En los últimos 15 días, la carrera de Guillermina Cerquetti ha experimentado un fuerte sismo. Es que la actriz, cantante y bailarina cordobesa, de 29 años y residente en Madrid desde hace varios, ha hilvanado actuaciones en los sendos nuevos clips de Joaquín Sabina y Alejandro Sanz.
Pero si el sólo hecho de estar asociada a esos nombres propios ya acerca una idea de espaldarazo, en esta ocasión hay un plus: Un último vals, de Sabina, y Palmeras en el jardín, de Sanz, encierran ideas de despedida y reafirmación, respectivamente.
En la primera realización y con dirección de Fernando León de Aranoa, Guillermina comparte plató (nada más ni nada menos) con Joan Manuel Serrat, Leiva, Ricardo Darín, Andrés Calamaro, Ariel Rot, José Tomás, Luis García Montero, Juan Gabriel Vásquez, Alejo Stivel y Jorge Drexler en el que se ha anunciado como la última entrega (sonora y audiovisual) del trovador andaluz.
Y en la segunda, ya reluce como coprotagonista bajo el mando del francés Greg Ohrel, en una entrega en la que el madrileño creador de Corazón partío intenta “volver a sí mismo después de un largo viaje”, según fundamento de la escritora Elvira Sastre.
“Estoy feliz pero aterrada”, le cuenta la misma Guillermina Cerquetti a La Voz, luego de que se le pidiera un diagnóstico artístico – emocional.
“Aterrada porque... Porque está bien estar aterrada, ¿no? Es parte de la vida. Esta es mi primera entrevista”, añade como para dejar en claro que lo descripto arriba la expone en el umbral de algo que desconoce.
“Este mes fue así, una locura hermosa –sentencia–. Empezó con el clip de Sabina, que es un reencuentro suyo con el mundo para despedirse una vez más y a su modo. Junto a todos sus amigos, a su familia, a la gente que estuvo muy presente en su vida. Incluso está la señora que lo ayuda a él en su casa en el clip”.
“Fue muy emotivo. Y me encantó trabajar con él y con Fernando, al que aprecio muchísimo. Porque trabajan con esto, ¿no? Con el sentir, con lo aterrador de despedirse. Todo es como atravesar una ola de incomodidad que, de todos modos, te mantiene muy vivo”, remata.
–¿Y cómo llegas a Fernando?
–Llegué porque quería, creo. Yo sabía que quería trabajar con personas que fueran referentes, que tengan esto de sostener sensibilidad, verdad. Que sean sinceras. A mí me gusta mucho la etimología. La palabra sincera viene de la edad media: cuando hacían las esculturas y daban un mal golpe, no le ponían cera, entonces era sin cera. Estos artistas con los que estuve trabajando ahora son así, ¿no? Y se dio por puras casualidades.
–Contame…
–Un día estaba en un curso de teatro al que iba y del que me estaba retirando, y un amigo músico me llama y me dice “Estoy en tal bar, hay gente de cine, vení”. Y yo le digo “Mirá, estoy con una maleta llena de cosas de teatro, como de disfraces y cosas así, acabo de terminar un curso, voy pero con todo eso”. Y entonces, llego con esa valija a una cena súper formal y me siento al lado de Fernando… Empezamos a hablar porque él tiene un libro de cuentos cortos, y uno de sus cuentos habla sobre maletas, precisamente. Se generó un pequeño vínculo. Y todo pasó justo cuando había pensado descansar de la actuación y había comenzado a componer canciones.
Guillermina agrega que, tras ese encuentro, León de Aranoa la buscó en la tienda de diseño en la que trabaja los fines de semana para sugerirle que reencauce su carrera como actriz y que tenía el clip de Sabina en gateras.
Guillermina Cerquetti y las cartas del azar
En suma, para Un último vals el azar jugó sus cartas, algo que también sucedió para al arribo de la cordobesa a Palmeras en el jardín, aunque en menor medida.
“Más puras casualidades”, contesta Cerquetti cuando se le pregunta sobre su acceso al mundo de Sanz.
Pero luego precisa: “Esto fue por la agencia en la que estoy para trabajos en publicidad. Me dicen ‘Bueno, hay un videoclip de un músico, y yo, ‘OK, pero ¿de qué músico?’ Porque es importante esa cuestión. Y hasta el último día no me decían, me sugerían cosas aproximadas… Y cuando me lo revelaron que era Alejandro, dije ‘Pero sí, claro’. Me encanta su música, su arte, es como un artista bien de las raíces, ¿no? Como que expandió el flamenco al mundo entero, y a mí el flamenco me apasiona, me gusta muchísimo”.
