Sónico es un ensamble belga fundado en 2015 por el contrabajista argentino Ariel Eberstein y por el regocijo que le produjo la obra del bandoneonista Eduardo Rovira (1925-1980).
Eduardo Rovira, un artista que, en palabras del crítico Santiago Giordano, “traspasó la dimensión del tango con profundidad inédita y con un nivel instrumental fenomenal”.
Eduardo Rovira, clave en la creación del tango moderno y frecuentemente comparado con Astor Piazzolla por haber “explorado caminos radicalmente originales dentro del género, integrando elementos experimentales y desafiando las tradiciones establecidas”, según fundamento del proyecto que se completa con el bandoneonista francés Lysandre Donoso, el violinista estadounidense Stephen Meyer, el guitarrista argentino Alejandro Schwarz y el pianista belga Ivo De Greef. Esa formación será la que este sábado actuará en el Teatro del Libertador San Martín, en el marco de la temporada de Conciertos de Abono de la Fundación Pro Arte.
Los organizadores convocan a las 20.
En concreto, Sónico celebrará una confluencia de aniversarios: el centenario del natalicio de Rovira y sus 10 años de trayectoria como único ensamble en el mundo que mantiene vivo el legado de este músico fallecido a los 55 años y que había despuntado como revolucionario con el disco Tangos en nueva dimensión (1961).
En definitiva, en Rovira 100, tal el nombre del concierto que traerán por aquí, Sónico ofrecerá una síntesis de un abordaje que concilia investigación histórica y excelencia musical; de un proceso que dio cuenta del rescate y la transcripción de más de 70 obras de Rovira a partir de manuscritos y de grabaciones no comerciales.
“Cuando me topé con la obra de Eduardo Rovira, me costaba entender cómo una obra tan interesante no tenía ningún tipo de difusión. O en todo caso, muy poca”, le dice Ariel Eberstein a La Voz al ser consultado sobre su obsesión, si es que cabe el término, por la obra de Rovira.
“De alguna manera, sentí algún tipo de injusticia. Y me parecía que, en lo que respecta a la creación del tango moderno, estamos inmersos en una especie de narrativa muy mesiánica, porque hay una figura que acapara todo. Sin querer quitarle ningún tipo de mérito a esa figura, me resultaba interesante crear una narrativa más colectiva. Quería contar que la construcción del tango moderno fue más colectiva y que en ella Eduardo Rovira tuvo una voz fundamental”, añade.
–¿Cómo recabás la información y el material de la obra de Rovira? ¿Te ayuda alguien en ese proceso o lo hacés en soledad?
–A ver, hay como dos grandes líneas de investigación. O más de dos, en realidad. Pero, bueno, prevalecen dos. Una es el trabajo de archivo, que es bastante limitado… De todos modos, hemos encontrado algo de material a través de ponernos en contacto con gente a la que también le interesaba la figura de Rovira o con algunos músicos que tocaron con él, que ya quedan muy pocos. Así fuimos consiguiendo algo de material de archivo, tanto partituras como fotografías o artículos periodísticos. Y después, por otro lado, hay un gran trabajo de transcripción que básicamente lo desarrollan Lysandre (Donoso), Stephen (Meyer) e Ivo (De Greef).
Con respecto a este trabajo, Eberstein señala que “es muy arduo”.
“Es que muchas de las grabaciones no tienen buena calidad por la cuestión de tecnología de la época, lo que a veces hace que sean muy difíciles de escuchar. Se pierden las voces internas en un octeto, por ejemplo: el segundo violín, la viola e incluso el chelo. Y dentro de lo que es transcripción, también hemos recuperado tomas radiales con material inédito”, precisa.
Rovira 100 iba a ser grabado en vivo, tanto en Córdoba como en las otras ciudades previstas en una gira latinoamericana. Pero al final no podrá ser.
“Lo vamos a grabar en Buenos Aires, en estudio”, informa el contrabajista. “Es que no fue posible conseguir una sala que nos dé la cantidad de días que se necesita para grabar un disco doble en vivo. Y grabar en diferentes lugares era una opción que iba a traer muchísimos problemas desde lo que es el color de cada grabación. Iba a ser muy complejo que en todas las salas se lograra el mismo sonido. Y aparte está el tema de los costos”, amplía.
