A la hora pautada para una entrevista telefónica, Daniel Melero atiende pero inmediatamente pide atrasar todo un toque porque necesita resolver un mínimo contratiempo doméstico.
20 minutos después, cuando ya corre el nuevo llamado, agradece la comprensión y cuenta que tenía que recibir el envío de dos cables.
“Es que se me empezó a poner muy viejo el de un parlante en casa. Entonces, encargué dos a medida, se demoraron y llegó justo ahora”, explicó.
E inmediatamente y por parte de este cronista, recibió el recordatorio de que en el sobre interno de Dynamo (1992), el disco más disruptivo de Soda Stereo que destaca su participación, tiene la sentencia “la música está en los cables” en su sobre interno.
“El asunto es que también puede ser inalámbrico el asunto, pero siempre está el cobre en algún punto. Es algo que das por hecho pero es un logro enorme para la humanidad”, retoma Melero, quien al elemento químico metálico (de transición, no ferroso, brillante y de color marrón con tonos rojizos) lo usó como medio para una obra imprevisible, zigzagueante entre la canción tecno pop y la experimentación electrónica o entre la canción orgánica (con el excelente Vaquero, de 2001, como máxima referencia) y la producción de artistas emergentes de otras décadas.
Precisamente, sobre cómo fue perfilando esa obra desde su condición de músico autodidacta del porteño barrio de Flores, formateado por la educación pública y la curiosidad, se explaya en el libro Incierto y sinuoso (2024, Caja Negra).
Más que “de memorias”, se trata del producto de una conversación sin red con el escritor Mariano Vespa. “No es un monólogo celebratorio ni una colección de anécdotas. Es la conjunción de muchas voces, algunos fantasmas, y archivos y fotos que no existen en Internet, que se proponen narrar una vida y una obra sostenida por los deseos y caprichos de una ética de la acción”, según una presentación oficial.
Pero Daniel Melero sigue del otro lado del teléfono. Y lo está a pocos días de haber deslizado en conversaciones informales en nuestro Museo Genaro Pérez, adonde vino para la inauguración de una muestra de Aníbal Buede, que se iba “a tomar un tiempo de las presentaciones en vivo”.
La revelación resignifica al concierto pautado en Casa Babylon (bulevar Las Heras 48) para este sábado 14 de junio, a las 20.
“Estoy formulándome el próximo show y quiero tomarme tiempo, porque además estoy grabando. Quiero ver cómo se configura todo eso y, en simultáneo, no quiero entrar en una fórmula que ya me sale bien y que puedo hacer de taco. Me gusta que haya dudas más sensación y espíritu de riesgo en cualquier evento en el que esté involucrado”, explica para La Voz.
–“Incierto y sinuoso”. ¿Por qué lo editaste y por qué en ese momento?
–Se deben haber dado las coordenadas, porque eso estaba escrito desde hacía tiempo. Luego fue reescrito y Caja Negra, de alguna manera, tomó y les dio albergue a esas ideas que, si por mí hubiera sido, no estarían materializas en un libro.
–¿Por qué no?
–Es muy engreído, vanidoso, hablar así de uno mismo. Sí se editó fue por el empuje de las personas que leían la primera versión. Amigos, gentes de la editorial… De Caja Negra, que le pone un diferencial. Eso (el publicar para Caja Negra) me hizo más vanidoso aún. Leí muchos libros de Caja Negra, así que tenía todo el sentido que ellos me editaran. He leído muchísimos libros en mi vida, pero en el último tiempo, los de Caja Negra me cambiaron. Me llevaron a nuevas ideas y a navegar desprejuiciado por ellas.
A continuación, Melero enfatiza que el libro resultó de entrevistas realizadas por Mariano Vespa a lo largo de mucho tiempo. “Mi afinidad con Mariano es tal, que todo esto se convirtió en una charla entre amigos. Y más teniendo en cuenta que, mientras ésta se producía, yo ponía en duda que fuera a convertirse en un libro, más allá de que ese era el propósito inicial. Me ha pasado lo mismo con los discos”, confiesa.
–El rock argentino hace rato que tiene perspectiva como para hacer retrospectiva. Sin embargo, en los streaming demandan detalles, anécdotas y recortes de época que, si caés ahí, podés fosilizarte.
–Hay tanto “yo” que está siendo mostrado que, por ahí, este libro podría sumarse a esa sobrecarga. Y eso pasa con la música, incluso. En la lírica, sobre todo. Pero, afortunadamente, no me hice ese cuestionamiento, acaso por tener en claro que todo depende del contenido.
