Cuando Jésica Cánovas llega a la redacción de La Voz, puntual e impecable, de entrada deja claro que la relación con su hermano es una de las más importantes de su vida. Mauricio, que desde 2000 es referente de Trulalá arriba y abajo del escenario, es apenas más joven que ella. Sin embargo, no deja de ser “el nene”, la debilidad.
Ese carácter familiar es una constante en la historia de esta banda que durante casi 20 años fue sinónimo de un solo hombre (Manolo Cánovas) y varios ilustres cantantes (desde Gary hasta Jean Carlos, pasando por “la Pepa” Brizuela, “Marito” Gutiérrez o Sandro Gómez). Una “Universidad del Cuarteto” que, por obra y gracia del destino (y la fatalidad), cayó como herencia inesperada en las manos de unos jovencísimos Diego (el hermano mayor), Jésica y Mauricio, todavía un adolescente.
Eso sucedió luego de la muerte del padre de la criatura, que comenzó con un ataque cerebral durante una primera selección en el Estadio del Centro en 1999. Terminó un año más tarde, el 4 de junio de 2000, y como antecedente clave para que el cuarteto sea declarado Patrimonio Cultural de la Provincia. Es que con la partida de Manolo se iba un grande de verdad en la historia musical de Córdoba. Un legado tan poderoso que atraviesa a sus hijos en cada cosa que hacen desde hace 24 años, cuando Trulalá pasó a ser su obsesión de todos los días.
Un papá genial
Los Cánovas se acercan a La Voz en la antesala de los festejos por los 40 años del grupo, que tendrán lugar este sábado 16 de noviembre. Ese día, cuando el reloj ya cruce el límite de la medianoche, se cumplirán exactamente cuatro décadas del que fue el primer baile de Trulalá, un “fenómeno barrial” que comenzó a rodar el 17 de noviembre de 1984, día en el que Escuela Presidente Roca festejó su campeonato de la liga cordobesa en el club Unión San Vicente.
De inmediato, lo que podría ser un repaso por una serie inolvidable de hitos, figuras, grandes momentos y épocas vertiginosas se convierte en un momento de reflexión compartida entre dos hermanos incondicionales, más allá de todo. Falta Diego, el que no sale en cámara ni se anima a una nota, pero el espíritu de reunión familiar atraviesa una charla en la que la referencia de Manolo aparece recurrentemente.
“Yo separo mucho a mi papá de Trulalá”, dice Jésica, que a diferencia de su hermano menor no creció entre escenarios, equipos y viajes. Por el contrario, mantuvo un vínculo mucho más íntimo, de entrecasa, con su papá. “Yo me acuerdo de tener 3 años y mirar cómo se afeitaba. Para mí era un dios. Éramos él y yo, nada más”, resume sobre una relación que incluso tiene un nombre fallido como símbolo. “Me quería poner Única, pero en el Registro Civil no lo dejaron”, explica antes de revelar que tiene tatuada esa palabra en medio de las gastadas cariñosas de su hermano.
“Mi primer baile fue un Alas Argentinas cuando Trulalá cumplió 10 años, que estaba Jean Carlos, y me lo acuerdo patente, como si hubiese sido ayer”, cuenta la encargada de la imagen, el vestuario y las redes sociales del grupo.
Mauricio, en cambio, mamó la banda que hoy capitanea desde la tierna infancia. Lo hizo siguiendo a su papá a todos lados, desde la Sociedad Belgrano (donde los bailes que se hacían los domingos todavía permitían un público algo más familiar) hasta la “época dorada de la televisión cordobesa”, con ciclos históricos como Telemanías, Pan y manteca, La pachanga. “Yo estaba ahí, me llevaban a mi casa de vuelta y tomaba la mamadera”, ilustra.
“¿Cómo no me va a gustar esto si chiquito ya veía a estos monstruos?”, agrega al recordar una imagen de Gary y su padre en los estudios de Espora 665 (Audiovisión).
