–¿Sale solo el humor?
–Yo creo que sí. Después, se alimenta con muchas cosas. En mi caso, mi viejo tuvo mucho que ver. Si bien era ingeniero, vino muy de joven de La Rioja a estudiar la secundaria en Córdoba y era un tipo de un humor muy ácido. Era el payaso en la fiesta, el que se disfrazaba. Me acuerdo de que tenía un truco que se ahorcaba, pero no se ahorcaba, ¿viste?, que nos hacían a los chicos. Él estaba siempre en eso y cuando estábamos los hijos con él solo, te tiraba cosas, te hacía críticas, pero siempre con humor. Era un tipo muy gracioso. Mi hermano también, un tipo muy gracioso, pero bueno: yo me dediqué. Los amigos de mi papá me iban a ver al teatro y me esperaban para felicitarme y me decían: “Vos sos bueno, pero tu viejo… ese sí que era bueno en serio”. Creo que viene de ahí.
–Hasta que el humor fuera tu profesión y tu modo de vida, intentaste varias cosas.
–Sí, principalmente ser músico. Mi sueño era como dice el tema de Los Decadentes, quería tocar la guitarra todo el día y que la gente se enamore de mi voz. Tocaba la guitarra todo el día, eso seguro, pero que la gente se haya enamorado de mi voz... no sé. Cuando preguntan cómo cantaba, pongo el ejemplo de dos amigas que se encuentran y una le dice a la otra: “Eh, me puse de novia”. Y la otra dice: “¿Qué tal, es lindo?“. Y dice la otra: “Simpático”. Bueno, yo cantaba simpático. Hasta que un día me animé a componer una canción, me acuerdo de que hablaba de la amistad, y dije este va a ser mi camino. Quiero ser cantautor, quiero que la gente escuche mis canciones. De alguna forma, lo logré algún tiempo, después, medio por casualidad, se da esto del humor. Se mezclaron las dos cosas en un momento. Siempre hay música en mi show, pero, bueno, en un momento el humor era complemento de la música, después cambió con el primer trío que tuve de humor y la música pasó a ser complemento del humor, y empezamos a utilizar la música para colorear los chistes, las historias, siempre hay música.
–¿Qué te bajonea? Debe pasar alguna vez que armás algo y no te va bien.
–Cuando estaba con el trío Los Viejos Pescados, que en un momento fue muy conocido para la gente de nuestra edad, de pronto se diluye y yo empecé con que no sabía si iba a seguir con la música, con el humor. Si yo era el que escribía todos los shows, él era como el gracioso y yo era el partenaire de él. Cuando se disolvió el trío, tuve muchas dudas y mi viejo siempre: “No, dale, metele para adelante, que ya hiciste una carrera”. Después aparece mi mujer en mi vida y la familia de mi mujer, también repiola, que siempre me apoyaron. No fue fácil porque mi suegro me conoció con el pelo largo hasta la cintura, de bahiano, camisa con Mickey y alpargatas celestes. Lo primero que dijo mi suegro: “Él por una vereda y yo por la otra”. Pero, bueno, nos unió el fernet con Coca. Ellos también vieron mi progreso, yo me casé con mi mujer en el año ’97.

–¿Y todavía en pie?
–Sí, sí, 26 años llevamos. Es mi pata ortopédica, ella me apoyó siempre en todo y me acompañó desde que era un muerto hasta ahora, que estoy bien artísticamente, económica y profesionalmente. Cuando a mí no me conocía nadie, ella fue partícipe e importantísima en todo esto... y lo sigue siendo.
–¿Y los hijos? ¿Apoyan, cuestionan?
–Sí, siempre pongo el ejemplo de mi hija cuando tenía 15, 16 años, en un momento me dice: “Papá, ¿cómo podés contar ese chiste o cómo podés hablar de esto?”. Y me dejaba pensando, ¿no?

–¿Qué cuestionaba?
–Principalmente, las cuestiones de género. Hace unos años se puso sobre la mesa toda la cuestión de género y todos nos tuvimos que aggiornar o por lo menos ver qué pasaba. Mi hija me ayudó mucho en eso y lo hablaba con Elisa, que se ponía en esposa, en amiga y en psicóloga también, y eso me ayudó mucho a mí y me hizo pensar que yo puedo estar contando un chiste, una historia, algo que puede ofender a alguien. Y yo no me doy cuenta, y por ahí esa persona me está viendo y en vez de quedar sonriente, queda como medio mal. Y eso me hizo reflexionar.
–Pero eso que te dijo Agustina... ¿vos ya venías viendo que en el escenario había cosas que podían cancelarte?
