En Instagram, en TikTok, en camisetas de fútbol y hasta debajo de las baldosas hay publicidades de casinos online. A veces, con una estética de tragamonedas; y otras, bajo el formato de apuestas, estas páginas exprimen la adrenalina de estar al filo de ganar o perderlo todo en segundos. Las víctimas, una vez más, son en su mayor parte adolescentes.
Un amplio grupo de influencers, streamers y famosos de distintos rubros son los promotores de estos juegos: Coscu, Morena Rial, Kami Franco, Zaira Nara sirven como muestra.
Luego de vender su imagen, estas figuras se convirtieron en el blanco de las críticas de sus propios colegas, que apelaban a cierta noción de responsabilidad que debería anidar en sus corazones.
Con trágica regularidad se conocen casos de adolescentes que asumen antes de los 18 años sus problemas de adicción al juego. Pasan la mayor parte de su día, especialmente durante la jornada escolar, apostando dinero propio y ajeno, sin despertar la mínima sospecha de sus padres.
No quieren dinero para comprarse ropa, alcohol ni drogas; quieren dinero para hacer más dinero. Los que se saben víctimas de ludopatía digital llegan a escaparse de sus casas por vergüenza.
Dolos
El autoritarismo de prohibir los celulares a menores de edad es tan atractivo como impracticable. En su lugar, se debería al menos arrojar un manto de cautela sobre prácticas y consumos, a partir de un revisionismo serio sobre la representación del dinero en la actualidad.
Los cursos de cómo volverse millonario en dos días que abundan en YouTube son un fiel testimonio de esa representación. Sin dejar ni por un instante de escupir sobre trayectorias académicas y trabajos que exigen vasta experiencia en un rubro, estos millonarios bebés realizan un cálculo con el saldo de su cuenta bancaria y sus relucientes 20 años de vida para concluir que ellos sí la vieron.
Al parecer, lo que vieron no fueron montañas de fajos de dólares sino la representación de eso: números en sus pantallas. Dígitos e índices que indican lo bien o mal que hicieron en sacar una tajada al mundo, al decidir no esperar años o toda una vida para tener bienestar económico (el único tipo de bienestar que mencionan).
Hay una premisa oculta (además de una estafa) en este razonamiento: asumen que quienes estudian y trabajan lo hacen por el mismo objetivo que ellos (ganar dinero de manera obscena).
Tal vez haya algún estudiante que crea que al final del arcoíris está su título apoyado sobre monedas de oro. Pero la mayoría entiende que hay otros tipos de bienestar, uno que al menos les ahorre la soberbia de pensar que sí vieron algo.
Alétheia
Hasta hace no mucho, el dinero tenía un valor de cambio, era un medio que garantizaba belleza, estatus, fama, y demás upgrades efímeros de la personalidad. Pero cuando la ostentación pierde su exclusividad, cuando cualquiera puede comprarse un termo Stanley y comportarse en redes sociales como un referente de cualquier cosa, el dinero dejó de ser un medio y se convirtió en un fin en sí mismo.
Los adolescentes de la actualidad, que entienden lo analógico por comparación con lo digital (y no al revés), no dimensionan la realidad del dinero. Hay una experiencia de pedirle al kiosquero “deme todo esto de caramelos” que no han tenido, un vacío sin defensas seducido por el riesgo.
Para ellos, perder o ganar dinero son meros cambios de dígitos en las pantallas, fácilmente cambiantes. Solamente advierten la realidad que tiene lo digital cuando es demasiado tarde, cuando perdieron todo.
La desesperación los lleva a querer desaparecer, a no existir, porque si no reproducen el dinero, son los idiotas que no la vieron.
