Hay un debate tan viejo como la propia música moderna y que cada tanto vuelve a salir a luz: ¿la reinterpretación de las viejas canciones, ya sean clásicas o no tanto, le quita protagonismo a la música original? ¿Vale todo en la utilización del recurso? ¿Funciona de cualquier manera o hay momentos donde el exceso es un problema?
Según la jerga musical, que igualmente no está escrita en ningún manual, hay una diferencia entre versión y cover musical. Este último concepto remite a una relectura lo más fiel posible del original, muy habitual en las llamadas bandas o shows tributo por ejemplo. En la versión, en cambio, hay una modificación o adaptación de la canción original, ya sea con un estilo distinto, agregando o quitando instrumentos y hasta cambiando melodías.
Más allá de estas definiciones técnicas, lo cierto es que en estos últimos años la cultura del cover o versión volvió a tener en Argentina un nuevo auge con ciertos artistas reversionando sus discos clásicos (tal vez el ejemplo más claro es El amor después del amor de Fito Páez), la explosión de determinadas bandas tributo, la aparición de fenómenos como FA!, Cindy Cats (banda de músicos sesionistas que invitan un cantante para una versión) o Un Poco de Ruido (zapadas de cumbia que generaron otro fenómeno) y la cada vez más recurrente utilización del recurso en géneros como el cuarteto y el folklore.
Todo ese combo generó múltiples voces a favor y en contra de estas propuestas, pero también comenzó a detectarse cierta “doble vara” para medir si la idea de reversionar es un hallazgo o un recurso ya gastado que va en contra de la música original.
Si bien la idea de este artículo no es dar una respuesta cerrada respecto de la discusión, sí poner una luz de alerta a la hora de juzgar “la cultura del cover”, por llamarlo de alguna manera.
Tal vez el caso más emblemático sea el de ¡FA!, el proyecto que impulsó hace unos años Mex Urtizberea desde YouTube y que mezcla charlas grupales que tienen un eje temático determinado con música en vivo, en la que los artistas versionan o hacen covers (hay de los dos formatos), generando algunos crossover impensados.
“Es el momento que más disfruto con el equipo de laburo. Nos juntamos, pensamos en un artista, qué le quedaría bien cantar, en dónde meterlo. A veces también viene el músico y te propone algo. El tipo ya sabe que tiene que colocarse en otro lugar y sorprender, ya saben que ese es el juego. Sabe cuál es esa canción que canta en la ducha y que lo emociona, y muchas veces no tiene nada que ver con lo que está haciendo. Es como desnudarse”, le decía Urtizberea a este medio en una entrevista reciente, cuando desembarcó con ¡FA! en Córdoba por primera vez en un Atenas colmado.
Más allá de la sorpresa por algunas versiones, si hay un verdadero mérito en FA! es haber logrado un auténtico cruce intergeneracional entre los propios artistas y también en el público, con chicos que muchas conocen determinados temas porque los cantan sus ídolos de las nuevas generaciones. Y sobre todo, el mérito de hacerlos cantar “a pelo” como contaba el propio Mex. “Para todos los pibes que han venido (Lit Killah, Yami Safdie, Milo J, Bavhi, Tiago PZK) es un desafío terrible salir del autotune y de una serie de cosas de cómo se produce la música hoy”, destacaba el músico y humorista.
Ahora bien, ¿por qué muchas veces se juzga este tipo de acciones como una genialidad como a Santiago Motorizado interpretando a Cristian Castro y no así en el caso de una buena versión cuartetera o cumbiera de un clásico a la que se cataloga como “choreo”?
Como siempre ocurre con las cuestiones que funcionan, el problema sin dudas es el exceso del recurso. En el cuarteto, por caso, no sólo está cada vez más automatizada la costumbre de versionar el “tema de moda” en clave tunga tunga, sino que muchas veces ya no importa si otra banda o artista lo hizo con anterioridad.
Al respecto Euge Quevedo le decía a este medio en una entrevista de hace algunos años: “La gente nos pide las versiones. Es así. Apenas sale un tema importante, nos empiezan a etiquetar todos. Con el de Shakira fue abuso. Me parecía que era como un himno para las mujeres y salió bueno”, señalaba su versión de la tan difundida sesión de la colombiana con Bizarrap. En esa misma charla, el Keso Pavón sumaba que muchas veces sentía que se corría “una carrerita con sus colegas” para ver quien versiona primero el hit del momento.
El colmo de esta situación ocurrió en febrero pasado cuando Q’ Lokura y DesaKTa2 publicaron ¡el mismo día! sendas versiones de Baile inolvidable, reciente hit global de Bad Bunny. La vorágine del cuarteto es cada vez más difícil de frenar.
Un buen parámetro para medir el punto de “la cultura del cover” sería que no funcione como tapón de la música original, algo que lamentablemente sí viene sucediendo entre el público. Ya sea por comodidad o por falta de tiempo, en general ya no se busca la novedad, sino que se espera por “las que sabemos todos”. Incluso con sus artistas favoritos, a los que les reclama que canten “las de antes, las de siempre”.
En ese sentido, el citado Fito Páez es un caso emblemático: su relectura de El amor después del amor llenó estadios en muchas partes del mundo, aunque no le ocurre lo mismo cuando el rosarino publica un disco con canciones inéditas. De hecho, en sus shows incluye muy pocas de las nuevas, algo que seguramente generaría el fastidio de uno de sus padrinos artísticos como Luis Alberto Spinetta, siempre abanderado de la renovación de su obra y del “mañana es mejor”.
Esto mismo sucede con los festivales folklóricos y la reiteración de ciertas fórmulas que siempre funcionan pero también a veces cansan. Parece un callejón sin salida, sin embargo con un poco de osadía en la búsqueda de un mayor equilibrio entre la versión y lo original de parte de artistas, productores y sobre todo del público, la cosa puede cambiar.