En marzo de 2024, Ca7riel & Paco Amoroso protagonizaron un evento que marcó un precedente más que interesante para hablar de un nuevo fenómeno en la industria musical. Uno que parece hacerse cada vez más extensivo.
En ese momento, el dúo aprovechó el festival Lollapalooza Argentina (a cargo de la productora que trabaja con el proyecto) para realizar una escucha previa de Baño María, material que saldría algunas semanas más tarde.
La presentación, que no fue un show junto a su banda, ni un acústico ni ningún otro tipo de interpretación en vivo, consistió en una especie de performance en la que los protagonistas disfrutaron de un baño de inmersión y de una fiesta en un jacuzzi traído de un “telo” del conurbano bonaerense. ¿Cuál era la gracia? Compartir la experiencia in situ con ellos, como parte de una acción con tanto de gancho publicitario como de acumulador de expectativas.
El resultado fue elocuente: muchos criticaron al dúo, otros tantos celebraron la idea; en definitiva, el gesto estuvo lejos de pasar desapercibido. “Queríamos que se ofendiese todo el mundo”, dijeron ellos en su reciente paso por el programa español El hormiguero.
Ilusión de intimidad y sentido de pertenencia
Aquella conversación se actualizó recientemente con dos eventos similares. El primero ya pasó y tuvo lugar este jueves, con la preescucha de Ameri, cuarto álbum de Duki. El disco, inyectado además con la expectativa de un trabajo que es tema de conversación hace años, se anticipó con una “preescucha performática” en el Movistar Arena de Buenos Aires. Las entradas (con precios de entre $ 23 mil y $ 69 mil) se pusieron a la venta a mediados de octubre y se agotaron en sólo tres horas.
El próximo 11 de noviembre, día en el que lanza material nuevo todos los años, Ysy A presentará Trampa al tiempo, su nuevo álbum. Cinco días antes, en Obras, realizará la otra preescucha anunciada recientemente, y que él ya se anima calificar de “histórica”. No es una novedad para el trapero, que en sus últimos cuatro discos organizó eventos similares siempre a sala llena.
En definitiva, se trata de una nueva modalidad de encuentro con su público para dos exponentes que organizan shows a otra escala (en estadios de fútbol). Y también es un hito más para compartir con una audiencia expectante de novedades y con la camiseta puesta.
De hecho, estas escuchas anticipadas (siempre limitadas), además de ampararse en la fidelidad de un fandom con hambre voraz de contenido, ofrecen una ilusión de intimidad compartida con la figura. Aunque haya otros miles que también compraron una entrada, no deja de tener un halo de exclusividad que a cualquier seguidor le alimenta el ego. ¿Quién no quiere compartir un momento cumbre con su ídolo?
Y no es algo exclusivo de Argentina. Tyler, The Creator organizó una fiesta multitudinaria en la que se celebró la previa de la salida de Chromakopia y se lo escuchó por completo. El lugar fue el Intuit Dome de Los Ángeles (el estadio de los Clippers, equipo de la NBA), con capacidad para casi 18 mil personas.
“Tyler, The Creator está vendiendo entradas de 5 dólares para verlo hacer playback”, tituló Los Angeles Times sobre un evento que incluyó un escenario a base de contenedores y la palabra del protagonista ante sus fans. El músico no hizo más que moverse en el escenario y cantar las canciones mientras estas sonaban en los altavoces del estadio, pero tampoco vendió “algo más”. De hecho, aclaró en la previa: “No actuaré, estaré parado en medio del lugar sincronizando mis labios con los nuevos sonidos”.
¿Es ético cobrar una entrada para un no-show?
Ahora bien, ¿hasta qué punto se trata de otro formato para generar ingresos, por más pequeños que sean? Si ni siquiera hay un trasfondo conceptual –como en el caso de Duki–, ¿es válido vender esto como un show? Que hay una demanda cautiva, ni se discute. Los datos son elocuentes y las salas llenas también. Pero ¿acaso esos fans no están dispuestos a comprar cualquier cosa que les ofrezcan?
La cuestión, en todo caso, es si un artista de la talla de los ejemplos anteriores necesita plantear este tipo de eventos como otra unidad de negocio. La pregunta de fondo tiene que ver con la ética detrás de una decisión comercial propia de un show business ya acostumbrado a vender meets and greets, pruebas de sonido y hasta saludos personalizados.
En ese marco, ¿hay margen para que las preescuchas sean algo más que un no-show vendido a la manera de un concierto a otra escala?
Por lo pronto, queda claro que este tipo de acciones se harán más y más comunes. Lo que en un momento era una excusa para adelantar material a la prensa hoy se ha vuelto otro modo de afianzar una comunidad propia. Y no hace falta una escala de popularidad masiva para comprobar la efectividad de este tipo de instancias. El salto simbólico se da cuando lo económico se pone en juego y las ganas de compartir música nueva quedan sujetas a otro tipo de reglas. El público, mientras tanto, hace la fila virtual por las dudas.
