De izquierda a derecha corren fotos, fotos y más fotos. Y entonces se ve todo lo que atesorábamos, y más.
El durazno que sangra en su era embrionaria.
El insurrecto poeta de rulos anarcos y mirada misteriosa munido de un flit matamosquitos.
El joven espigado de cara angular con look new wave que lideró una impredecible banda de jazz rock.
El mismo joven ya adulto con rictus autosuficiente que tira paredes de igual a igual con un genio rosarino en ascenso.
El prócer que, asqueado de todo, se decolora el pelo, se viste de chillonas prendas Adidas y se pone al frente con un power trio ensordecedor.
También se ven las trastiendas de clips de poco presupuesto y mucha inspiración, que según el caso se bastaron de un paisaje rural o del vagón de un subte donde el artista retratado agita “¡cheques, cheques, cheques!”, mientras Carolina Peleritti, su novia de entonces, baila en baby doll.
Un acontecimiento cultural. Una reveladora biografía en imágenes de Luis Alberto Spinetta a través del ojo, la sensibilidad y la complicidad de Eduardo “Dylan” Martí, su amigo y fotógrafo predilecto.
Así promocionan sus editores a SPINETTA (Fotografías de Eduardo Martí), un libro sobre “uno de los máximos artistas argentinos de todos los tiempos” que contiene lo enumerado arriba y más, y que ha producido un espasmo de entusiasmo entre quienes convierten en permanente la demanda de obras legadas por “El Flaco”.
En este caso, se trata de un fetiche glorioso que testimonia “una vida” de simbiosis personal-afectiva y experimental-artística. Una vida de 56 años, precisamente la edad del periodista que escribe estas líneas.
“El Flaco íntimo y privado. El artista progresivo de los ‘70 y el buceador del jazz-rock y el tecno-pop de los ‘80. Sus alianzas con Páez y con García. La simbiosis con los integrantes de sus conjuntos. El artista eléctrico y revulsivo de los ‘90 y el clásico del siglo XXI”, releva la promoción del sello discográfico Sonamos y de la editorial Vademécum, los socios eventuales para la publicación de SPINETTA (Fotografías de Eduardo Martí).
Y luego precisa: “Sesiones de fotos en estudios profesionales o improvisadas al costado de una ruta provincial. El padre de familia en una quinta del conurbano bonaerense y el monje ermitaño de Villa Urquiza. En definitiva, todas y cada una de las formas posibles de ese fascinante misterio llamado Luis Alberto Spinetta”.
“La celebración de una vida, una obra y una amistad en un libro para atesorar el resto del viaje”, remata el respaldo como para concluir que estamos ante un artefacto que detona una bomba de memoria emotiva alucinógena.
Es que a medida que pasamos las páginas tenemos la cronología de todas las mutaciones de Spinetta, con un primer extremo más asociado a la época de Invisible, que fue en la que los artistas se flashearon mutuamente al extremo de contagiarse de por vida una manera de enunciar discurso (nasal, estrambótica, de derivaciones inciertas) e impulsos artísticos que trascendieron el mero hecho de realizar montajes y videos.
Este último punto se contrasta con las planillas de Sadaic que indican que Spinetta y Dylan Martí son coautores de Quedándote o yéndote y de los instrumentales Almendra y Garopaba. Los dos primeros, del espectral Kamikaze (1982), mientras que el último fue compuesto ad hoc para Estrelicia (1997), el MTV Unplugged de Spinetta.
“El libro respondió a que hace 13 años que falleció Luis. Me pareció que ya había pasado el suficiente tiempo para dejar un testimonio. Por lo menos, de todo lo que compartí con él”, dice Martí al atender el llamado de La Voz, cuya primera inquietud fue elemental: ¿por qué este libro, por qué ahora?
“Fueron siete años de recopilar material, del cual mucho se había perdido. Lo recuperé porque en algún momento había dejado algún tipo de copia a algunos amigos. Y otra gran parte ya la tenía conservada. Lo que pasa es que pasó mucho tiempo… Pensá que la primera foto que aparece en el libro es del año 1969. Pasaron algunos años, una vida”, suma Martí, atendiendo el dato que su primer clic para Spinetta fue durante el show de Almendra en el Festival Pinap, en carácter de fotógrafo acreditado.
–56 años es mi edad, sin ir más lejos.
–Tenés que disfrutar la juventud (risas).
