Luciano Pereyra publicó un simple titulado Voy a brindar, con Soledad Pastorutti de invitada especial. Y si bien se trata de una canción de amor, que refuta eso de que una relación termina mal cuando termina, el cantautor lujanense la siente ideal para la Navidad.
“Terminar bien, en definitiva, es un buen motivo para celebrar. Pero voy más allá con la canción. En Voy a brindar celebro tenerla a la Sole. Estoy feliz por el resultado y por el mensaje… Quiero decir, no tienen que faltar los motivos para el brindis y, si encima podés hacerlo con alguien que querés y admirás, más no podés pedir”, explica Luciano en contacto con La Voz vía Zoom, con un semblante que no acusa el trajín de la serie de Luna Park que atraviesa junto a Abel Pintos.
–¿Por qué Soledad como partenaire? La promoción dice que su voz se te apareció mientras caminabas por Madrid...
–Esta canción la compuse en Miami, desde donde me fui a Madrid para grabar. En una tarde libre, me tomé un cafecito mientras escuchaba con auriculares las canciones que tenía hasta el momento. Y sucedió que cuando llegó Voy a brindar, dije: “A esta la tengo que grabar con la Sole”. Se la mando… Pero lo hice como siempre, que nos mandamos cosas en la onda “Che, ¿qué te parece esto que estoy por sacar?”, en el marco de una amistad de tantos años que creció en paralelo a nuestras carreras… “Sumate, me encantaría, ¿cómo la ves, qué te parece?”, le dije. Y viste cómo es la Sole, agarró viaje de una apenas me contestó que le gustaba. Si te imaginás a alguien para compartir una canción, y ese alguien es cercano y le pone toda la buena onda, no hay más que hablar.
–¿Cómo se resolvió la grabación después de todo eso?
–Grabé en Madrid, y ella, acá, en su estudio. Después nos encontramos para hacer el clip. Es lindo cada encuentro con la gente que uno quiere. Habíamos grabado algo con ella en 2006, pero nunca compartimos un clip. Estuvo en mi Vélez, había grabaciones de esa visita, pero nunca un clip oficial. En más de 25 años que nos conocemos, nunca habíamos grabado juntos. Ahora es el momento. Siempre decimos que los tiempos de Dios son perfectos, y él decidió que fuera ahora. Lo disfrutamos muchísimo.
–”Voy a brindar” con Soledad, serie interminable de Lunas Park con Abel… Es evidente que querés compartir plenitud con los amigos con los que revolucionaron Jesús María y Cosquín a fines del siglo pasado.
–Qué loco que suena eso del siglo pasado. Lo que pasa es que no dejamos de sorprendernos. Y es lindo cuando no se pierde la capacidad de asombro. Más allá de que el trabajo puede ser un poco rutinario, porque grabás un disco, lo difundís, lo presentás y después lo exponés en festivales, no dejás de sorprenderte. Yo vivo con emoción y agradecimiento constante. Vos lo dijiste, de repente estamos en una seguidilla de conciertos con Abel. Anoche (por hace unos días) hicimos la función 20 de 34 en el Luna Park y en un fin de año. Después, con otra compañera de ruta grabo un clip. Nos sentimos como que somos esos compañeros de colegio que se reencuentran. Insisto, nos sobran motivos para brindar.
Para ilustrar este nivel de reconexión, Luciano cuenta que con Abel se emocionan en cada noche que pasa en el Luna, y que tanto el bahiense como la santafesina le enseñaron a vivir, lo contuvieron… “Los admiro mucho, realmente. Hay una frase que escuché hace poco y que me gustó mucho: ‘Nadie entiende más a un artista que otro artista’. Me pareció bastante piola y acertado. Me siento bendecido de que mis interlocutores en ese punto fueran Abel y la Sole”, refuerza.
Luciano Pereyra sobre la posibilidad de hacer un Kempes con Soledad y Abel Pintos: Todo es...
–¿Se puede pensar en un show en el Kempes con los tres?
–¡Qué lindo sería eso! Todo es probable. Nos conocemos desde hace 25 años y nos hemos cruzado uno con otro a cantar, pero no fueron tantas veces. No coincidíamos en festivales, pero estábamos pendientes uno de otro: “Che, ¿cómo te fue?”, “Mirá que el sonido acá tal cosa”, “Mirá que este festival está buenísimo”. Compañerismo, primero; amistad, después. Con Abel nos cruzamos tres o cuatro veces, y de repente ahora, todo lo que no pudimos conversar durante tantos años, lo hacemos con tranquilidad casi todos los días. De siete días, nos vemos cinco. Estamos poniéndonos al día. Está bueno que las cosas sucedan de manera orgánica, nada forzada, para que fluyan naturalmente.