–No, no, no, en ese momento no. Yo pensaba que el humor era si vos querés escuchar, lo podés escuchar. Podés cambiar, podés no ir. Tuve mi primer aggiornamiento cuando pasé del under de los bares al teatro. Ahí me di cuenta de que vos en un bar podés putear, decir lo que vos quieras, porque algunos te están escuchando, otros no, otros están tomando algo, otros están comiendo. Pero cuando pasé el teatro, era gente sentada viendo a un artista por el que había pagado la entrada el tipo, la mujer, y me estaban viendo a mí, nada más. Ahí me di cuenta de que estaba puteando mucho, me lo replanteé y lo empecé a cambiar. Fue un clic. Después, en un supermercado, vino una mujer que me había visto y me criticó algo, pero bien, ¿no? Y yo la miré y le dije: “Te agradezco, te agradezco, lo voy a pensar”.
–¿Qué te criticó?
–Me parece que era algo de los gays. Ella me dijo que tenía un hijo que era gay: “Fijate en esto”, me lo planteó muy bien. Cuando viene gente de esta forma, me acuerdo puntualmente de esta mujer, me hizo pensar muchas cosas. Fue todo un proceso; también se puede hacer humor con otras cosas, hay que buscarle la vuelta.
–Si te fueras al ’92, tiempo de Los Viejos Pescados y cuando empezaste a hacer humor y te mirás con el humor que hacés hoy, ¿es otro espectáculo? ¿Quedó algo de aquel entonces o todo es distinto?
–No, no, quedaron muchas cosas. El tema mío es no ofender a nadie que me está viendo. Que la pase bien. Yo creo que no es tan difícil, en todas las actividades, ¿no? Abrirse un poco, ver, tratar de abarcar también uno eso. Tampoco es que quiero quedar bien con todo el mundo. No, con alguno voy a quedar tan bien, pero por lo menos darme cuenta. Los chistes de gays, por ejemplo, ya están pasados de moda. Yo aprendí muchas cosas de ellos; de un rengo, de un ciego... todos me venían a buscar para contarme chistes. Hago un espectáculo que se llama El bufón del pueblo, donde cuento muchas anécdotas de esas. Me enseñaron a reírme de ellos riéndose de ellos mismos. Con respeto, siempre con respeto.
–¿Cuesta improvisar?
–No, no, a mí me encanta improvisar.
–Pero podés meter la pata.
–Sí, pero digo una frase que me enseñó un amigo: “Para saber improvisar, no hay que ser ningún improvisado”. Yo armo un espectáculo, tengo un hilo conductor, pero siempre pasa algo en las funciones: puedo haber hecho 10 millones funciones y te puedo asegurar que son todas distintas.
–Vos llegás a tu espectáculo y todo ese hilo conductor que, por más que improvises, está todo en la memoria, ¿cómo manejás eso?
–Sí, en mi cabeza. Yo trabajo con cuadernos, debo tener 200 cuadernos anotados con los shows, con chistes, con cosas, con ideas. Por ahí vuelvo a alguno. Me dicen que meta todo en una computadora y apriete el botón, pero no, a mí me gusta ver el cuaderno. En la escuela era buen alumno, estudiaba con el libro y escribía. Escribía, escribía, escribía. Entonces, como tenía memoria de lo que había escrito, me quedaba. Muchos profes decían: “¿Por qué no van a estudiar a lo de Pailos, que les enseñe cómo estudia él?“. Una vez digo: “Quiero usar un machete”. Había salido una moda del machete que vos en una lapicera ibas pasando la hojita toda escrita con una Bic finita. Un amigo me enseñó y yo anoté todas las lecciones ahí, llevaba mi kit de machete, pero no lo usé porque empezaron las preguntas y yo me acordaba de todo lo que había anotado. Yo me manejo con eso y mucho en la cabeza. Me puedo olvidar de cualquier cosa, pero mi cerebro funciona con situaciones, con palabras, con colores, con imágenes, y sale un chiste.

–A la mayoría de los humanos nos cuentan un chiste y a las dos horas nos lo olvidamos.
–Sí, sí. Yo también me pregunto eso, pero me pasa. Vos me decís una palabra y lo puedo relacionar con un chiste, una situación… así se maneja mi cabeza. Estoy haciendo tres espectáculos al mismo tiempo y son distintos los tres. Yo sé que con el sinfónico hago unos chistes, con este hago otros...
–Que no se te confundan, flaco.
–No, jaja. Por ahí se me mezclan algunas cosas. Cuando llegué a hacer tres funciones en el teatro en Villa Carlos Paz, me pasaba que empezaba la tercera función contando una historia y un chiste, y me decía: “¿No lo conté recién?“. Y mi mente: “Sí, lo contaste recién, pero en otra función, acá todavía no lo contaste”.
–¿Y cómo te entrenás? ¿Cómo te cuidás?