“A mí me tocó mucho su parte de Manolo Cánovas”, resume. “Él en el auto reflexionaba mucho y tenía un nene al lado, y yo lo escuchaba, me enseñaba. Era un tipo muy correcto, que no decía muchas malas palabras (salvo cuando estaba con los amigos). Era como El Padrino, lo encontrabas en un rincón del Bon Que Bon con el cigarrillo y el café; o el whisky, dependiendo la hora. La gente se le acercaba como si fuera Don Corleone. Ese era mi viejo”.
“Mi sueño era estar en el escenario con él”, acota más de 30 años después de esos primeros recuerdos. “Me volvió loco la música, me voló la cabeza. A diferencia de mis hermanos, a mí me agarró el cuarteto mal. La Mona y Trulalá me pegaron en la frente”, rememora Mauricio, que más allá de la resistencia inicial de su padre (que le inculcaba el estudio), a la postre se convirtió en percusionista, líder del grupo y eventual cantante.
“Tenía 3 años y ya tocaba con las ollas. Ya sabía tocar, era impresionante. Mauricio supo siempre lo que quería y hacia dónde iba”, acota Jésica, quien define a su hermano como un “orgullo”.
–¿En qué momento empiezan a darse cuenta de la importancia que tenía Trulalá?
–Mauricio: Nosotros nacimos con periodistas en la puerta de casa. Era una época en la que no había internet, finales de los ‘80, años ‘90. Somos chicos de los ‘90, como dice Migue Granados (risas). Nos dábamos cuenta de lo popular que era mi viejo, era como un ídolo de barrio, de pueblo. Los fines de semana había tres cuadras de cola de gente. Todo lo que los chicos hoy ven en la casa de La Mona pasaba en mi casa. Nosotros nos criamos con eso.
–Jésica: Yo no sé lo que es ser una chica común, anónima. Yo toda la vida fui “la hija de”. En el colegio, en el barrio. Mi papá llegaba a cualquier hora y donde guardaba el auto se formaba un grupo gigante de gente para esperarlo, para pedir entradas. Yo era buena alumna pero me portaba muy mal, ¡y las monjas no me hacían firmar el libro por cholulas! Me choluleaban tanto las profesoras que nunca me llevé una materia en mi vida, imaginate (risas). Era todo muy ficticio, como la fama. Hasta el día de hoy nos pasa. Digo mi nombre y me preguntan si soy algo de Manolo. No hay persona que yo me encuentre que no tenga una historia con mi papá. Dejó un buen recuerdo en todo el mundo, y eso está buenísimo.
Después de Manolo
No fue fácil seguir después de la partida del principal referente. En 2000, tras meses de incertidumbre y en pleno duelo, sus hijos y su esposa se hicieron cargo. En ese momento, Claudio Amato, Claudio Toledo y Alejandro Ceberio, “la Trilogía”, surfeaban como cantantes y figuras una de las olas de éxito más grandes que atravesó el grupo (entre 1997 y 2002).
“Era la Coca Cola que todos querían”, recuerda Mauricio, a quien le tocó continuar esa senda en medio de especulaciones, intereses cruzados, recelos, pintadas en la Sociedad Belgrano y hasta alguna bala en la puerta de su casa.
“Él –por Manolo– enfermó, y lo primero que hice fue tatuarme su cara porque era chiquito y no quería olvidármela”, apunta el músico, que desde sus 13 años también tuvo que aprender a convivir con el peso específico de su padre en la historia del cuarteto.
“La gente lo transformó en un ‘mochilón’”, sostiene Jésica. “Para él es hermoso el legado que él lleva como cara visible. Nosotros estamos atrás, apuntalándolo y acompañándolo. Él es la cara visible y por ahí se le hace cuesta arriba porque la gente es mala. Alguna gente, no todos, hay mucha gente que lo ama y que la apoya, pero hay otra gente que no sé por qué razón es mala. A mí papá también le pasó eso, nada más que no había redes sociales”, señala luego.
“El ser humano es nostálgico y siempre lo de antes es mejor”, sentencia Mauricio. “Puedo llenar 30 Luna Park seguidos, puedo ganar 15 Gardel, y no va a importar. Pero es mi legado y lo que yo elegí hacer. Ha sido doloroso y cruel, pero hermoso a la vez”, resume sin perder la sonrisa pícara que lo caracteriza.