–Una serie sobre tu vida. ¿Cómo la ves? ¿Te lo han propuesto?
–No. Y tampoco me interesa. Si bien no es poco lo que he vivido a nivel profesional, tengo mucho más para dar. Puedo seguir aportando data. Prefiero disfrutar de las series de otros todavía.
–Esta respuesta es consecuente a tu determinación de ser hermético con respecto a tu vida personal, algo que mantenés aún hoy, cuando las redes invitan a mostrar absolutamente todo.
–Un negocio es un negocio y la vida privada, la vida privada. Esa es la diferencia. En mi caso, no hay mucho más de lo que viva cualquier persona que no esté expuesta. Fuera del trabajo, convivo con mi mujer, mis amigos, mis mascotas. No hay diferencias sustanciales en relación con otra persona que trabaja de otra cosa. El tema es que no me interesa exponerlo. A la persona con quien estoy no le interesa tampoco. Es lindo así.
El encuentro de Luciano Pereyra y Diego Torres con Gustavo Cerati
–Cerati, a quien se tuvo como un semidiós glamoroso e intocable, también supo contestarme algo aproximado a esto. Onda “en mis momentos cotidianos, soy un embole total”…
–Pasa eso. La gente fantasea mucho con respecto a los después de cada show. “¿A dónde te vas cuando terminás?”, me suelen preguntar algunos, imaginando no sé qué cosa. Y les contestó “¡¡¡A mi casa!!!”. Dejame a mí en casa en ojotas, mate en mano y con mis perros. Mi tiempo de descanso, de cargar pilas, es en casa. Qué loco esto que me decís de Cerati porque lo conocí en ese plan.
–Contame.
–Tuve la suerte de conocerlo en Miami. Salimos a comer con Diego Torres, y como él estaba en el mismo restaurante comiendo solo, se vino a nuestra mesa y empezamos a charlar. Más allá de que ellos compartían las experiencias (ellos, porque yo me limitaba a escucharlos para aprender), fue muy cálido conmigo, muy amable. Muy lejos de lo que podía sugerir la sobreexposición de su imagen.
–Ya contaste que grabás en Madrid. ¿Qué más podés adelantar del disco por venir?
–Arranque en Miami con Andrés Castro y con otros autores y compositores. Pero tenía muchas ganas de probar otros aires, y a España la tenía como una materia pendiente en ese sentido. Pude coordinar con David Santiesteban, Tato Latorre, Pablo Cebrian. Me pareció increíble. Fue una experiencia genial porque nunca había trabajado con ellos. Bueno, con Cebrian había grabado para el disco de Raphael; una versión de Alfonsina y el mar, de hecho. Eso había sido en pandemia, por lo que tuvo que resolver todo a distancia. El sonido de ellos, su fusión, me resultaron enriquecedores. Me cuesta decir “el disco está cerrado” porque siempre me surge algo nuevo. Te cruzás a componer con alguien de ese nivel y querés poner todo. Mucho aprendizaje.
–En los últimos años, nos abandonaron Diego y Don Horacio. ¿Cómo te pegaron esas partidas?
–Las personas sabias siguen enseñando aun en su ausencia. Ni hablar en el caso de Don Horacio. Con Diego, si bien teníamos una fuerte relación, lo cierto es que él siempre andaba por el mundo. Yo siempre tuve buen vínculo con Claudia y las hijas, de compartir fiestas, cumpleaños, despedidas de años y hasta algunos malos momentos. Hay una exposición acá que se llama “Diego Eterno” a la que tengo que ir. Más allá del ídolo que todos conocieron, tuve la suerte de sentarme a la mesa con él para compartir una sopa y hablar de la vida. Con Horacio, la cosa es más de familia pura.
–¿Y cómo se traduce eso?
-Hoy, con tantos recuerdos que aparecen en videos y demás, siempre se me cruza Don Horacio en el escenario. Y por ahí estoy cantando y de repente miro al cielo y digo “Esta es para vos”. Porque estoy haciendo algo para lo que me ayudó y me enseñó. Esta felicidad se la debo a él, más allá del mérito, la dedicación, el seguir estudiando y el cuidar la carrera. Jamás me voy a olvidar de Don Horacio. “Cómo me gustaría terminar un concierto, agarrar la bici y contarle cómo me fue”, suelo pensar. Pero, en fin, la muerte obedece a la ley de la vida.
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