–Ahora voy al gimnasio. Hice mucho tiempo natación, me gustaba mucho. Después, la pandemia me paró un poco. Y hace tres años me empezaron a doler las rodillas. Fui al médico y me dijo: “No tenés más cartílagos, tenés que operarte”. “No, a mi edad ya no”, le digo, entonces hay que ponerse entrenar las piernas para fortalecer.
–¿Contás cuentos en el gimnasio?
–Sí. Tengo un par de amigos que me hacen hablar huevadas. Pero a los que no son de Córdoba yo les cuento que acá yo me siento, abro el disco duro y voy asimilando, porque un asado en Córdoba, una reunión de consorcio en Córdoba, son un show del chiste.
–¿Y por qué creés que los cordobeses somos así?
–Viene de la historia. El gordo Oviedo, que nos dejó hace un tiempo, me decía que cuando fuera a España, vaya a Andalucía: “Andá a un bar de Andalucía, cualquier lugar de Andalucía y vos te vas a dar cuenta de dónde venimos”. Al tiempo, por suerte, pude viajar, andaba por Granada con mi productor, porque había ido a hacer gira, y nos fuimos a un bar. Nos sentamos, viene el mozo y le digo: “¿Qué tiene para comer?”. Y me mira el mozo y me dice: “Cuchillos, cucharas, tenedores”. Claro, de acá venimos, me dije. Porque el andaluz tiene eso, y se cruzaron el español con el nativo de acá, porque acá se instalaron muchas familias andaluzas. Y dicen que la tonada viene de los comechingones, que los que andaban en esta zona tenían esa tonada. Y de todo eso venimos nosotros, tenemos esa capacidad de transformar una situación, como sea, en algo gracioso.
–¿Y a vos qué te hace reír?
–Si vos me contás algo, yo me río porque me hiciste reír. Si voy a ver una obra de teatro y me río, me río. Si no me río, no me río. Mi papá me hacía reír mucho. En una época, me hice fanático de Los Tres Chiflados, un humor medio violento, pero era lo que era. Pepe Biondi, incluso Piluso, me hacen reír mucho, Olmedo después. Y los humoristas cordobeses. Yo soy, era y seré fanático del Negro Álvarez. Es mi espejo. Soy fanático de él. Yo iba a la secundaria y se puso de moda El Negro, escuchábamos los discos, los casetes y el “quisió”... hablábamos como el idioma de El Negro.
–Después te tocó a vos.
–Después salió el “malondón”, que es una palabra que yo metí en un chiste, o pedazos de chistes míos que la gente los hacía en la vida común.
–Dame uno.
–Llega al cuartel la desagradable noticia del fallecimiento del padre del conscripto Cardozo. Había que comunicarle a Cardozo el fallecimiento de su padre, y el coronel le pide al sargento: “Con el tacto que lo caracteriza, ¿por qué no le comunica al soldado Cardozo del fallecimiento de su padre?”. Sí, cómo no. Y fue a la plaza ahí del cuartel y dice: “Soldados, todos en fila. Un paso adelante el que tenga padre. ¿A dónde va Cardozo? ¿A dónde va infeliz?”. Bueno, y quedó eso. En el laburo, muchos me contaban que uno decía: “Che, ya vengo”. Y se iba, como escapándose y le gritaban: “¿A dónde va Cardozo? ¿A dónde va?”. Me acuerdo de que hasta De la Sota usaba el “malondón”. Y quedó un pedazo de chiste, por ejemplo, el “so bostero, Mucombo”, del chiste de Tarzán. Muchas frases que son un orgullo para mí. Es como dejar una estela.
–¿Quién te puso “El Flaco”?
–Yo era flaco. Ahora no soy tan gordo tampoco. Las piernas que tengo son de flaco, ¿ves? Tengo panza fernetera y papada de familia. En el show cuento que era medio así fortachón y en un momento pegué el estirón, quinto y sexto grado de la primaria, pegué el estirón y quedé flaco, muy flaco.

–¿Cómo sos en tu casa?
–Creo que soy piola. Por ahí soy medio cascarrabias. Bueno, aprendí a ser padre. Imaginate, yo soy un tipo que vengo de la noche, de laburar en los pubs; y cuando nos casamos, dijimos de esperar dos años y después tenemos hijos. Y de pronto aparece Agustina y yo todavía seguía laburando en la noche. Pero creo que fui un buen padre, creo que soy un buen padre.
–¿Cómo sostenés la pareja?
–Con el empate.
–¿Qué sería “el empate”?
–El empate sería empatar.
–No buscar ganar.
