Antes de empezar con la noble película de Martín Sappia, es pertinente invocar una tradición honrada en Después, la niebla. Dice Thoreau: “Cuando caminamos, nos dirigimos naturalmente hacia los campos y los bosques: ¿qué sería de nosotros si sólo paseásemos por un jardín o por una avenida?”.
La cita es un contrapunto ideal. El personaje de Pablo Limarzi, magnífico actor cordobés, reconoce tardíamente que su cordura depende del movimiento gratuito que se inicia en los pies. Para este hombre que ha vivido por décadas en el interior de una fábrica, trabajando y descansando en ese mismo espacio, salirse del establecimiento es mucho más que dejar un empleo.
Basta observar dos planos distintos mientras cena en soledad en la fábrica o su semblante al levantarse por la mañana para intuir que no sólo ha aceptado su reclusión por motivos laborales. No es la celda de un preso, sino de un penitente, alguien que ha interrumpido el deseo de vivir prohibiéndose imaginar otro destino.
Una carta revela más tarde, no del todo, apenas un poco, la razón de esa expiación. En su haber, hay un muerto; todo esto es un método para llevar adelante un duelo. ¿Por quién? No tiene importancia.
La misiva, reproducida por una voz en off, está firmada por la hermana. El personaje permanece en fuera de campo, pero su voz irrumpe en momentos clave para el personaje de Limarzi. Un travelling glorioso sigue a este caminando en las cercanías de la fábrica mientras la voz tiñe el plano de tristeza, pero también de una posible consolación. De eso se trata el viaje. De la consolación, de la consolación a pie. Pero ¿qué es lo que salva?
La escritora Rebecca Solnit aparece en los agradecimientos. La cita en cuestión transmite la experiencia del protagonista y su invisible técnica de curación: “El ritmo del caminar genera un tipo de ritmo del pensar y el paso a través de un paisaje resuena o estimula el paso a través de una serie de pensamientos. Ello crea una curiosa consonancia entre el pasaje interno y el externo, sugiriendo que la mente es también una especie de paisaje y que caminar es un modo de atravesarlo”. A diferencia del propósito funcional de las caminatas diarias asociadas a cumplir funciones y obligaciones, la del personaje es de otra índole.
A Sappia le interesan las vidas rotas y los trayectos interrumpidos. En Un cuerpo estalló en mil pedazos siguió a un fantasma, a un hombre que no dejó imágenes de sí, como el artista Jorge Bonino, quien sufrió su tiempo y su existencia.
El fantasma acá es quien ha precipitado el duelo, un alguien que persiste en la memoria de un hombre de una forma y debe transfigurarse y ocupar otro lugar en el recuerdo. Nadie sabe cuánto puede extenderse un duelo porque tampoco nadie sabe cómo atravesarlo hasta que sucede. A Sappia lo obsesiona esa transición secreta en la que el espíritu vuelve a ponerse en movimiento; la crisálida de un estado del alma a otro. Eso es lo que se filma en Después, la niebla.
Fue Werner Herzog el que recomendó a los estudiantes de cine que dejaran la universidad y viajaran a pie a sitios lejanos para intensificar la observación y la escucha. Sappia sitúa a Limarzi en esa experiencia perceptiva. Es ahí donde la película convierte el paisaje en protagonista. El horizonte en las Sierras es un intérprete central. En un plano casi en el final, la profundidad de campo es infinita. En el final del plano, en el centro, se alcanza a observar un árbol solitario, una figura casi elidida. Eso significa saber encuadrar.
Habría que agregar que los árboles en el cine de Sappia son entidades que elevan la materia orgánica a expresión estética. Lo mismo sucede con la luz; es que detrás de cámara está Ezequiel Salinas, por virtud de quien los rayos del sol al desplazarse escriben el plano como si se tratara de la caligrafía de un demiurgo con vocación pictórica. Cuando el personaje duerme recostado en un árbol, Después, la niebla vindica la noción de plano. Es el punto de partida del arte cinematográfico.
Hay sorpresas en la caminata. Hay personajes femeninos que inscriben en la trama una cierta sensibilidad en resonancia con el ritmo de la naturaleza. Hay también hallazgos de la Historia en la historia y algún signo tardío que remite a la enmudecida violencia que se cifra en un alambrado. El viaje del personaje no es sólo personal.
Para ver Después, la niebla
Argentina, 2024. Guion y dirección: Martín Sappia. Con Pablo Limarzi, Carolina Baitella y Ana Ruiz. Duración: 114 minutos. Clasificación: apta para todo público. En cineclub municipal Hugo del Carril (bulevar San Juan 49), del jueves 26 de junio al miércoles 2 de julio, en varias funciones.