–Fue disfrutable vivir la vida junto a Luis como… eso, ¿qué fuiste de Luis? ¿Un socio creativo, un alma gemela?
–Fuimos muy amigos, nada más. Hemos compartido la crianza de los hijos, veíamos películas, tocábamos la guitarra… A Luis le encantaba cocinar, hacía una pizza que era increíble. Y las grabaciones, los shows, todas las cosas. Y todo no se reduce a Luis, porque a partir de Luis giraba todo un mundo de gente. Se armó una comunidad entre los músicos, toda la gente que lo apoyaba en su carrera y él.
–En la recuperación y tratamiento de este material, ¿quiénes fueron tus socios indispensables?
–Theo Lafleur fue uno de los socios fundamentales para que el libro se materializara. Él se encargó de todo el diseño gráfico. Él estuvo a mi lado todos estos años, armando, poniendo, subiendo, bajando. Porque armar un libro de fotos es un poco como contar una historia. Es una pequeña película. Y más allá de darle cierta cronología, intenté que también tuviera un ritmo, ¿no? Es un libro muy grande. Pensá que tiene 346 páginas y 450 y pico de fotos. ¡Pesa dos kilos y medio el libro!
–Un fetiche insoslayable para el spinettólogo.
–Lo insoslayable es la carrera de Luis. Pensá que Luis vivió 62 años e hizo 40 y pico de discos. ¿Cuándo durmió este pibe?
–Y, además, hay que contemplar la valía de esas obras, dados sus respectivos contextos y gestos expresivos insulares.
–¡Ni hablar! Es uno de los tipos que ha tenido mayor conducta. Sin querer comparar un artista con otro: ¿viste que hay algunos que tienen subidas y bajadas en su carrera? Luis, como siempre fue tan independiente y tan obsesionado con la calidad de su trabajo, siempre se tomó el tiempo necesario para publicar un disco. Y siempre lo hacía con la idea de innovar. En ese sentido, fue un personaje único.

Para “Dylan” Martí, lo importante es lo que resulta después del clic
–Recién hiciste un relevamiento numérico preciso sobre cantidad de páginas y de fotos, además de revelarme el peso del libro. ¿Tenés idea de cuántos dispositivos usaste a lo largo de estos años para sus fotos?
–No la tengo, pero sí te puedo decir que el 80% del material que está en el libro es de origen analógico. El soporte ha sido película. El 20%, sí, pertenece a la era digital.
–¿Y cómo te sienta esa era digital?
–Para mí lo importante no es el soporte, sino qué ponés delante de él. Es como si te dijera: “Che, ¿escribís mejor en papel o con un ordenador?”. Y a fin de cuentas, lo importante es lo que escribís. Si es bueno, será bueno en cualquier caso, tallado en piedra o computarizado. Lo que trasciende todo es la idea o el conocimiento que querés expresar o compartir. Sí, hay gente que es medio “fana” o muy fundamentalista, que se inclina por la película. Lo que pasa es que estamos en una época en la que el mundo ha tomado una dirección que no podemos cambiar. Fijate lo que pasa con los CD y los vinilos. Resulta que ahora venden más vinilos que CD, cuando en su momento los primeros tendieron a desaparecer porque los segundos traían innovación de audio. Yo qué sé. Todo es al gusto del consumidor.
–¿A las cámaras analógicas las tenés en funcionamiento o ya las reseteaste?
–Las tengo, pero pasa que prácticamente ya no trabajo más desde hace un tiempo largo porque estoy perdiendo la visión.

–¡No me digas!
–Sí, tengo una afección en la vista, así que no puedo trabajar más. Básicamente, ahora me dedico a algo que hice durante toda la vida y en lo que Luis me hacía la gamba: la música. Me dedico a hacer música.
–A propósito de tu rol como músico: teniendo en cuenta la insularidad de Luis, ¿cómo era componer con él? Te lo pregunto porque “Quedándote o yéndote” y los instrumentales “Almendra” y “Garopaba” los firmaste junto a él.