“Si uno se decide a una grabación de ese tipo, tendría que viajar con todo el equipamiento y con el mismo ingeniero de grabación. Ya es un desafío económico hacer una gira de este tipo en el contexto actual. Entonces, era demasiado sumar la grabación en vivo”, completa al respecto.
Un disco y un amor
–Te llevo para el lado del big bang de Sónico, que se produjo hace 10 años. ¿Cómo empezás en Bruselas con este proyecto tan ambicioso, con músicos de diversa procedencia? ¿En qué contexto llegás a Bélgica?
–Para hacerla corta: estudié en Buenos Aires y en 2002, en el medio de ese caos en el que se encontraba la Argentina, decidí que quería seguir mis estudios en el extranjero. Mi destino fue Viena, donde estudié dos años gracias a una beca de la fundación Antorchas. Ahí me enamoré de una chica de Bélgica y terminé en su país. Nada original hasta ahí. Hice mis estudios, trabajé por más de 10 años en orquestas profesionales como músico clásico. Así fue que en un momento tuve una crisis personal y profesional; y que en esa crisis se me apareció por casualidad el disco Sónico (1968), de Eduardo Rovira.
–Una epifanía.
–Sí. Sentí que ahí había algo para investigar, para recrear. Y que permitiría no sólo desarrollarme como músico, sino también como productor musical, un rol que me gusta muchísimo y que hago para Sónico. Después de algunos intentos fallidos, en el Festival de Tango de Bruselas me crucé a Stephen, a quien conocía de la Ópera de Bruselas, pero con el cual nunca había hablado, y a Lysandre. Juntos decidimos que en vez de ser el grupo Astor Piazzola 2.543, tal vez resultaba más interesante crear el primer grupo exclusivamente dedicado a la música de Rovira. En 2015, Sónico empezó como como un cuarteto y hoy, en este momento, es un ensamble con 10 personas que va mutando de formación en función de las necesidades del repertorio. Cuando tocamos el repertorio de trío, en trío; cuando tocamos el repertorio de octeto, es en octeto.
–Te saco de Sónico y de Rovira para situarte en tu condición de músico autoexiliado. ¿Cómo ves a Europa, cómo ves al mundo?
–No soy un analista político ni nada por el estilo. A ver, la cuestión de atentados de alguna manera ha salido un poco de la atención periodística, se podría llegar a decir. Está todo mucho más centrado en este momento en la guerra de tarifas de Trump y en el hecho de que Europa está invirtiendo muchísimo dinero en armamento. De hecho, hace un año y medio, recuerdo que nos invitaron a tocar en un evento privado, organizado por uno de los holdings de medios de comunicación más grandes de Bélgica, y recuerdo que empezaron a hablar sobre un ejército en Europa y de armarse. Me resultaba un poco surrealista, pero ahora parece una realidad total. Y bueno, es difícil saber qué efecto va a tener en la población en general, pero cuando se invierte tanto dinero en armamentos, se deja de invertir en otras cosas. Probablemente, la cultura sea uno de esos aspectos que van a sufrir, ¿no?
–Y sí. Uno de los primeros fusibles.
–Tal cual. Sigo con lo que me consultabas. En enero, fuimos de gira a los países bálticos, donde la cosa está caliente por la frontera con Rusia. Y era bastante surrealista ver la reacción del público cuando le contábamos que acá, en Bélgica, se programaba música de compositores rusos. Me parece de otro planeta que se ponga en tela de juicio programar a Shostakóvich o a Rachmaninov. Es un mundo que no esperaba vivir. Y que Rovira ni imaginaba. Porque su obra tiene algo muy particular, que es lo que describo como uno de los experimentos de integración más exitosos que ha habido. O sea, el tango es un género de gente que se encontró fuera de su país y que de alguna manera, y acaso sin quererlo, creó algo nuevo, introduciendo cada uno su propia identidad. Un español, un italiano, judíos de Europa central… Me parece que es un género que tiene, de por sí, una cuestión social muy muy fuerte que es inherente a su creación.
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