Antes que nada, una aclaración importantísima. Beat NO es una banda tributo. NO. Es un cuarteto dedicado a tocar la música que King Crimson compuso, publicó en tres discos y representó en vivo durante los ’80 con dos de cuatro miembros originales.
Y que además consiguió el visto bueno del líder fundador, el británico Robert Fripp, para desarrollar la idea.
Por otro lado, los que exhiben credenciales de haber estado ahí no son músicos que hayan sido convidados de piedra en su momento. Son el guitarrista – cantante – compositor Adrian Belew y el bajista – sitkcista Tony Levin, reclutados por Fripp para reinventar un grupo que ya había instituido inalcanzables estándares de rock progresivo y del que sólo quedaban él y el baterista Bill Brufford.

Finalmente, lo de reinvención quedó corto: en los discos Discipline (1981), Beat (1982) y Three of a Perfect Pair (1984) los nuevos King Crimson dieron cuenta de una aventura experimental y exploratoria, con guitarras entrelazadas, que podían transmutarse hasta sonar como un paquidermo, y una base polirrítmica, que pese a no estar casada con patterns rockeros convencionales también fue explosiva.
Con temáticas que anticipaban nuevas formas de comunicación, nuevas hecatombes y demás, esa música resultó muy influyente en Córdoba. Y tuvo a Mussnack, la disquería de Héctor “Perro” Emaides como epicentro propagador. Y hasta una banda, Astroboy, que tomó mucho de aquellos matices.
Esto se tradujo en visitas frecuentes de los miembros de King Crimson cada uno por su lado (de hecho, Levin fue huésped frecuente y Belew tuvo su show solista en el Centro Cultural General Paz), además de un show memorable de la banda el 10 de octubre de 1994, en la Sala de las Américas del Pabellón Argentina.
Por eso fue que en la noche del sábado hubo una asistencia tendiente al sold out en el recuperado estadio Atenas de General Bustos, donde Belew y Levin, para colmo de bienes, comparecieron con el guitarrista Steve Vai y el baterista Danny Carey. Es decir, con un guitar hero expansivo que hace historia a cada paso, y un percusionista perteneciente a una banda heavy que untó en Kink Crimson para desarrollarse como bicho raro e inquietante de su escena.
La cita era imperdible claro.
Entre el éxtasis y el asombro
Y se consumó entre el asombro y el éxtasis liberador, sensaciones compatibles con las dos partes que tuvo el concierto. Es que la primera fue menos concesiva y delirante, pero no extraña para un público que conocía el repertorio al detalle; en la segunda, en tanto, llegaron los hits, término que cabe, claro.
Hay quienes señalaron que el setlit invirtió la lógica del tracklist de Three of a Perfect Pair: si el disco tuvo un lado izquierdo accesible y uno derecho complejo; este vivo, a esa cuestión la dio vuelta como una media.

A 22.01, los músicos fueron saliendo de a uno hasta completarse como banda. Y tras dos silbatazos de Belew, la introducción instrumental se oyó sólo con el sonido de monitores, desajuste que se corrigió en el minuto subsiguiente.
En ese tramo, quedó en claro que Vai toma las desafiantes partes de Fripp con el respeto que sólo puede ofrecérsele a un monje, y que se las carga con gesto facial – corporal reservado. Eso sí, desnuca, más teniendo en cuenta que Belew aquí le cede tensión interpretativa. Por caso, Vai no usa la palanca para proyectar una nota hasta el infinito sino para deformar.
Tan cubierto se siente Belew por Vai, que hasta en un momento se saca la guitarra para ponerse a bailar, sin abandonar esa sonrisa guasonesca que se le conoce. Recién explota con Dig Me, tema insurrecto si lo hay, que alterna parte luminosa con otra spoken word más demente, en ambos casos comunicando la idea de irse de este mundo tras una lluvia ácida.

En Man With An Open Heart la cosa se pone pop en algún sentido, y hasta se oyen palmas para acompañar los “Ahahahaha” de Belew. Pero la osadía de incluir a Industry nos recuerda que esta es una celebración de la singularidad, de lo desajustado, de lo irregular más que una entrega de rock convencional para complacer. Aquí, las guitarras transistorizadas de Vai y Belew se entreveran con soundscapes que remiten a la producción serial y en masa. Trent Reznor hizo una carrera tomando referencias como ésta.
El final de la primera parte llega con Larks’ Tongues in Aspic (Part III), donde los violeros plantean un contrapunto de espasmos que produce una estimulación sensorial que viene bien descomprimir.
Es lo que se logra con el intervalo de más de 10 minutos que precede a la segunda parte. Es la más accesible, OK, pero comienza con la atmósfera hipnótica y meditativa de Waiting Man, que muestra a Carey tocando rototones que suenan a xilofón.
The Sheltering Sky es la prueba más fehaciente de alternancia de solos más climas entre Vai y Belew, con el primero más estridente (no efectista) y el segundo más sugerente, texturado.

Levin se saca el stick en contadas veces. Sleepless es una de ellas, pero al toque se lo vuelve a poner para usarlo como instrumento melódico en Frame By Frame, que produce la primera distención extática del público, que a su vez agradece lo más amable del repertorio que llega al toque: Matte Kudasai, lo más cerca que King Crimson estuvo del blues.
Ahí las violas se perciben como ballenas o delfines en celo, aunque es el elefante gigante que está en el telón posterior el que nos interpela a la hora Elephant Talk, donde todo lo paquidérmico que se presumía este show se teje con complejos detalles melódicos ejecutados a la velocidad de la luz.
Luego seguirán en plan de apabullamiento Three of a Perfect Pair, el tema, Indiscipline (virulento, más desquiciado que el resto), el final con Thela Hun Ginjeet y la única concesión por fuera de los tres discos mencionados.
Esta es Red, del disco homónimo que King Crimson publicó en 1974 con la pretensión de que fuera más pesado que sus precedentes, que no eran precisamente livianos. En ese momento, hubo un agradecimiento especial a Fripp por haber inventado esta bestialidad que sigue sonando relevante, actual. Hacemos extensivo el saludo, “Gracias, Robert”.
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