Celebración, ritual, ceremonia, gueto, cofradía, comunidad; son algunos, solo algunos, de los términos y conceptos que rodean a una expresión como el heavy metal, que se retroalimenta de sus mismos preceptos, códigos, estética y fundamentalismos.
Eso, precisamente, lo hace resistir al paso del tiempo y a los embates de las nuevas tendencias, modas y renovaciones que la industria parece imponer. “Un sentimiento que no morirá jamás”, frase que se repite en incontables letras de artistas y bandas que resume lo que un “metalero de ley” iza como bandera, orgulloso de su camino elegido.
La cita en este caso fue este sábado, en Tecnópolis, Villa Marteli (provincia de Buenos Aires), bajo la etiqueta de Masters of Rock, festival que por segundo año se realiza en nuestro país y que reúne a nombres propios de peso de la escena mundial, acompañados de créditos locales.
Debido a la abultada grilla (13 bandas) la cosa arrancó muy temprano en formato “escenarios gemelos” a las 13 y con los locales Renzo Leali, a los que les siguieron La Carga, Tandem, Against, Entre El Cielo y El Infierno (tributo a Rata Blanca con ex integrantes de la banda de Walter Giardino), Horcas y el dúo instrumental OnOff, que dieron paso al primer número internacional, Opeth.
Los suecos desplegaron su metal progresivo con dosis de death metal durante una hora, en horario muy vespertino y con un sol de frente que se hizo sentir. Queensrÿche, agrupación oriunda de Seattle que supo revolucionar la escena en la década de los ’80 con su innovador metal progresivo y con un cantante como Geoff Tate que acaparó todas las miradas, hoy muestra una realidad muy distinta.
Con solo dos sobrevivientes de la formación original y un vocalista como Todd La Torre que emula con creces a a su antecesor, dieron una clase magistral rozando la perfección de cómo se debe tocar e interpretar una música que exige todo el tiempo.
Hincapié en sus primeros discos y sobre todo en sus álbumes más gloriosos, los conceptuales Operation Mindcrime y Empire, portador del hit Silent Lucidity, el tema trepa charts de la banda y la primer power ballad de la jornada.
Paso siguiente para Savatage, otra banda estadounidense, con dos tecladistas en escena y con una historia bastante particular. Fundada por los hermanos Jon y Criss Oliva, pierden a este último en el ’93, quedando Jon como líder en teclado y voz. En la actualidad, por cuestiones básicamente de salud, Jon no es de la partida en los shows en vivo, pero sí tiene una participación sobresaliente a través de las pantallas entonando Believe junto a toda la banda dedicada a su hermano fallecido, quedando este como el momento emotivo del día.
Europe, mucho más que dignos
Ya con la noche encima, en el escenario contiguo aparecía Europe aportando la cuota más cercana al hard rock de todo el festival.
En su momento, la banda sueca fue ampliamente rechazada por los metaleros más rústicos y “de verdad”, en parte por ese “pecado imperdonable” titulado The Final Countdown que arrasó con todo siendo uno de los máximos hits de los ’80. Con los mismos integrantes de las épocas doradas, su show se apuntala en dos bastiones fundamentales: El virtuosismo de su guitarrista Jon Norum, y el ex baby face Joey Tempest, quien goza de un dignísimo presente, dando muestras de sobra de despliegue, carisma y manejo escénico como solo los grandes frontman pueden hacerlo.
Una seguidilla de éxitos radiales de antaño que envejecieron muy bien en sus versiones en vivo, como Rock the Night, Cherokee, Superstitious (haciendo una curiosa intervención en la mitad del tema con Here I Go Again de Whitesnake), la infaltable Carrie (otra de las power baladas esperadas) y el obvio cierre con esa cuenta regresiva a la que tanto le deben, con el guitarrista de los también suecos de Opeth como invitado. Una demostración de que los hits de FM pueden comulgar perfectamente con la garra y potencia de una auténtica agrupación de rock que, en vivo, no tiene nada que envidiarle a ninguna de las llamadas más “duras”.
La desconcertante ausencia de Scorpions
Habiendo transcurrido un prudencial tiempo de espera, sucedió la gran sorpresa de la noche. No precisamente agradable ni en el plano artístico. Micrófono en mano, uno de los organizadores tiraba la bomba que la banda alemana Scorpions (que iba a cerrar la noche celebrando sus sesenta años de vida) finalmente no iba a ser de la partida.
Baldazo de agua fría inesperado. ¿El motivo? Su cantante Klaus Meine, de 76 años de edad, padecía una laringitis de la cual no llegó a recuperarse y por eso se decidió dar de baja al conjunto alemán, con la puesta y el escenario montado para que brillaran en todo su esplendor.
En compensación, Judas Priest iba a extender su set con algunas canciones e iban a demorar un poco más el inicio de su show. Desazón por parte del público, pero hasta ahí, ya que lo mejor estaba por venir.
Judas Priest, con la 10 bien puesta
Si de heavy metal “purito – purito” hablamos, nada ni nadie puede estar por encima de estos británicos que son la quinta esencia del género. Judas Priest se puso la 10 y demostró quien es el amo en todo este asunto. Cuero y tachas a granel, sonido filoso, pantallas que no daban respiro con imágenes alusivas a cada tema, y el escenario se volvió el infierno más encantador.
Rob Halford, su comandante mayor, dirigió la orquesta a puros agudos ensordecedores y con cambio de vestuario cada dos canciones. Las guitarras gemelas, una de las características de la banda y de gran parte de la escena, ya no son portadas por sus protagonistas históricos, K. K. Downing alejado ya hace 15 años, y Glenn Tipton , retirado por problemas de salud pero presente en casi todo el show a través de las pantallas, son reemplazados por Ritchie Faulkner y Andy Sneap.
Halford se tomó su tiempo para hablarle la feligresía metalera en relación a lo acontecido con sus colegas y amigos de Scorpions, haciendo hincapié, justamente, en la fidelidad, camaradería y unión de la “gran familia del metal”.
Show de dos horas donde no faltó casi ningún clásico (Breking The Law, Love Bites, Turbo Lover y Electric Eye), intercalado con las creaciones más actuales.
El final fue tan glorioso como el desarrollo precedente de tantas horas: mención a través de imagen al Papa Francisco fotografiado junto a Lionel Messi y el incendiario cierre con Living After Midnight con la Harley Davidson sobre el escenario.
Una manera, actitud, forma y elección de decir y hacer las cosas, apoyados en un estilo musical que claramente no da signos de renovación y que sigue dependiendo de sus representantes históricos. O bandas que en su gran mayoría ya rozan los 40 o 50 años de trayectoria, con músicos que de a poco y que por el paso inexorable del tiempo ya van bajándose del barco. Eso es el heavy metal hoy. Pero mientras la materia prima esté y el combustible no falte, no morirá jamás. No.
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