Sus acciones no tienen el fragor de lo militante, pero sí la firmeza de alguien muy consciente tanto de sus derechos como de su poder.
Además, cuenta con el plus de haber prestado su voz a una asistente de inteligencia artificial (IA) ficticia en el filme Her (2013), de Spike Jonze, que expuso a un hombre retraído interpretado por Joaquin Phoenix que se enamora de ese ella incorpórea y emocionalmente plenipotenciaria.
En otras palabras, fue uno de los extremos de un romance distópico.
Scarlett Johansson, sujeto tácito del desarrollo introductorio, es la estrella a reivindicar en esta semana en la que la lucha que libran los artistas contra el avance imparable de este recurso tecnológico ha sumado un cuadro de la talla de Morgan Freeman.
El actor de 87 años, ganador del Oscar a mejor actor de reparto por Million Dollar Baby (2005), agradeció a sus “increíbles fans” por “denunciar el uso no autorizado” de una voz de IA que lo imita. “Su dedicación ayuda a que la autenticidad y la integridad sigan siendo primordiales. Agradecido”, sentenció en una publicación de X, antes Twitter, e inmediatamente quedó linkeado con dos arremetidas de la también protagonista de Black Widow y Perdidos en Tokio.
La primera se produjo en noviembre del año pasado, cuando la actriz norteamericana de 39 años accionó legalmente contra un desarrollador de aplicaciones de IA por usar sin permiso su imagen y su voz en un anuncio. Fue uno de 22 segundos que promocionó un editor llamado Lisa AI: 90s Yearbook & Avatar.
Luego de un clip real de ella en el backstage de Black Widow diciendo “¿Qué pasa chicos? Soy Scarlett y quiero que vengan conmigo...”, la realización mostró fotos generadas por IA y una versión clonada de su voz.
“No tomamos estas cosas a la ligera. Según nuestro curso de acción habitual en estas circunstancias, lo abordaremos con todos los recursos legales que tengamos”, dijo el abogado de la actriz en aquel momento, cuando aún era relativamente nuevo copiar rasgos expresivos de celebridades por parte de desarrolladores de IA y las ramificaciones legales eran impredecibles.
Ante la reacción de Scarlett, los sitios especializados en show bizz marcaron que aún existía “un área legal gris” en torno a la cuestión, aunque aclararon que algunos estados (de Estados Unidos) tienen leyes relacionadas con los derechos de privacidad y que California permite demandas civiles por el uso no autorizado en publicidad o promoción del “nombre, voz, firma, fotografía o imagen” de alguien.
La segunda arremetida de Johansson se produjo en mayo pasado y fue contra OpenAI, una voz de ChatGPT “inquietantemente similar” a la suya.
La cosa fue así. En una publicación de X, OpenAI dijo que estaba trabajando para pausar Sky, el nombre de una de las cinco voces con las que pueden hablar los usuarios de ChatGPT. La compañía señaló que había “escuchado preguntas” sobre cómo selecciona las opciones de audio realistas disponibles para su chatbot insignia de inteligencia artificial y que quería abordarlas.
Precisamente, entre los usuarios que mostraron dudas estuvo Johansson.
La actriz se expresó vía comunicado, en el que reveló que Sam Altman, CEO de OpenAI, se había acercado a ella en septiembre de 2023 para preguntarle si prestaría su voz al sistema, aduciendo que sería “reconfortante para las personas”.
La actriz aseguró que rechazó la oferta. E inmediatamente señaló: “Cuando escuché el demo lanzado me sorprendió, me enojó y no pude creer que el señor Altman buscara una voz que sonaba tan inquietantemente similar a la mía, que mis amigos más cercanos y los medios de comunicación no podían notar la diferencia”.
Luego sumó que OpenAI accedió “a regañadientes” a eliminar la voz de Sky después de que contrató a abogados que escribieron cartas a Altman en las que le preguntaron sobre el proceso de creación de esa voz.
Las reacciones de Johansson buscan parar el uso no autorizado de imagen y voz, algo elemental para también ponerle un tope a la posibilidad de que no sólo una celebrity sino cualquier persona quede a merced de las posibilidades nefastas que abren las interacciones cada vez más sofisticadas del ChatGPT.
Tal como dijo el abogado de Scarlett, no es para tomarlo a la ligera, ya que hablamos de un modelo de IA generativa que puede imitar cadencias verbales en respuestas y detectar los estados de ánimo del usuario eventual.
Entre las citadas posibilidades nefastas está la de quedar atormentados de incertidumbre ante un tsunami de montajes, de desinformación y de deepfake. En el caso de Johansson, además, subyace una carga sexista, ya que su voz remite a la de Her (por más que el personaje de Phoenix haya sido tímido, era un hombre demandándole afecto a una mujer) y abona a la noción de “sumisión programada”.
Esta fue acuñada por la Unesco en 2019, luego de observar el comportamiento de voces femeninas incorporadas a los asistentes de Apple y de Amazon (las de Siri y Alexa, respectivamente).
Teniendo en cuenta este aspecto del análisis, Scarlett Johansson podría seguir considerándose una actriz “hipersexualizada”, tal como lo fue en sus primeros años de profesión.
OK, en el frenesí cotidiano puede resultar divertido setear audiovisualmente a un artista (e incluso a una persona meridiana) para que haga algo que fuera de su lógica expresiva. Pero más allá de las transgresiones legales que pudieran producirse, de movida se vulneran voluntades, libertades… Y no cualquiera tiene el letrado tenaz de Scarlett ni su influencia a escala global.
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