Margarita Mainé publicó su primer libro en 1991 y desde entonces no ha dejado de escribir. Lleva editados más de 100 títulos de literatura infantil y juvenil, y confiesa que aún encuentra en la escritura un espacio de juego donde el tiempo avanza a otra velocidad, una más acelerada. “Se me pasa volando”, reconoce en diálogo con La Voz, como lo hacen esos momentos en los que prima el disfrute.
Este lunes 11 de agosto, Margarita llega a Córdoba para dar una serie de charlas en escuelas de la ciudad de la mano de la editorial Hola Chicos, con el objetivo de nutrir un vínculo que ella entiende indispensable.
–¿Cuán fructíferos suelen ser estos encuentros con los niños a la hora de generar disparadores para nuevas historias?
–¡Un montón! Cuando voy a las escuelas, los niños me vuelven loca con ideas nuevas sobre las que debería escribir. Y también les pregunto mucho. Cuando escribí la saga Quiero ser Pérez, sobre el Ratón Pérez, iba a las escuelas y le preguntaba a los chicos: “¿Y ustedes qué piensan? ¿Qué hacen los ratones con los dientes? ¿De dónde sacan la plata?”. Yo anotaba todo y así nació Todavía quiero ser Pérez, la historia siguiente. Mi literatura todo el tiempo se nutre de los niños. De las ideas que me dan, de mirarlos, de jugar con ellos, de escucharlos. Hay que escuchar a los niños porque son brillantes.
El vínculo de Margarita con los niños no solo nutre su escritura, sino que fue el disparador de su carrera literaria. Mucho antes de publicar su primera obra, ella ya inventaba cuentos para los alumnos de las instituciones en las que trabajaba.
“En el 80 me recibí de maestra jardinera y empecé a trabajar en un jardín. Hasta ahí ni me planteaba el tema de la literatura. Estábamos en el proceso militar y la formación literaria era malísima para nosotras. De hecho, en el profesorado se podían contar cuentos solamente de un libro”, recuerda.
“Trabajaba en un jardín pequeñito y no teníamos libros, así que empecé a inventar historias. Todos los días inventaba un cuento, y si alguno les gustaba mucho los chicos, me lo pedían de nuevo, pero yo nunca acertaba a la hora de contarlos de la misma manera, y me lo recriminaba. Así que empecé a escribir los que más les gustaban y me empecé a entusiasmar”, precisa.
Ese entusiasmo fue creciendo hasta llevarla, a mediados de los años ’80, a un taller literario especializado en literatura infantil. Allí comprendió que había un “abismo” entre contar historias e intentar escribirlas, pero asumió el desafío. Poco después, ganó un concurso para maestros organizado por una editorial y, como premio, en 1991 le publicó su primer libro: Mi amor está verde.
“Hoy estoy en un momento en el que ya no cuento cuántos libros llevo escritos. La gente me pregunta cómo hice para escribir tanto, y la verdad es que no lo sé. Porque en el transcurso de eso también fui docente, mamá, tengo tres hijos, dos nietos, una casa, y todas las obligaciones que te puedas imaginar. Pero, bueno… me sale, me fluye, no sé cómo explicarlo. Escribir es muy placentero para mí”, confiesa.
–¿Sentís que hay algún momento clave en la vida del niño en el que los adultos deberíamos asumir el compromiso de insistir en el vínculo con lectura para fomentar el hábito?
–Sí. Lo primero que les digo a los padres es que el hecho de que un niño aprenda a leer no significa que uno deba dejar de leerle. Ese es un error enorme que muchos cometen. Dicen: “Ahora que sabe leer, que lea solo”. Pero no es tan simple. Cuando un niño empieza a leer, todavía le cuesta enfrentarse a textos largos o más complejos. Sin embargo, su cabeza ya está preparada para escuchar ese tipo de historias, o para compartirlas con un adulto. Mi nieto, por ejemplo, tiene 6 años y está aprendiendo a leer. Puede leer textos muy cortitos, pero con mucho esfuerzo. Si lo dejás solo con eso, es muy probable que no se convierta en lector. En cambio, si seguís leyéndole, le estás transmitiendo la magia de las historias. Yo creo que hasta los 10 años, por lo menos, hay que seguir leyendo con ellos. Algunos padres lo resuelven compartiendo: un capítulo cada uno, o una página cada uno. Eso puede funcionar, pero hay que tener en cuenta que leer demanda un esfuerzo intelectual, y muchas veces a los chicos les da fiaca.
–A la hora de fomentar este vínculo, la escuela también cumple un rol fundamental, más aún en nivel inicial. Si comparo mi experiencia escolar con la de mi hija, advierto un cambio, para mejor, en este aspecto. Como profesional que además tiene un contacto continuo con instituciones educativas, ¿ves que es así?
–Yo siempre digo que la escuela es el último refugio de la literatura. Es el lugar donde todavía circulan muchos libros y donde los maestros siguen estimulando la lectura. Pero, como apuntás, esto no fue siempre así. Históricamente, en las escuelas se usaban libros de lectura que eran bastante aburridos, textos muy “lavados” que no molestaban a nadie. Pero con la incorporación de la literatura en el aula, se produjo un cambio importante. Hoy en día, en muchas escuelas los chicos leen hasta tres o cuatro libros de literatura por año. Casi todas cuentan con biblioteca y los libros circulan de verdad. Hubo muchas políticas y planes de lectura que hicieron llegar libros a las escuelas, incluso a las más alejadas. Hace 20 años, visitaba escuelas donde no había libros. Eso cambió mucho.
“Además, hubo un cambio muy fuerte que noté sobre todo durante la pandemia. Antes, las maestras leían mucho en el aula, pero eso no llegaba a los padres. Con la lectura por pantallas, los padres comenzaron a estar presentes y a conocer la literatura infantil. Yo, que tengo un Instagram activo, empecé a recibir mensajes de padres, abuelas, tías, preguntando y acercándose a la literatura infantil, algo que antes no pasaba. Los padres comenzaron a conocer autores, a regalar mejores libros y a involucrarse más, incluso invitando autores a las escuelas. Eso se ha convertido en una hermosa costumbre, que ahora me lleva a Córdoba, y a muchos otros lugares”, reconoce.
–Con los años, cambió la manera en que los adultos nos vinculamos con las infancias. ¿Sentís que tus libros fueron acompañando esos cambios también desde lo narrativo?
–¡Qué pregunta! Sí, creo que han cambiado… pero también han cambiado los niños. En mi caso, ese cambio fue algo espontáneo, no fue una decisión pensada o explícita de modificar ciertos aspectos en mi literatura. Yo puedo reflexionar sobre lo que escribí después de escribirlo, pero no mientras lo estoy haciendo. Mi vínculo con la escritura es más lúdico, es una experiencia en sí misma. Cuando miro hacia atrás, claro que veo cambios en mi obra, muchos. Pero son los mismos cambios que puede atravesar una persona a lo largo del tiempo, acompañados también por lo que ocurre en el entorno. Lo que sí tengo clarísimo es que no puedo perder el contacto con los niños.