—¿Seguís tan deslumbrado por Internet como lo estabas en décadas pasadas?
–Hay que diferenciar Internet de las redes sociales, que me parecen extenuantes, sinceramente. Internet me sigue interesando mucho, pero no de la misma forma en la que me interesaba en los ’80. Hoy, lo interesante para mí está considerado casi como parte de la dark web, como un pecado a condenar. Para mí, lo valioso está en otro tipo de interacciones; más conjuntas, no como las redes sociales. Más de intercambio de información, en todo caso. Por otro lado, está lo que sucede en los medios, que repiten lo que ocurre online. La televisión es una repetidora de las redes sociales. Lo sensacional es poco interesante, por lo general. Lo que revienta y se pone viral es como un cuchillo o un tenedor descartable, por más que contengan un buen diseño en algunas ocasiones. Pero toda la vida fue así y yo sigo funcionando como siempre.
–¿Y cómo funcionás?
–Las cosas rimbombantes o que retumban en el eco de la viralidad no me importan, voy a hacia otro lado. Las cosas de interés pueden ser una guasada, pero antes no lo eran en la manera en la que son hoy, que todo es más panóptico.
Daniel Melero, en tensión con el estrellato
–Rehuís a eso como en todo momento al estrellato, tal como lo planteas en “Incierto y sinuoso”.
–Me fui desplazando a medida que fui viendo la gran farsa que era el hacer del rock (me incluyo ahí por más que se suponga que soy tecno), cuando de verdad me di cuenta que éste también era un producto para disponer en batea. Me corrí del tema tener o no tener difusión y de otras imposiciones. Les escapé porque a mí me enamoraba el sonido y las ideas… Las ideas no tienen que ver con una atadura. Rápidamente me di cuenta de todo. Fue un proceso también. En mis dos primeros discos, contando el de Los Encargados, me di cuenta. También tiene que ver con el completo desconocimiento al que me aproximé, tanto a los sonidos en principio y luego al negocio de la música.
–Tu sello “Catálogo incierto”, ¿tenía cuadratura legal?
–Para nada. No. Era de cualquiera que editara en el marco del consenso que teníamos. Todo fue fuera de la ley. Me pareció algo natural. Esas cosas apenas habían sido vistas y muchas se convirtieron en muy vistas con el correr del tiempo. Fue realmente una experiencia interesante; e incluso, por mi vanidad te podría decir que fue importante. En mi vida, todo ese contexto, todas las músicas que se publicaron (inclusos los ambientes que fueron publicados) forman parte de quién soy.
–Volviendo al estrellato y a tu libro: no fuiste solemne al referirte a compañeros y amigos que sí cultivaron ese perfil como Cerati y Dárgelos.
–Era (el estrellato) parte de sus planes respectivos. No revolucionaron las cosas con sus planes, pero son artistas que siempre han hecho lo que les parecía que había que hacer. No pensaban a la hora del diseño con la posibilidad de encajar. Y no sé, incluso si perversamente pensaron en encajar, lo hicieron desde un impulso artístico real. Por otro lado, mucha gente busca eso todo el tiempo y no lo logra. Hace falta tener muchas cualidades para lograrlo.
–¿Cómo es tu vivo hoy?
–Subo al escenario con Nicola Carrara, que creo que toca el día anterior en Córdoba, y con Guillermo Rodríguez, también conocido en el mundo del crimen como Auto (se pronuncia así, pero se escribe Avto). El show estará cargado de ideas que pienso implementar en el futuro cercano. Así que es como un recuerdo del futuro. Sin platos voladores, como en el caso de Erich von Däniken, pero estamos en una idea nueva que es medio... A ver, son tan interesantes las palabras que contienen a la idea que me da pudor verbalizarlas. La idea es encontrar la falta de ritmo en el ritmo y en la textura, su textura opuesta. Así lo puedo resumir. Es más divertido de cómo lo definí.
–¿Pensás en el social del músico en este contexto opresivo?
–Todo el tiempo.
–¿Y llegás a alguna conclusión?
–Lo que pasa es que los problemas evolucionan y las virtudes también. Entonces, no estoy aferrado a una conclusión. Las palabras también están antiguas para decidir esto, pero el espectáculo no tiene necesariamente que ver con el arte. En algunos casos puede ser, pero el arte es muy diferente. Para mí, el problema está en que para cosas muy distintas usamos las mismas palabras.