De a poco, mientras ingresaba progresivamente en la adultez, el hermano menor comenzó a “levantar la voz” y hacerse cargo –sobre el escenario– de aquello que había construido su padre. En ese proceso fue fundamental el núcleo duro que completan Jésica, Diego y la mamá de los tres, Ariana Supino, histórica encargada de la boletería de los bailes.
Dos años después del desembarco de los hermanos Cánovas al frente de “Trula”, Amato y Toledo dejaron el grupo. Ahí llegó Pablo Ravassollo, otro de los cantantes que dejó su huella, incluso pese al accidente que le costó la vida cuatro años después de ser elegido en un multitudinario casting en el Estadio del Centro.
Luego sería el turno de “la segunda trilogía”, que tras la salida de Ceberio se consolidaría con con César Palavecino, “Neno” Aguirre y David Ortiz. Con esa formación, la banda volvió a subirse a la cima del éxito y acrecentó su impacto nacional. El pico fue Simplemente Tru La La (2012), que llegó a ser disco de oro, se presentó ante un Luna Park lleno y ganó un premio Gardel.
“Había semanas en las que tocábamos de lunes a lunes”, recuerda el percusionista, que saca chapa de una etapa que también significó otro pico de popularidad, y que tuvo su clímax en el festejo por los 30 años de la banda, con dos noches históricas en el Complejo Ferial.
Una década más tarde, a punto de encarar un nuevo festejo redondo, Mauricio comparte banda con su propio hijo (Valentín, que se sumó en 2021) y ya lleva casi un cuarto de siglo al frente de una banda más grande que cualquiera de sus protagonistas individuales. Queda claro, entonces, que la historia de Trulalá es la historia de una familia que hizo del cuarteto su forma de vida. Y lo seguirá haciendo, más allá del paso del tiempo y las modas.
–¿Cómo pondrían en palabras el legado de Manolo y de Trulalá que hoy ustedes continúan?
–Jésica: Sin duda, la palabra que define a Trulalá para mí es “magia”. Sin desmerecer a ninguna otra banda –porque hay otras como La Barra o Sabroso que suenan increíble y son para sacarse el sombrero–, pero “Trula” tiene una magia única. La creó mi papá y hoy por hoy vos nombrás a Trulalá, y todo el mundo lo conoce. Y eso lo creó mi viejo, entonces el nombre ese tiene magia. Y la va a tener siempre, cumpla 40, 50, 60 años, estemos o no estemos más nosotros. Va a quedar en la historia.
–Mauricio: El legado de mi papá es nuestro apellido. Creo que Cánovas es Trulalá y Trulalá es Cánovas. Y creo que somos una parte muy importante de la historia del cuarteto, el legado de mi viejo fue eso. Él siempre decía “el bailarín es lo más importante”, la gente que te paga una entrada para ir a verte. Los años de bailarines de distintas generaciones, esos trulaleros que andan por ahí defendiendo a esta marca, a esta escuela, ese es nuestro legado. Como el apellido Jiménez, Cánovas es sinónimo de cuarteto y sinónimo de respeto. Creo que le hemos dejado y le seguimos dejando grandes cosas al cuarteto, a algunos les gustará más y a otros menos, pero acá seguimos llevando el apellido de nuestro padre y el nombre de Trulalá hasta lo más alto.
Para ir
Trulalá celebrará su aniversario este sábado 16 de noviembre en el Estadio del Centro (Santa Fe 500), a partir de la medianoche y bajo el lema “Juntos por Trula”. Participarán “Marito” Gutiérrez, Sandro Gómez, Jean Carlos, Claudio Toledo, Alejandro Ceberio, César Palavecino, “el Toro” Corvalán, Pablo Mansilla, Tomás Soria y Eze Bonino. Durante la madrugada de ese domingo 17, el grupo estará cumpliendo 40 años de trayectoria. Anticipadas a la venta en Edén Entradas.
