Nadie lo vio venir. Nadie pensó que un proyecto académico se convertiría en estrella del streaming, en tema de conversación de legos y fuente de memes. Ni mucho menos nadie esperó tener en la pantalla del celular una ventana a las profundidades del mar argentino. La transmisión por YouTube de investigadores del Conicet se convirtió en un verdadero acontecimiento: el encuentro entre la academia y el público en general.
Las imágenes de lo que sucede en el mar un día cualquiera a 3.900 metros de profundidad nos corrieron de nuestra vida terrestre.
Los problemas y debates de la agenda nacional se aligeraron, como sucede con otras expediciones igualmente remotas al espacio exterior. Recordamos que no estamos solos, que no somos únicos y que hay algo muy parecido al arte en el nado de un organismo bioluminiscente.
En medio de los streamings poblados de torsos parlantes, gritones y carcajeantes, resulta esperanzador que más de 50 mil espectadores hayan seguido en simultáneo el movimiento de algas y criaturas que desafían toda morfología.
Es esperanzador que se amplíe nuestro campo de interés, que nuestra experiencia no se limite a lo que cae bajo nuestras narices.
La vida marina adquirió, de repente, relevancia por su diversidad y necesidad de protección. Una sola expedición reivindicó la actividad científica en una época que le es adversa.
Resistencia
Las disciplinas científicas que encarnan valores como mejorar la vida de las personas, cuidar el medioambiente, proteger el pasado de los silencios deliberados y aspirar al progreso responsable de la humanidad se encuentran bajo amenaza. Es un ataque que admite distintas máscaras.
El desfinanciamiento de proyectos e instituciones es una de ellas; la arremetida de políticos en tono panelístico a profesionales en televisión abierta es otra.
También hay estrategias que convierten a la sociedad en un suelo estéril para el cultivo de la verdad, de normas básicas de urbanidad y de armonía en la disidencia. La desmentida de una fake new es inversamente proporcional a su propagación, y nuestro yo virtual carece de espacios para protegerse del insulto anónimo o de los linchamientos organizados.
La transmisión del Conicet nos recuerda un tiempo ligeramente anterior que todavía sostienen quienes hacen y creen en la ciencia. Nos devuelve la capacidad de asombro que define el espíritu científico de cualquier área: el hambre por saber más, la ansiedad al pisar lo desconocido, la aspiración a la certeza.
La sensación de gesta colectiva (comparable, para algunos, con el espíritu mundialista en el fútbol) nace del trabajo grupal que se adivina en cada transmisión. Hay especialistas en diversas áreas que respetan el trabajo del compañero, no temen manifestar su desconocimiento (¿de qué otra manera se acercarían al conocimiento?) y celebran un avance en la investigación de una colega. Nadie hace ciencia en soledad porque la verdad es enemiga de la opinión.
Lo singular en lo universal
A partir de esta expedición, Nadia Cerino será recordada como “Nadia Coralina”. Esta especialista en biología marina es una de las integrantes del equipo que se destacó por su apasionamiento, a tal extremo que en el chat del vivo los usuarios preguntaban “¿cuándo viene Nadia?”.
En recientes entrevistas, Nadia compartió su lema: “No se puede conservar lo que no se conoce”. Al decirlo, ella pensaba en el fondo del mar. Al leerlo, nosotros pensamos en la construcción de la ciencia.
Conocer el trabajo de científicos de nuestro país, presenciar la etapa crucial de una extensa investigación, ver de primera mano el tiempo, la energía y el dinero invertido en una expedición afloran en nosotros el instinto de conservación.
Es un gesto que encierra algo más que nuestra empatía por el trabajo ajeno. La ciencia como creación y expresión humana nos señala como parte de algo que trasciende nuestra individualidad, como parte de una conversación que lleva siglos y que se sostiene gracias a nuestra responsabilidad y a pesar de nuestra propia fragilidad.