En los últimos días, la televisión argentina y el ecosistema de medios que pululan en torno a la actividad de la llamada “farándula” estuvieron de parabienes con el más reciente escándalo que se desató en el ambiente.
A un par de meses de haber anunciado su separación, Gimena Accardi y Nicolás Vázquez volvieron al centro mismo del ojo de la tormenta y tuvieron que sortear la danza de los rumores inciada por Ángel de Brito. Él fue el encargado de revelar la infidelidad de la actriz y disparador del descargo conjunto que hizo la expareja –aunque cada uno por su lado– respecto de lo ocurrido entre ellos.
A raíz de las versiones que involucraron al también actor Andrés Gil como tercero en discordia, Accardi puso la cara en Olga (donde actualmente trabaja) para confirmar que había sido ella quien se había “mandado una cagada”. Lo hizo para hacer a un lado a Gil (pareja de Cande Vetrano, amiga de Accardi), pero no con su excompañero de obra, sino con alguien “random”.
Como si tuviera que dar explicaciones, la actriz compartió la información de lo ocurrido ante millones de personas y se mostró dolida al revisar un proceso de separación de más de un año que, según se encargó de aclarar, no se precipitó a raíz de su infidelidad. Luego tuvo que enfrentar los micrófonos de los medios que se acercaron a la puerta del canal de streaming para seguir tejiendo la trama del final de una relación que parecía perfecta.
Horas después de la conferencia improvisada de Accardi, fue Nico Vázquez quien convocó a los medios para dar su mirada sobre lo ocurrido. El actor y director no hizo más que reforzar lo dicho por su expareja y subrayó lo narrado por ella, a quien también acompañó en su casa luego de una mañana de fractura expuesta.
Más allá del rating y del aluvión de clics en las notas vinculadas al tema (los números de este sitio también lo certifican), lo hecho por Accardi y Vázquez plantea un debate que no deja de actualizarse en los últimos tiempos. ¿Hay límite alguno en el tratamiento mediático de un tema íntimo? ¿Qué sucede cuando los protagonistas son personajes públicos? ¿Hasta qué punto los famosos tienen que adaptarse a las llamadas reglas del juego?
Explicaciones, ¿a quién?
El caso de los actores es especial porque ambos optaron por hablar frente a los micrófonos y sin tapujos, con elocuencia y (casi) sin exabruptos de por medio, apelando a ser escuchados. No fueron historias de Instagram misteriosas ni operaciones mediáticas vinculadas a algún periodista o conductor amigo. Ni más ni menos que el testimonio crudo de ambos, evidentemente afectados por la situación y conscientes, también, de que hacer oír sus voces era la única forma de no generar esquirlas innecesarias en el escándalo. Ahora bien, ¿sirvió de algo?
“No le debo explicaciones a nadie de algo que es privado”, dijo Accardi en Olga. Pero más allá de esa frase hecha, una de las conclusiones que dejan estos primeros días posteriores a su confesión (sí, la misma palabra que se usa para admitir un crimen o un pecado) es que nada de lo que hubiera podido decir hubiera modificado lo que finalmente ocurrió.
Basta googlear superficialmente para ver al menos la punta del iceberg del escarnio que recibió de parte de usuarios de redes sociales y comentaristas seriales. Una catarata de excremento alimentada de prejuicios, mezquindad, frustración y envidia: lo normal en estos tiempos.
Al margen de si se considera un error en el contexto de una pareja, una infidelidad no es (o mejor dicho, no puede ser) motivo de explicaciones ni argumentaciones “a la audiencia”. Si se sigue esa misma línea sin ningún tipo de cordura como límite, la autoridad del llamado “público” puede volverse totalitaria, como en este caso. ¿Alguien puede justificar, acaso, el ensañamiento recibido por parte de una actriz que hasta hace poco era parte de una de las parejas “más queridas del ambiente”, como se señala en paneles de todos los canales?

Por supuesto, hay voces que especulan con las razones detrás de este descargo intempestivo. Están quienes piensan que Vázquez estuvo detrás del bombazo lanzado por el conductor de LAM, también aquellos que ven un negocio o algún tipo de motivo económico detrás de este blanqueo consensuado. En rigor, los motivos y el entramado de variables que hayan contribuido a esta decisión son potestad de los protagonistas, pero todo indica que el camino elegido –iluminar todo, no esconder nada– no logró apaciguar las aguas, sino todo lo contrario.
“¿Libertad de Expresión implica Libertad de Ofensa e Injuria? ¿Por qué continúa el vacío legal sobre este tema cuando muchos países lo tienen legislado? ¿Hasta dónde una figura pública debe explicar su intimidad?”, se preguntaba Luis Bremer en su cuenta de X (antes Twitter) poco después de los dichos de Accardi. Quizá allí puede haber un comienzo de respuesta: más allá de la decisión de exponer una intimidad, el problema es qué hacemos con eso quienes estamos del otro lado, consumiendo o produciendo.
¿Hasta cuándo una crisis de pareja va a ser una noticia capaz de alimentar ese monstruo indomable llamado “odio”?