El deslucido pero secretamente luminoso mundo stop motion de Adam Elliot se anima de nuevo en Memorias de un caracol, emulación mejorada de su aclamado debut Mary and Max (2009). El filme nominado a un Oscar propone ahora como desahuciada dupla protagónica a los gemelos prematuros Grace y Gilbert Pudel, que quedan trágicamente huérfanos en un páramo urbano de bullying, extrañeza y soledad.
La narración de la historia de ambos corre por cuenta de Grace (voz de Sarah Snook), una joven depresiva que acumula caracoles para llenar un vacío expansivo, algo así como si la Tristeza de Intensamente cayera en manos de Tim Burton.
Aficionados a los placeres hogareños de la televisión y de la lectura (la película cita a numerosos clásicos, aunque su modelo unívoco es Dickens), los hermanos se ven forzosamente separados al ser adoptados por familias distintas: Grace queda al cuidado de una pulcra pareja de swingers, mientras que Gilbert va a parar a una morada rural religiosa, y así se posponen sus respectivos sueños de infancia (el de él, de ser un performer callejero en París; el de ella, una animadora cinematográfica).
Como los moluscos que Grace introduce en sus potes, Memorias de un caracol alimenta su relato con excéntricos personajes, decorados cambiantes y segmentos de sátira sociológica (¿no es el lento avance del caracol asimismo una metáfora ideal de la técnica stop motion?).
La plastilina del director australiano muestra su lado inconformista al retratar jueces onanistas, torturas eléctricas, intentos de suicidio y sexo en helicópteros, pero en general moldea un universo afable del que se escapan algunas risitas. Ni retorcida ni preciosista, la estética de Elliot se destaca por lograr ese punto medio donde lo alternativo se oscariza, donde el patetismo se naturaliza hasta volverse simpático y entretenido.
De manera semejante a lo que sucedía con la niña emo y el hombre con Asperger de Mary and Max, lo mejor de Memorias de un caracol se da en la amistad entre la atormentada Grace y la experimentada y senil anciana Pinky (voz de Jacky Weaver), lazo que crece hasta sacar chispas shakespearianas: “¡Maldita vida! ¡Un rompecabezas tan, tan estúpido!”, se queja Grace, ante lo que Pinky retruca con sabios consejos de último aliento.
Incluso cuando roza la autoayuda, Memorias de un caracol se revela honesta en su diseño de caparazón circular. En palabras de Pinky: “La vida sólo puede entenderse hacia atrás, pero se vive para adelante”.
Para ver Memorias de un caracol
Australia, 2024. Guion y dirección: Adam Elliot. Con Jacki Weaver, Sarah Snook y Charlotte Belsey. Duración: 94 minutos. Clasificación: apta para mayores de 13 años. En cineclub municipal Hugo del Carril (Bv. San Juan 49), del jueves 29 de mayo al miércoles 4 de junio, en distintas funciones.