“Nunca se sabe qué puede pasar con uno mismo. Yo sabía lo que quería, pero nunca me imaginé que iba a hacer un videoclip con Sabina y ahí nomás otro con Sanz, y conocer músicos así, con tanto corazón”, completa.
–Decís que te apasiona el flamenco, y según pude ver en tu filmografía breve un papel de bailaora. ¿Bailás flamenco?
–Bailo un poco. Soy bailarina clásica, toda la vida fui a ballet, pero el flamenco siempre me encantó… A ver, mi mamá es profe de colegio, de primaria, ¿no? Y entonces, siempre quería aparecer en todos los actos. Más todavía cuando de chica fui a ver un espectáculo de Carmen Flores. También fue por casualidad, porque era mi abuela la que debía ir y no pudo. Entonces, mi mamá me dijo “vení vos”. ¿Viste que cuando uno es chico no sabe qué le gusta pero hay cosas que le quedan en la memoria porque lo atraparon en su momento? A mí me pasó con ese concierto: me quedó mucho el haber entrado por primera vez a un teatro, el haber visto todo ese terciopelo rojo y que salga una mujer a cantar con tanto corazón, con tanto sentimiento, llena de lunares, cambios de ropa, como poniendo toda la carne en el asador.
–¿Qué pasó después de esa epifanía?
–Al otro día, mi mamá me había dado plata para que vaya al almacén, pero en vez de comprar lo que me habían mandado, compré un CD de Lola Flores. “Perdón, pero necesitaba esto”. Y lo escuchaba todo el tiempo. Y así fue que un 12 de octubre organicé un acto en el que éramos todas flamencas. Me pinté un lunar acá (se toca una mejilla). Hice una escenita haciendo de sevillana, gitana, cantaora, un poco en honor a esa niña que había descubierto que ese era su ecosistema.
–¿En qué circunstancias llegaste a Madrid? ¿Fuiste en la búsqueda de más oportunidades como actriz o fuiste a tu aire?
–De Córdoba me fui a los 18 años. Primero, a Buenos Aires. Siempre haciendo lo que intuía, o donde me llamaba el cuerpo. Siempre uno se va un poco peleado, con la rebeldía adolescente. Y en casa tenían el terror típico de todos los padres de que tu hija quiere ser actriz, música... Empecé a abrirme camino sola, no conocía a nadie en Buenos Aires y estuve ahí tres años. Viví un montón de experiencias, un montón de vivencias, que era también lo que estaba buscando, como que me parecía que para ser actriz o para cantar, para escribir canciones, tenías que conocer un poquito de todo. Conocer el dolor, conocer el hambre, conocer las personas. Porque en tu casa es todo hermoso, pero después salís y hay de todo. Y de Buenos Aires me fui a México; de México, a Italia, al sur… Después me fui un año a Francia, viví un año en París, me puse novia, y bueno, pandemia… También me gustaban mucho el cine francés y Edith Piaf, quien también es una referente para mí. Y por fin llegué a Madrid, que era donde más me resonaba estar. Ese fue el recorrido, uno de muchas vidas.
–Intuyo que estos trabajos recientes pueden volver a reimpulsar tu carrera como actriz…
–Es así. De hecho, hay un trabajito ahí que se viene, que me pone muy contenta. No puedo dar muchos detalles ahora, pero sí, pasa algo loco que cuando uno deja descansar algo, de repente se activa. O cuando lo deja de… No sé cuál sería la palabra… Cuando lo deja estar tan ahí, o se relaja, empiezan a surgir cosas maravillosas. Y ahora también estoy trabajando con Javier Limón.
–¿Javier Limón? ¿El productor musical?
–Sí, lo conocí por Alejandro. Fue a ver el clip que estábamos haciendo. Alejandro y Javier son tan graciosos… O sea, me la pasé riéndome desde que entré hasta que salí, fueron dos días de rodaje en los que trabajamos con Gregory Ohrel, el director de cine que hizo This is Not America con Residente. Él es el estilo en persona, es surrealista. En ese contexto conocí a Javier Limón, a quien le mostré algunas maquetas de cosas que tenía. Estamos trabajando música juntos. Él es música, es conexiones, es una luz.