–Claro, no buscar ganar. Tuve mi época de noche, me gustó la joda, hice de todo. Pero cuando la conocí a Elisa, yo también venía pensando en un cambio porque a la noche no la podés sostener mucho tiempo. La noche es oscura y en esa oscuridad hay muchas cosas. Entonces me calmé con ese tema, y después decidí que era la mujer que me iba a acompañar el resto de mi vida, fuimos combinando todo. Primero, ella me acompañaba mucho a mí; y después entendí cuando me decía que no, que a esa gira no iba. Y tenía razón. En esa época, tomábamos mucho fernet y después dije yo: “No puedo volver a mi casa así”. No era que estaba borracho, pero había consumido alcohol y tenía una hija chiquita. Después se recibió de psicóloga, tuvo que laburar y poner el remo en funcionamiento, y vinieron los hijos y, bueno, hay que estar. Va pasando el tiempo, uno se pone más grande y va conviviendo con cosas de gente más grande. Hay que hablar mucho y nos reímos de muchas cosas que nos pasan.
–¿Cuáles son los chistes que más gustan?
–Los míos son los de borrachos, siempre me los piden. Y de situaciones que pasan. Creo que los cordobeses hacemos stand-up hace mucho tiempo. Cuando hablo con algunos estandaperos, por ejemplo, soy muy amigo de Moldavsky, todas esas cosas que hacen ya las hacían nuestros humoristas mucho antes. Como está de moda eso, me aggiorno y cuento muchas cosas de mi vida, esto de ser un Don Juan de las carreras, por ejemplo.
–¿El unipersonal en un teatro es lo más difícil que te ha tocado hacer?
–No, me parece más complicado cuando es con alguien. Con otros actores más, o con los músicos, los bailarines, es más complicado.
–¿Por qué es más complicado cuando hay más gente? ¿Hay que coordinar?
–Sí, hay que entender a todos, por ahí yo he tenido el elenco y éramos 15 personas. Igual yo me abro, escucho mucho. Una vez un tipo que barría en el teatro me dice: “Me parece que ese chiste está de más”. Yo no me acuerdo cómo era la situación; lo miré al tipo y el tipo siguió barriendo, fue antes de una temporada. Y me metí en el camarín y pensé: “La verdad que el tipo tiene razón. ¿Para qué voy a contar el chiste si ya venía con una rutina de cinco minutos de esa parte del show que era fantástica y agregar ese chiste era el pedo, ¿viste?”. Yo escucho todo y me sirve mucho eso. Lo único que no me gusta del unipersonal es la soledad en el camarín.
–¿Qué pasa si te falla la memoria?
–Digo alguna huevada. Por ahí me ha pasado que pruebo chistes y arranco con el chiste y no me acuerdo el final o me quedé en blanco en el final y, bueno, digo alguna boludez. O cambio el chiste o invento otra cosa. Digo un chiste de borracho, después me quedé en blanco y me acordé uno de médico... y bueno, y el que estaba borracho era el médico.
–Eso es experiencia.
–Totalmente. Todo, todo en la vida... llega un momento de tu vida en el que si vos has tenido rodaje y has sabido escuchar, ser abierto, todo eso te da la experiencia para manejar un grupo.
–Cuando tenés que preparar un espectáculo de cero, ¿cómo es la mecánica? ¿Te sentás a escribir, está todo en los cuadernos?
–Uso el método de ponerle primero el nombre al show. En una época estaban de moda Patito Feo y la novela Casi Ángeles, y todo el mundo hablando de eso. Y se me ocurrió “Flaquito feo casi un ángel”, para conjugar las dos cosas. Bueno, ya está el nombre, ¿pero qué hago? Digo: “Esto tiene que ser en el cielo, tengo que ser Dios en algún momento, y el tecladista que me acompaña va a ser un arcángel”. Y me pasó lo mismo con Piratas del Aljibe, cuando estaba de moda Piratas del Caribe. Claro. Yo digo, voy a hacer uno que se llame y me salió “Piratas del Aljibe”.
–¿Cómo es tu relación con las redes?
–Son armas de doble filo. Creo que no son indispensables, pero hay que aggiornarse. Las mías, hasta la pandemia, tenían 10 seguidores, 20, 50, no sé. No les daba bola. Por ahí publicaba alguna propaganda de un show: “Voy a estar en tal lado”. Y en la pandemia me empezaron a escribir Sergio Gonal, humoristas de México, de Bolivia, de Buenos Aires, de todos lados, para hacer un vivo. Ahí descubrí el idioma, me adapté al vivo y, bueno, me aggiorné.
Ficha picante
Fernando Pailos tiene 60 años.
Está casado hace 26 años con Elisa, psicóloga.
Tienen dos hijos: Agustina (24), actriz cantante y coach de voces; y Francisco (19), estudia Música en la UNC y toca el chelo.
En su familia se respiraba humor: su papá era muy gracioso. Anota todo en cuadernos: tiene más de 200.