Entre cientos de vasos de plástico que navegan en un incipiente caudal de agua teñida de noche, y ya con las calles de las inmediaciones del Monumental Sargento Cabral plagadas de fanáticos de La Mona Jiménez, la sensación que le pone palabras a la foto de la madrugada es la plenitud.
El clima es de fiesta que todavía no se quiere terminar. Tras una nueva madrugada de baile (este sábado el club recibirá a Cachumba), la multitud se desplaza hacia las vías del tren y hacia el corazón de barrio San Vicente. En un contexto dominado por puestos de choripán humeantes y autos preparándose para salir, un comentario se repite.

“Qué bien que está”, se escucha aquí y allá sobre el “Mandamás”, que acaba de presentarse por cuarta (¿y última?) vez en el histórico recinto cuartetero al que volvió en marzo de este 2025 luego de seis años de nostalgia.
De hecho, no llama la atención que el cantante haya aprovechado para tirar la primicia de que en noviembre tocará en el Estadio Único de La Plata. Antes, en los próximos días, hará el anuncio de rigor con una escala mediática en Buenos Aires: dirá presente en el ciclo de streaming Un poco de ruido y será invitado del programa de Mario Pergolini.
Nuevamente en plenitud
Como en cada uno de los bailes previos en el Sargento Cabral, la presentación que dio Carlos “la Mona” Jiménez este sábado a la madrugada fue lo más parecido a un encuentro cercano entre el cantante y el núcleo más duro de sus seguidores. Aquellos que valoran especialmente la posibilidad de ver al ídolo en un escenario más habitual (su principal templo durante los últimos 40 años) y también más cercano a la experiencia de baile que él mismo hizo famosa en el mundo.
Hasta la 1 de la mañana, el histórico club de San Vicente no presentaba un escenario muy diferente al de cualquier otro evento de viernes por la noche. Sin embargo, este no era un baile más, precisamente. Pautado en el calendario original de Universo Jiménez para el 11 de abril (las entradas canjeadas en las últimas horas todavía mostraban esa fecha), había sido reprogramado para agosto a raíz de una lesión del cantante.

En ese momento Universo Jiménez optó por priorizar el Festival Nacional de Cuarteto y dejó esta fecha para la segunda mitad del año. La decisión fue motivo de dudas, quejas y más de un comentario jocoso en redes sociales. Pero el tiempo hizo lo propio y aquella suspensión se convirtió en el primer paso de una noche que, cinco meses más tarde, terminaría colgándose el mote de inolvidable.
Es que el cantante tuvo una presentación que no mostró ninguna secuela de aquella intervención que lo obligó a cantar apoyado en una banqueta a comienzos de mayo. Por el contrario, Jiménez celebró con sus fanáticos desde el comienzo y disfrutó cada contacto con ellos como el amigo fiel que es.
Enérgico y de muy buen humor, caminó todos los rincones del escenario, mostró sus inconfundibles pasos improvisados y habló y saludó a destajo. Volvió a ser “el viejo” querible y sinvergüenza que hace reír a sus bailarines con cada ocurrencia entre himno e himno.

La mística del Sargento
Pasadas las 2, y tras una efectiva previa a cargo de Lore Jiménez y parte de los músicos que acompañan a su padre, las más de seis mil personas que agotaron hace tiempo las entradas clavaron su vista en el escenario y los celulares se alzaron a la velocidad de la luz. Con el ingreso de “la Mona”, vestido de azul y con pantalones de jean con flecos, el ritual se puso en marcha y lo que vino después fue digno del mito que se ha construido en torno al Sargento.
El divorcio, canción que generalmente suele sonar más entrada la noche, marcó el inicio de una lista que seguiría con pesos pesados como El león o Goma de mascar y destacaría versiones de Si te vas o Ahogadito. Pero lo que hizo la diferencia con otros bailes anteriores fue la impecable manifestación física de Jiménez, que cantó cerca de una hora y media antes de hacer una pausa extendida y encarar la segunda parte con otra hora más de show.

“Espérenme que me voy a quedar sin voz para el segundo bloque”, les dijo a algunos de sus seguidores mientras recibía pedidos ensordecidos de saludo y reconocimiento. Ya desde la primera ovación, con un “soy Jiménez” que se nutrió de la adrenalina de todos los presentes, la multitud se convirtió en coprotagonista de la noche y coreó cada estrofa, al punto de que fueron varias las veces en las que el artista calló a su banda para que se escuchara la contundencia del público. “Los amo, culiados”, dijo “la Mona” sin demasiadas vueltas a la hora de ponerle rótulo a este vínculo incondicional.
Y allí, en el preciso momento en el que la música ya no alcanza para explicar algunas cosas que suceden entre artistas y fanáticos, el caso del “Mandamás” vuelve a mostrar su valía como objeto de estudio sin demasiados parangones o ejemplos similares que puedan acercarse a este nivel de devoción.

Por eso, ver a La Mona en este escenario tiene ese plus que es difícil de definir pero no de sentir. Muy simple: si se tiene en cuenta el contexto de galpón cerrado del Sargento Cabral (completamente distinto al de un evento en el playón norte del Kempes), la experiencia jimenera se potencia todavía más. Las banderas, los cuerpos que se suben unos a otros, la ronda, los empujones, la fila para ir al baño y para las barras, la vuelta a la que le falta hielo, el piso mugriento, las caras de éxtasis, el goce compartido. Todo se vuelve parte de una oleada de sensaciones que arrasa con la madrugada.
Para cuando el reloj marca las 5 y las puertas del Sargento se abren, la melodía que anticipa el “chau-chau” de la banda hace las veces de señal de partida y la gente comienza a retirarse en forma de marea. Hay signos de alcohol en sangre y pasos torpes. Todavía hay algunos que tararean Ramito de violetas y también están los que siempre se quedan con ganas de más. Pero fundamentalmente lo que muestran las caras afuera es aquello que se vivió adentro: una fiesta popular con su maestro de ceremonias nuevamente pleno.
