.
Luego de serpentear por locales de todo tipo y de chocar de frente con la alta contaminación sonora que impone “ritmos urbanos”, se puede acceder a la planta alta del Chilli Street Food, donde el ambiente es agradable y se dinamitan varios lugares comunes con respecto a cómo un espectador debe predisponerse de acuerdo a la música que está por escuchar.
Por ejemplo, culturalmente está instalado que la música dura y compleja es para tugurios o clubes underground, e impensada para ser disfrutada mientras se cena rico o se toma un trago de sommelier entrenado.
A esa convención, Viernes Deformes, el trío/ quinteto aludido arriba, lo da vuelta como una media en el citado espacio de calle Fructuoso Rivera.
Es un proyecto de jazz mutante que puede aventurarse hasta límites impensados, como los correspondientes al doom, al stoner, al rock progresivo e, incluso, al del trip hop.
El viernes pasado, Viernes Deformes cumplió seis años de cita impostergable en el Chilli Street Food, y lo celebró con una demostración de virtuosismo, creatividad, locura y poderío que condiciona a quien observa – escucha – o se deja atravesar por lo que suena a exclamar “La pucha, qué vale la pena estar vivo”.
La celebración comenzó con los bajistas Sebastián Teves y Emilio Pasquini dispuestos a izquierda y derecha del baterista Maximiliano Mansur; y luego promedió y terminó con las incorporaciones graduales del tecladista Bruno Cravero y la cantante Daniela Dalmasso.
La lógica fue que no hubo lógica: un pattern funkero devino en algo irregular y, de pronto, en otra entidad oscura y demente, que llevó a que Pasquini se encorve y a que Teves sosiegue el slap para pulsar cuerdas con fiereza. Mientras, Mansur se paseó por los cuerpos de su instrumento con tanta soltura como entendimiento de qué nivel de intensidad requería lo que sus compañeros zigzagueaban. De todos modos, en otros tramos él mismo fue quien sugirió un curso a seguir.
En momentos así, el espectador podía entrar en éxtasis no sólo con el resultado de esa interacción, sino también con la percepción de señas y gestos de ensimismamiento de cada instrumentista.
Vale apuntar que los bajos fueron de seis cuerdas y que el de Pasquini aportó detalles melódicos luego de ser ultraprocesado por una nutrida pedalera.
Cuando apareció Cravero la cosa se puso más atmosférica, aunque no reñida de la posibilidad de otra explosión. La tentación fue asociar lo que se veía y se oía a King Crimson o a Tool, pero hasta gigantes así quedaron empequeñecidos ante este culto a la libertad y a la vesania.

Todo se ofreció en una ecualización perfecta, que no dificultó la deglución de una hamburguesa, por caso.
Daniela Dalmasso entró en una segunda parte más acotada por el formato canción. En ese tramo, Teves tocó el contrabajo eléctrico y llegaron versiones (muy libres, claro) de Nude e Idioteque de Radiohead. Por supuesto, ayudaron a la adaptación los originales que de movida fueron concebidos por los de Oxford como experimentales.
Lever Pulled, de John Frusciante, y Aerials, de System of a Down, más formal la primera y más irregular la segunda, completaron el segmento cancionero, si es que cabe el término.
Si cualquier argentino aspiracional viera algo así en uno de sus viajes a Nueva York o a Londres, hablaría maravillas de la experiencia y la asociaría a un nivel de superioridad que produce una sociedad cosmopolita y multicultural. En Córdoba la tenemos al alcance de la mano y por inercia de la actividad de artistas de otras provincias (Teves es santacruceño, Pasquini jujeño) formados - formateados en nuestras escuelas de música y curtidos en nuestra propia ebullición cultural.
Por lo expuesto, dejar pasar a Viernes Deformes habitando esta ciudad sería un pecado imposible de purgar.
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