–No componía con él… Lo que pasaba es que cuando tocaba las cosas que me imaginaba o intentaba hacer… a ver, no soy un eximio guitarrista ni un músico con oído absoluto: sólo que siempre creo secuencias armónicas que suelen traer leitmotivs que te cantan las melodías. Entonces, cuando estábamos con Luis, él tocaba arriba de esas cosas que me surgían. Y cuando Luis se fue de este mundo, intenté replicar esa lógica con otros amigos. El primer disco que saqué se llama Centrifugados por la ola (2024), y en él me acompañan Balta Comotto, Lucas Martí, Theo Lafleur; y después saqué un segundo disco, Buscando oro en el lugar equivocado (2024)… Bueno, en este último tocaron otros músicos: Hernán Jacinto, Claudio Cardone, Javier Malosetti, Sergio Verdinelli, Javier Martínez (no el de Manal, sino un jovencito muy talentoso), Nico Cota… Me voy a olvidar de alguien y no quiero. Encima, no puedo leer la ficha técnica. Como no está Luis para canalizar esto, intento hacerlo con ellos.
–¿Qué explicación le encontrás al hecho de que en su momento te decantaste por la fotografía?
–La música siempre me gustó. De hecho, en los ’60 tuve un grupo que se llamó Pacífico, proyecto que luego naufragó porque cada uno de nosotros quiso encarar algo distinto o no se querían arriesgar a tener un camino en la música. Era una época en la que aún prevalecían ciertos prejuicios con respecto a ciertas actividades. Eligieron el camino de una carrera universitaria… Además, el haberme quedado sin el grupo pasó en un momento familiar muy difícil: se había muerto mi padre, mi madre tuvo que salir a limpiar una oficina para sobrevivir. Y yo tuve la suerte de ingresar a Editorial Abril… Eso marcó el curso de mi vida, aunque no significó el abandono de la música.
–¿Quién tiene el máster de “La bella época”, el disco que grabaste con Pacífico en 1972? ¿Podrían reeditarlo ustedes?
–Lo podríamos hacer. Mario Agustín de Jesús González, del sello Sonamos, que fundó junto a Juana Molina, tiene esa idea. Vamos a ver. Estaría bueno para saciar a la gente curiosa.
–Te llevo a la videografía de Luis. ¿Cuál es, a tu criterio, el clip en el que más optimizaron recursos?
–Te diría Seguir viviendo sin tu amor, porque la mayoría de los videos los hicimos con escasos recursos. A excepción de los de Cheques o Correr frente a ti, que los hicimos en fílmico, 16 milímetros y esos equipos de producción que se arman cuando hay ese soporte de por medio, te diría que Seguir viviendo sin tu amor lo hicimos en un cuarto de tres por tres, en dos horas, con una cámara y una bombita. No es que uno es mejor que el otro: cada video aconteció en su momento, pero siempre respetando la inspiración, el carácter del tema y lo que fuera que haya querido expresar Luis con su inagotable creatividad.
–¿Estuviste distanciado alguna vez de Luis?
–Pero si compartí con él más de 40 años, ¿cómo no iba a tener algún tipo de chisporroteo? ¿Acaso tuviste un amigo por ese tiempo y nunca te peleaste con él? Somos gente adulta, hemos tenido momentos buenos y otros en los que nos hemos distanciado. Pero la vida no nos separó. No pasó nada grave como lo que le está pasando al país. Grave es lo que le está pasado a la provincia de Córdoba. ¿Y sabés por qué te lo digo?
–Supongo, pero decime igual…
–Una breve anécdota: en los ’60, mi padre se había comprado una camioneta Gladiator, en una empresa que se llamaba Industrias Kaiser Argentina, ¿no sé si te suena?
–Claro que sí.
–Bueno, le mandaron el pasaje de avión para que fuera con mi madre a retirarla de la fábrica en Córdoba, donde se la dieron con el tanque lleno para que se volviera a Buenos Aires manejándola. Eso era la Argentina. En Córdoba se fabricaban aviones y ahora sólo leo que paran de cerrarse industrias. ¿Qué querés que te diga? Tenemos un pueblo empobrecido, sin laburo… Ojalá la gente pueda ver más allá del teléfono y entienda realmente lo que está pasando.
–¿Luis presintió este desasosiego?
–Por ahí se la vio venir, sí. Es probable que haya dicho: “Mejor me voy de acá cuanto antes”.

El libro/su ficha
SPINETTA, Fotografías de Eduardo Martí. Formato: 34 x 21 cm. Páginas: 346 de papel ilustración de 150 gramos. Tapa dura. Edición limitada de 900 ejemplares. Precio: $ 150 mil. No disponible en librerías sino en www.spinettaxmarti.com.ar.